Los cristianos somos ciudadanos de dos mundos y en este mundo material en el que nos movemos, también tenemos múltiples compromisos.
Ni la doctrina cristiana ni la Biblia son un tratado religioso unidireccional para la salvación del alma. No, no existen tratados religiosos para la salvación del alma que no lleven otros condicionantes y compromisos con la realidad humana en nuestro aquí y nuestro ahora. Somos nosotros los que los hacemos, los que los buscamos de forma cómoda. Incluso, cuando leemos la Biblia muchas veces lo hacemos en clave de estos tipos de tratados que, de forma desencarnada, quieren explicarnos cómo salvar nuestra alma, cómo salvarnos de forma insolidaria.
No. No hay simples tratados para la salvación del alma sin pasar por otras vías necesarias. A veces, leemos la Biblia desde tales condicionamientos y búsquedas de salvación del alma, que no nos damos cuenta que el propio texto sagrado nos está llamando a una realidad diferente, a una realidad más completa.
Nos llama no solamente a buscar de forma un tanto egoísta la salvación de nuestra alma despreocupándonos del mundo, sino que nos llama también, de forma inexcusable, al compromiso con ese mundo, con el hombre en su realidad socioeconómica, con el hombre en su dolor o marginación, diciéndonos que el amor a ese hombre es semejante al amor a Dios mismo y que es imposible gozar y preparar la salvación del alma de espaldas a los gritos de dolor que se producen en el mundo por tantos coetáneos nuestros a los que no podemos dar la espalda ni ser ajenos a su dolor.
Con esto no queremos decir que no seamos conscientes de la importancia de la salvación del hombre para la eternidad y de que se debe tener esa meta última como loable. Lo que pasa es que también tiene que comportar siempre el compromiso con el mundo y vivir una espiritualidad encarnada en la realidad social, económica y cultural de nuestro aquí y de nuestro ahora. No, el cristianismo no es sólo un tratado para la salvación de nuestra alma sin que haya que pasar, necesariamente, por otros compromisos en relación con el prójimo.
Los cristianos somos ciudadanos de dos mundos y en este mundo material en el que nos movemos, también tenemos múltiples compromisos y un sinfín de llamadas a la vivencia de una espiritualidad encarnada en la realidad social en la que nos ha tocado vivir. La auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana no es una huida espiritualista en busca de la salvación del alma, no es un camino que sólo mira hacia el cielo, las realidades celestes o metahistóricas, sino que nos sume en el compromiso con el hombre manchándonos las manos en la práctica de la projimidad mirando al mundo.
Para la salvación del alma hay que practicar también la auténtica religión, la religión pura y sin mácula de la que nos habla el apóstol Santiago. Sí, el apóstol nos da una definición de religión, de religación con Dios que, realmente tiene dos partes necesarias e imprescindibles: Una aquella que nos relaciona con el hombre en necesidad animándonos a ser manos tendidas de ayuda, a la práctica de la misericordia. La otra es la realidad espiritual de vivir de tal manera afianzados en Dios que nos mantenga sin pecado, sin mancha en medio de este mundo.
Lo curioso es que en esta definición de relación o religación con Dios se antepone el compromiso con el prójimo, con el hombre. La primera parte de la definición es la del compromiso con el hombre. Es como si nos retrotrajera al tiempo de los profetas en donde Dios no escuchaba y cerraba sus oídos cuando no se entraba en las líneas de búsqueda de justicia y de ayuda al prójimo. Sería el “venid luego” de Isaías y no dirigirse a Dios ni a la búsqueda de nuestra salvación antes de cumplir con estos requisitos imprescindibles de búsqueda de justicia y de ayuda al prójimo en necesidad.
Es imposible que busquemos a Dios de espaldas a nuestro prójimo que nos demanda ayuda, de espaldas a la práctica de una denuncia profética contra los opresores en el mundo, de espaldas ante las estructuras económicas de poder que marginan a tantos prójimos hermanos nuestros, pues somos hijos del mismo Padre.
Analicemos la figura de Jesús, sus prioridades y sus preocupaciones. Intentemos imitar al Maestro. Quizás entonces nos encontraremos a un Jesús preocupado por la situación real, material y social de las personas, sufriendo con el mundo de aquí abajo e inmerso en nuestro aquí y nuestro ahora llamándonos a la práctica de la projimidad. Nunca encontraremos a un Dios que nos llame a la vivencia de una espiritualidad desencarnada y ajena a la problemática social y material de los hombres.
Eso no es el cristianismo. Eso, en todo caso será el tratado para la salvación de nuestra alma que nos hemos construido de una forma un tanto egoísta y cómoda y, desgraciadamente, desde ahí, muchas veces leemos el texto bíblico sin darnos cuenta de que deberíamos cambiar nuestros posicionamientos para hacer una nueva relectura de la Biblia desde los parámetros de responsabilidad ante nuestro prójimo si queremos agradar a Dios y que él nos oiga.
No, el Dios de la Biblia, manifestado en carne en la figura de Jesús, no se presenta nunca como un Dios espiritualista que nos esté llamando a una espiritualidad desencarnada para que vivamos una espiritualidad desentendida de los problemas materiales de los hombres, de sus cuerpos o de la vida real aquí en la tierra.
Analizad los evangelios. Veréis como se trasciende y se complementa la espiritualidad vivida en una relación unidireccional con Dios que da la espalda a las problemáticas humanas. La Biblia nos enseña que el tratado de salvación del alma hay que trascenderlo y complementarlo en compromiso con el hombre sufriente.
Es verdad que la Biblia nos habla de nuestra salvación personal, un regalo de Dios por gracia y por la fe. Pero el hombre de fe, que es una fe activa que obra a través del amor, tiene que pasar por los compromisos de dignificación de las personas, pasar y caminar por la preocupación por los pobres y los oprimidos, su preocupación por la injusticia y la crítica a los que acumulan riquezas que empobrecen a tantas personas y otras circunstancias que no encajan con un espiritualismo aséptico o desencarnado. Así podremos ver que la auténtica religión cristiana, la pura y sin mácula, se desmarca de todas las grandes religiones de la humanidad, por tener una preocupación mucho mayor, hasta la radicalidad del máximo, por el hombre que sufre. Una religión más ética en el sentido amplio y auténtico de la palabra. Señor, ayúdanos a completar o complementar el tratado de salvación de nuestra alma que, a veces, nos hacemos de forma egoísta y de espaldas al grito de dolor del prójimo.
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