Si caminamos por el mundo sin saber dar, ni darnos, vivimos en una contracultura bíblica, una cultura negra e injusta, propia del reino de la muerte.
¡Qué lejos estamos de los parámetros de las enseñanzas bíblicas! Frente a los asertos bíblicos que afirman que es más feliz dar que recibir y que la vida del hombre y, por tanto su felicidad, no está en la abundancia de los bienes que posee, caminamos en contracultura bíblica dirigiéndonos hacia el abismo allí donde se mueve la insolidaridad, la injusticia, el consumo egoísta y la sinrazón. Sí. Allí, en este miserable abismo, nos gusta vivir, en esas aguas putrefactas que allí se encuentran, nos gusta nadar manchándonos del olor a podredumbre de lo injusto.
Desde ese abismo, damos nuestras posaderas lustrosas y engordadas con los productos provenientes de la escasez de los otros, damos la espalda al mundo pobre sin preocuparnos ni de su hambre ni de su miseria. Un espectáculo dantesco en el que nadie en el mundo vive con dignidad humana, aunque más pérdida de dignidad tienen los nadadores de las aguas de los abismos del consumo desmedido, más culpabilidad, más miseria humana en el profundo sentido de este término.
Estos nadadores en aguas de injusticia son menos que los desposeídos de la tierra. Estos últimos son legión, usando este término como el bíblico de setenta veces siete, o sea, incontables, indefinidos, masas humanas desprotegidas mientras que unos pocos engordan sus barrigas con lo que les pertenecería a esos desposeídos de la tierra. Una sinrazón, un sinsentido, una mueca macabra de un mundo insolidario que se ríe con dientes negros mostrando conjuntamente el desprecio y la sensación de miedo que transmiten a más de las dos terceras partes de la humanidad. Una oscura mueca de zombi que muestra una boca insaciable y egoísta.
Lo ridículo de nuestra existencia está en haber cambiado los parámetros bíblicos de que la vida no consiste en la abundancia de los bienes que se poseen y que la felicidad está en el dar, por el querer conseguir dar mordiscos a una felicidad montada en la miseria del otro y en contracultura con la Biblia. Así, pensamos que la vida consiste en el tener, aunque mi tener sea producto del robo o la injusticia, producto de vivir de espaldas al mundo pobre mientras que engordamos como si la injusticia estuviera impregnada de grasas malas que nos hacen caer en la gordura mórbida que ofrece para unos pocos un mundo totalmente injusto y en manos de saqueadores… y eso que todos caminamos hacia el sepulcro, hacia la muerte, en cuyo reino está prohibido las posesiones que hemos tenido en la tierra. Todo queda atrás en el olvido.
Así, nos podemos convertir en vidas inmersas en la cultura de lo insaciable que caminan a esas simas insolidarias de las que ya no se sale con vida, simas en las que el dios de las riquezas nos entretiene con espejos que, al mirarnos en ellos, deforman la realidad y nos hacen vivir una vida de ficción en la que ni siquiera somos conscientes de nuestras injusticas. Pero la inconsciencia no nos salva. Podremos decir: “Señor, ¿Cuándo?”, pero la respuesta será iluminadora de nuestras conciencias cuando se nos advierta que lo que no hicimos por los más débiles, tampoco lo hemos hecho por el Señor. Terrible afirmación de la que, a veces, pasamos de puntillas sin querer saber mucho de ellos. ¡Terrible consecuencia a la que también volvemos la espalda prefiriendo vivir en la inconsciencia para no ser interpelados por los valores bíblicos!
Así, caminamos por el mundo sumergidos en los abismos de injusticia sin gustar la felicidad que buscamos, aunque, a veces, se nos dé deformada por los espejos mágicos del propio Satanás. Nadamos por esas aguas de injusticia cansados, vacíos, hastiados, aburridos, sin ningún tipo de realización personal. ¿Hay solución? La solución estaría en volverse a los valores bíblicos que serían los únicos que podrían iluminar nuestras vidas. Si no, caeremos en los brazos de lo que no hace eternidad, de lo que no hace humanidad, de lo que no hace fraternidad, de lo que elimina el sentirnos movidos a misericordia.
Si caminamos por el mundo sin saber dar, ni darnos, si caminamos por la tierra consumiendo lo que justamente también es del otro, vivimos en una contracultura bíblica, una cultura negra e injusta propia del reino de la muerte. El hombre nunca será feliz en la tierra con estos valores. Queremos ser felices, pero no nos saciamos nunca de nada bueno, queremos vivir como si fuéramos a estar permanentemente en este mundo, pero nos fustiga la transitoriedad, queremos parecer vidas plenas, llenas, realizadas, pero nos caza lo vano y nos hunde en la depresión, creemos que lo que tenemos nos pertenece en justicia, pero lo injusto nos acecha y no deja tranquila nuestra conciencia.
El hombre necesita volverse a Dios, asumir los valores bíblicos, los valores del reino. Necesita vivir de cara a Dios y al prójimo al que nunca hay que darle la espalda ni ser sordos a su grito. Necesita compartir hasta quedarse sólo con lo esencial para poder vivir en humildad y dignidad, necesita dar, darse al otro. Es entonces cuando entenderá los asertos bíblicos: “Es más feliz dar que recibir” y “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. Lo otro es necedad y aflicción de espíritu que nos encamina hacia la muerte eterna.
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