Tenemos que descender hacia lo humano siguiendo el ejemplo de Jesús que dejó su trono y su esplendor para vivir y morar entre nosotros.
En la historia de la humanidad el hombre ha intentado desarrollar su espiritualidad buscando a los dioses. Ha habido periodos en los tiempos más primitivos en los que al mundo entero lo veía lleno de dioses. Seres divinos buenos y malos a los que el hombre intentaba respetar. Veían dioses por todos los recovecos del mundo, por todos los fenómenos que ellos no podían controlar, en los astros, en las montañas. Su mente se dirigía hacia estos dioses y jamás pensaron la gran relación, la gran fusión que se daba entre Dios y sus criaturas. No veían al hombre como el lugar sagrado por excelencia para Dios.
Es verdad que con el cristianismo monoteísta el mundo se desmagifica, desaparece el concepto de un mundo lleno de dioses y el Dios de la vida se nos muestra como el único Dios que rechaza cualquier tipo de ídolos. No hay otro Dios que Jehová. Pareciera que la mirada se debe dirigir sólo a Él, único, verdadero y todopoderoso.
Sin embargo, ya en los profetas, Dios rechaza todo tipo de culto si no se tiene en cuenta también al hombre. El hombre se define como el auténtico lugar sagrado. Dios, el Creador, se ve muy cerca de lo humano, camina junto a sus criaturas hechas a su imagen y no desea que se mire solamente a él para darle culto, sino que exige, como condición previa, el que se mira también al hombre, su criatura, su lugar sagrado por excelencia.
Había, pues, un error en el tipo de consideración de ese Dios, existía una confusión que, en muchos casos, daba lugar a un distanciamiento total entre el hombre y Dios como si no fueran realidades cercanas. Incluso ha habido cristianos que han considerado que su acercamiento a Dios era antagónico con su acercamiento al hombre, a las realidades humanas. Han buscado la vivencia de una espiritualidad cristiana de cara a Dios y de espaldas al hombre, al hombre que sufre, al hombre dejado tirado al lado del camino o al hombre que ha visto como pecaminoso o contaminado. No sabían que no se puede encontrar a Dios, ni darle culto o alabanzas, de espaldas al al hombre, a su sufrimiento, a la búsqueda de la justicia.
Así, con la irrupción de Jesús en nuestra historia y con los valores del Reino, la acogida que Dios hace de lo humano, el descenso que hace para fundirse con la humanidad a través de la encarnación, es lo que hace que se fundan lo trascendente con lo inmanente. Surge con una fuerza especial el concepto de prójimo. No se puede amar a Dios ni darle culto si vivimos nuestra espiritualidad de espaldas al prójimo en necesidad. Lo humano se funde en lo divino o lo divino en lo humano.
Estos conceptos podrían dar mucha fuerza a la acción social cristiana y al concepto de culto a Dios que tiene como requisito el buscar también el rostro del hombre apaleado y del prójimo haciéndole justicia. Si no, corremos el riesgo de que se produzca en nuestros rituales el silencio de Dios que se queda mudo ante nuestro culto insolidario con el hombre.
Todavía existe cierto platonismo en nuestras concepciones religiosas. Para algunos, el alma es lo importante y al cuerpo se le desprecia como si fuera el foco de las pasiones pecaminosas en pugna constante con las realidades divinas, con nuestra propia alma. De ahí a hacer un ritual de espaldas al hombre, a su dolor y a su grito, hay solamente un pequeño paso. Sin embargo, aunque lo he dicho ya muchas veces, Jesús, elevando a lo sumo el concepto de projimidad, nos dice que el amor a Dios y el amor al hombre están en relación de semejanza. Una vez más lo humano se vive en lo divino y lo divino en lo humano.
Muchas veces ni la religión ni la vivencia de nuestra espiritualidad cristiana asumen esta radicalidad de Jesús en la que el Dios de la vida, se funde y se compromete con lo humano. De ahí también que no sólo la salvación del alma, sino la resurrección de los cuerpos sea un elemento esencial y primordial en el cristianismo. El auténtico cristiano no puede vivir de cara a Dios y de espaldas al grito del hombre, de los pobres y marginados de nuestra historia, de los oprimidos, maltratados y sufrientes de nuestro mundo en nuestro aquí y nuestro ahora.
Es un error el querer ser como dioses, o como los ángeles, o como cualquier otra realidad celestial, alejándose de lo humano como si nos pudiéramos contaminar. Eso en vez de acercarnos a las realidades celestiales o a Dios, nos aleja de Él. Sin embargo, la tentación del hombre ha sido siempre el querer ser como Dios dando la espalda al hombre. La gran trampa de Satanás, pues lo divino se vive también en lo humano y lo humano en lo divino.
Así, cuando nos hacemos más humanos, cuando practicamos el servicio, cuando tendemos nuestras manos de ayuda en los focos de pobreza, en los focos de conflicto donde se oprime al hombre, cuando servimos allí donde se esclaviza tanto a niños como a mujeres, como a hombres, con las nuevas esclavitudes que se dan en nuestro tiempo, cuando nos fundimos con el prójimo en empatía y deseos de ayuda, nos acercamos más a Dios a la vez que nos fundimos con lo humano.
Cristianos del mundo. Si queremos acercarnos más a Dios, fundirnos más con lo divino, tenemos que dar un gran giro, intentar un cambio y trastoque de valores. Tenemos que descender hacia lo humano siguiendo el ejemplo de Jesús que dejó su trono y su esplendor para vivir y morar entre nosotros. Ama al prójimo, sírvele y ámale como al Señor. Te harás más humano y, a su vez, estarás mucho más cerca de la divinidad.
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