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Satanás, parapeto perfecto

No hay nada más problemático para acercarse a Dios con arrepentimiento que estar convencidos de que somos víctimas y no verdugos.

EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín 26 DE OCTUBRE DE 2014 06:00 h

Hombre ante el parapeto. / Seurat

 Parto de la base de que prácticamente ninguno de los que se acercan a estas líneas en este momento dudan de la existencia del bien y del mal y, tampoco particularmente del ser que encarna el mal por excelencia, Satanás. Tuvo su papel en la caída, recibió su castigo y la correspondiente maldición por parte de Dios, sigue siendo el enemigo de cada cristiano, aunque de Dios por encima de todo, y su mayor interés permanece en intentar ganar unas cuantas batallas mientras pueda seguir peleando, aun sabiendo que es en una guerra que tiene ya más que perdida. Ahí sigue, pataleando, buscando como león rugiente a quien devorar y cumpliendo a la perfección su papel, que bien fácil se lo ponemos a veces, más aún cuando le echamos la culpa y le responsabilizamos de cuestiones que son única y exclusivamente responsabilidad nuestra.



Este ejercicio está más que a la orden del día entre nosotros, los cristianos, aunque ciertamente más en unos círculos que en otros. Es a veces descarado, pero en otras ocasiones, tremendamente sutil, porque en eso consiste precisamente la estrategia del enemigo tantas veces: en animarnos a creer que en el fondo es él y no nosotros quienes desobedecemos, que no hemos de modificar nuestra conducta o, al menos, que el cambio no ha de ser tan de fondo, y por supuesto, nos mantiene en esa que parece haber sido nuestra gran asignatura pendiente desde que el mundo es mundo, desde el propio Edén: señalar hacia fuera el mal, buscarlo en otros, lejos de asumir nuestras propias responsabilidades y actuar en consecuencia.



Me temo que Satanás no se encuentra especialmente preocupado de que le “endosemos” culpas que no le corresponden. Probablemente, para él sea más que un halago, siendo que su posicionamiento respecto a Dios es, no sólo manifiesto e insistente, sino completamente alevoso y consciente. Me imagino más bien que obtiene una doble ración de satisfacción cuando los creyentes, lejos de agachar la cabeza para asumir nuestros propios errores y pedir perdón, buscamos en Satanás al eterno responsable de nuestras meteduras de pata. Esta estrategia, de principio a fin, nos convierte en víctimas (de cara a nosotros mismos, que no frente a Dios, que todo lo sabe y a quien no podemos engañar ni siquiera por muy engañados que estemos también nosotros), y no hay nada más problemático para acercarse a Dios con arrepentimiento que estar convencidos de que somos víctimas y no verdugos.



Empecemos reconociendo, pues, que somos muchas veces culpables y responsables, y desde luego no tan víctimas como nos pensamos. Sólo cuando eso ocurra podremos entender verdaderamente que nuestra carne es mucho más patente en nosotros de lo que nos imaginamos, que el verdadero problema del hombre está dentro, en su corazón, y no tanto fuera, aunque sigamos reconociendo que fuera está el enemigo de nuestras almas y que, ciertamente, no descansa en su deseo de hacernos mal. Mientras sigamos echándole las culpas a Satanás no corregiremos nuestros olvidos, nuestras desidias, nuestra necesidad de oración, nuestro análisis de nuestra propia maldad y, desde luego, no nos pondremos de rodillas las suficientes veces pidiendo perdón por nuestros pecados, que son muchos más y bien distintos que simplemente el de funcionar como marionetas en manos de Satanás.



En el juicio que tendremos frente a un Dios santo no podremos argumentar a Satanás y su acción sobre nuestras vidas como forma de “escurrir el bulto”. Allí no nos servirá de parapeto, por mucho mal que él haya podido hacernos. Aquí tampoco nos sirve. Dios nos da las herramientas y la salida para poder enfrentar la tentación y, de nuevo, volvemos al mismo punto: somos responsables. Satanás nos tienta, cierto, pero nosotros damos cabida desde nuestra carne a que esa tentación conciba y dé lugar al pecado del que se nos pedirá cuentas. Así, en última instancia, el problema está en nuestra carne, pero no exclusivamente en Satanás, ni mucho menos.



Mientras sigamos echando balones fuera, tengamos por seguro que el enemigo, a quien tanto mencionamos, estará más que contento. Quizá toca ya decirnos a nosotros mismos “¡Ya basta de parapetos!”.


 

 


2
COMENTARIOS

    Si quieres comentar o

 

Angel
21/11/2022
16:00 h
2
 
Le abrimos las puertas a Satanás cada vez que pecamos
 
Respondiendo a Angel

Fernando Rico
29/10/2014
21:22 h
1
 
Ante el buen artículo de Lidia, referente de nuestras culpas, y de un Satanás medieval que busca hacernos mal, no es de olvidar que este persona le ha hecho más mal a Dios y a su obra en JESUCRISTO, que a nosotros mismos; y de esto nos dice el Apóstol Pablo en 2 de Tesalo: 2:3-12: Que el hijo de la perdición se ha opuesto y alzado contra todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta sentarse en el Templo de Dios y proclamarse dios a sí mismo. Y mesiánicamente de esto mismo en Isaías: 14.12-23.
 



 
 
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