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La cultura de lo insaciable

La felicidad no está en el poseer cosas que, una vez poseídas, se desvanecen en nuestras manos.

DE PAR EN PAR AUTOR Juan Simarro 31 DE MAYO DE 2016 14:26 h
Finanzas insaciables (Lisboa, pinceles) / r2hox (flickr - CC BY-SA 2.0)

No cabe duda de que todos sabemos que, mientras que más de medio mundo pasa hambre hasta llegar a los mil millones de hambrientos, existe alrededor de un 20% de la población mundial que navega en medio de todo tipo de bienes de consumo hasta aburrirse y caer en la insaciabilidad. Estamos en lo que podríamos llamar el primer mundo nadando en abundancias insolidarias que, en el fondo, no nos satisfacen. Abundancias que nos desilusionan pronto, objetos y aparatos que tenemos que sustituir pronto para ver si conseguimos algún momento en el que parezcamos contentos y saciados… meras apariencias. Vamos chupando rueda detrás de las novedades que pronto quedarán viejas. Volvemos siempre al “vanidad de vanidades, todo es vanidad”.



¿Por qué, entonces, seguimos pensando que la felicidad puede estar en saciar el deseo humano de tener, de poseer, aunque todos sepamos que es insaciable? ¿Será que experimentamos vacíos imposibles de llenar que nos llevan a una angustia existencial continua? Siempre nos quedan vacíos que queremos llenar y, una vez que los hemos saciado o llenado, muy pronto nos cansan, nos hastían, nos aburren, no dan sentido a nuestra vida. Todo es transitorio, todo es fugaz… hasta la propia vida que se transforma, como diría Jorge Manrique, en esos “ríos que van a dar a la mar que es morir”. Vidas inmersas en la cultura de lo insaciable.



Nada es duradero, nada es permanente, todo pasa, la eterna rueda que gira para hacernos llegar a los mismos sitios, el eterno retorno de todas las cosas. ¿Es que no hay nada nuevo bajo el sol? ¿No hay ningún objeto, posesión o consecución que nos haga felices? Es la lucha por el poseer y, cuando lo hemos conseguido, caemos en la desilusión, la insatisfacción, el vértigo de lo pasajero. Lo que nos queda es caer en una marcha frenética detrás de posibles nuevas cosas que nos satisfagan, correr como dementes detrás de posibles novedades que den sentido a nuestra vida y nos llenen nuestros vacíos… todo inútil. La angustia, el vértigo y la desilusión siguen estando a la vuelta de la esquina.



No. La felicidad no está en el poseer cosas que, una vez poseídas, se desvanecen en nuestras manos. Nos falta una ética del poseer lo necesario que desbanque de una vez por todas la cultura de lo insaciable. Terrible tarea. ¿Quizás una utopía? ¿Estaremos condenados a la cultura de lo insaciable? ¿En qué se ha equivocado el hombre? ¿Participan de esto también los cristianos?



No me extraña que haya pobres en el seno de una cultura de lo insaciable. Los más fuertes serán siempre los que más poseen y, en su insaciabilidad, no tendrán límites para agrandar sus almacenes y aumentar sus cuentas corrientes. Faltaría que alguien les dijera aquello que le dijeron al rico necio acumulador en la parábola neotestamentaria: “Necio. Esta noche van a pedir tu alma. Y lo que has almacenado, ¿de quién será?”.



¡Cuánto deberíamos predicar los cristianos sobre la frase bíblica: “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que se poseen”! Sería el mensaje necesario para nuestra sociedad inmersa en un consumismo loco, en un consumismo necio, en un consumismo injusto que pone en sus mesas la escasez de los pobres de la tierra.



Cuando no seguimos estas líneas bíblicas nos hacemos esclavos de las cosas, siervos inútiles que no comprenden la auténtica razón del vivir, esclavos de las posesiones que ni nunca alcanzarán felicidad y caeremos en la desilusión ante la fugacidad de las cosas. No podremos llegar nunca a entender lo que es la auténtica espiritualidad cristiana, espiritualidad que no está basada nunca en el poseer ni en el tener, sino en el ser. Y no en el ser para la muerte, sino en el ser para la eternidad, para Dios y, en su caso y de forma necesaria, para el prójimo.



Fuera de estas líneas evangélicas, las cosas que podamos poseer dentro de esta cultura de lo insaciable, se desvanecerán en nuestras manos como la niebla se desvanece ante el fuerte sol, perderán su encanto y nos sentiremos decepcionados y engañados, sentiremos tales vacíos que tendremos que entrar en la loca carrera de la sustitución rápida de todo… buscando un mordisco de felicidad en la vida. No veremos a Dios con nuestros ojos de la fe. No veremos al prójimo y correremos como posesos que llevamos en nuestro interior todos los demonios del consumo. Felicidad ilusoria. Vanidad de vanidades.



La obsesión del poseer, elimina muchas veces nuestras capacidades para la práctica del amor, para la búsqueda de la justicia, para denunciar la opresión y el desigual reparto de los bienes del planeta tierra entre todos. No entenderemos la solidaridad, ni la ética, ni el cristianismo, ni a Dios.



El egoísmo nos puede ir consumiendo y tragando como si fuera el gran pez en cuyo vientre tenemos que morir para siempre… Seremos sordos al grito de los desposeídos de la tierra y pasaremos de largo sin tener capacidad alguna para ser movidos a misericordia. Caeremos en un desmedido consumo inhumano que empobrece el concepto de hombre y viviremos interpelados por el gran escándalo de la humanidad que es la pobreza que genera nuestros egoísmos.



De ahí, que debido a la falta de entendimiento de lo que es la vida, debido a las acumulaciones de una parte del mundo en contra de la escasez de tantas otras, los pobres ya no serán pobres, sino seres empobrecidos por los adoradores del dios Mamón que se mueve en medio de las sociedades y culturas de ese 20% de la humanidad que navega en medio de la cultura de lo insaciable.  



El cristiano debería incluso predicar el que estos navegantes por las culturas de lo insaciable, podrían aprender a ser felices renunciando a niveles de bienestar, desprendiéndose de lo superfluo, compartiendo y tendiendo a un consumo sostenible que hiciera que la riqueza de la tierra tuviera un mejor reparto. Bastaría con ser fieles a los valores del Reino que irrumpen en nuestra historia con la venida de Jesús al mundo.



¿Buscáis felicidad, consumistas del mundo que navegáis por las culturas de lo insaciable? Pues ahí la tenéis. La podéis conseguir siguiendo el consejo bíblico: “Es más feliz dar que recibir”, porque “la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que se poseen”.


 

 


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