Hay muchos que se sienten defraudados por los grupos cristianos, ven falta de coherencia, falta de compromiso, falta de acción y, a veces, falta de misericordia y de búsqueda de la justicia.
Cuando Jesús comenzó su ministerio, la reacción de las personas al oír el Evangelio, era grandiosa y entusiasta. Multitud de personas le seguían. Veían en las palabras de Jesús un mensaje liberador y de gran esperanza ante tan buenas noticias. Era toda una novedad totalmente atractiva, unas buenas nuevas para los pobres y los oprimidos. Se lanzaban ideas de liberación, de restauración de los quebrantados, de descanso para los trabajados y cargados. Las gentes querían oír el mensaje y corrían tras de Jesús hasta quedarse hambrientos, aunque luego disfrutaban de la provisión y compasión de Jesús.
¿Por qué hoy el mensaje del Evangelio no tiene este seguimiento masivo? ¿Es que, quizás, no hay personas ansiosas de liberación de muy diferentes y diversas ataduras? ¿Es que, quizás, ya no hay pobres y oprimidos en la tierra que corran tras la noticia? ¿No hay pueblo que espere o necesite mensajes de esperanza? ¿No hay ya en el mundo hombres y mujeres despreciados, excluidos y hambrientos que vean en el Evangelio una puerta abierta a la esperanza? ¿Por qué no corren las gentes detrás de nosotros cuando predicamos el Evangelio? ¿Por qué no llenan y abarrotan las iglesias? ¿Ya no representa el Evangelio todo lo bueno, ese gran tesoro que cambia personas y las hace nuevas? ¿Qué ha pasado para que las gentes no corran en masa detrás de las Buenas Nuevas?
Quizás es que hoy el Evangelio no se puede predicar con la sencillez y pureza de los primeros tiempos. Nadie estaba desengañado en esos tiempos de la predicación del Evangelio como novedad, no había cargas negativas ni experiencias desengañosas sobre los predicadores. Hoy quizás sea diferente. Hay muchas cargas negativas, cargas de sentido peyorativo, sensaciones de falta de solidaridad y de ejemplo de vida de muchos anunciadores de las buenas noticias. Hoy en el mundo hay muchos desengañados tanto de los que esparcen la palabra sin coherencia de vida, como de las instituciones religiosas que no siempre tienen clara sus prioridades de liberación de los pobres y oprimidos como tenían las palabras de Jesús y las de los primeros cristianos. Grandes diferencia, problemas y circunstancias que hacen que las gentes no corran detrás de un mensaje tan liberador y salvador como es el del Evangelio de la gracia y de la misericordia del Dios vivo.
¡Qué pena! Hoy en el mundo hay muchos que se sienten defraudados por los grupos cristianos, ven falta de coherencia, falta de compromiso, falta de acción y, a veces, falta de misericordia y de búsqueda de la justicia para los huérfanos, las viudas, los extranjeros y los pobres como prototipos bíblicos de los marginados y empobrecidos del mundo. Es por eso que, quizás, el efecto de las palabras libertadoras del Evangelio no produce la respuesta de que las personas trabajadas y cargadas corran detrás de los modernos anunciadores.
¿Es que, acaso, es verdad que en el mundo de hoy hay tantas personas defraudadas por los anunciadores? No decimos personas defraudadas por el Evangelio. ¿Es que, acaso, nuestra presentación de las buenas noticias no tiene hoy ese halo divino y misterioso de los primeros cristianos? ¿Nadie cree a los que predican un mensaje libertador? ¿Quién ha manchado ese halo divino y restaurador de los quebrantados, quién lo ha velado u ocultado para que el pueblo sufriente no lo vea hoy ni salga corriendo en busca de liberación?
Hay muchos que se llaman cristianos y que manchan ese halo divino y liberador. Hoy hay malos anunciadores, predicadores insolidarios y que no manchan sus manos como buenos samaritanos, cristianos de a pie que siguen pautas de algunos líderes identificados con el poder y con las riquezas en un mundo en donde las tres cuartas partes de la humanidad están sumidas en pobreza en mayor o menor grado hasta llegar al mundo de los hambrientos, a los que ya están en el no ser de la exclusión total. Quizás es que haya muchos cristianos ricos en un mundo pobre que vuelven su rostro cuando se sienten interpelados por la pobreza o que hacen como el rico de la parábola del Rico y Lázaro que sólo dejan que los otros coman de sus migajas sin rehabilitarlos ni integrarlos con plena dignidad en la sociedad.
¡No! Así, los pueblos no pueden correr en masa detrás de la buena noticia. Los oprimidos, los pobres y quebrantados no enfocan al cristianismo hoy como elemento salvador, como mensaje lleno de noticias liberadoras que están en coherencia con la acción. El Evangelio que predicamos hoy ya no atrae a las masas con la ilusión con la que lo hacían aquellos hombres y mujeres que se enfrentaban ante unas buenas noticias que, para ellos, eran de liberación de cargas y buscadoras de justicia para los tirados al lado del camino.
Quizás hoy deberíamos volver a regar nuestros campos de misión con acciones coherentes con lo que predicamos, quizás el anuncio y la denuncia deberían caminar juntos, quizás las palabras de justificación y las acciones y compromiso por la búsqueda de justicia para los pobres y los oprimidos deberían ir de la mano, quizás la verbalización de la palabra debe caminar junto a la acción social evangelizadora que el mundo necesita. Quizás los pueblos estén esperando coherencia, el que seamos consecuentes, el que seamos solidarios, el que tengamos más amor a los hombres que sufren, el que el amor a Dios y al prójimo se pongan en relación de semejanza tal y como nos enseñó ese Maestro que predicaba la buena noticia a la vez que caminaba por el mundo haciendo bienes.
Señor, ayúdanos para que tu Evangelio siga causando sorpresa y esperanza para las gentes, para que siga siendo una buena nueva de salvación y de liberación en nuestro aquí y nuestro ahora. Quizás así los oídos se abrirán y dejarán de existir los desengañados por incoherentes anunciadores.
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