Seguimos sin comprender que es Dios quien controla nuestras vidas, que no hay casualidades.
Siempre me produce cierto “chirrido” cuando escucho a personas comentando algunos textos del Evangelio de forma tremendamente crítica, por no decir casi burlona en algunas ocasiones, hacia los discípulos. Debe ser que, con el paso de los siglos, y viendo las cosas desde la perspectiva del que ya se lo sabe todo y es muy espiritual, pensamos que nosotros somos mucho más listos o más avispados espiritualmente. Como si la cosa fuera tan fácil…
Y en esos momentos nos regodeamos más de una vez revolcándonos en la ineptitud o la traición de Pedro, o la superficialidad de quienes discutían entre ellos quién sería el mayor en el Reino de los Cielos, o del miedo que sentían por estar en aquella barca que parecía que se iba a partir en dos mientras Jesús dormía plácidamente. Lástima que se nos olvide que nosotros sabemos que sus actitudes eran erróneas porque Jesús les reconvino, no porque nosotros, identificándolo desde nuestro propio entendimiento, no hubiéramos hecho lo mismo.
Y parte de la base que tengo para hacernos esta crítica hoy a nosotros, los cristianos de este tiempo, es que, no solo seguimos cometiendo los mismos errores que ellos, una y otra vez, sino que además seguimos pensando que esto no es cosa nuestra tanto como fue de ellos. Ya solo esto, por empezar por alguna parte, nos pone en evidencia. Vamos, que volvemos al punto principal y originario de toda esta cuestión, y es que nos creemos, en definitiva, bastante mejores que ellos.
Por poner un ejemplo bastante simplón, es como el que dice que es mucho más humilde que aquel soberbio de allí, lo que pone en evidencia su propia vanidad y orgullo. Pues lo dicho… que no hemos aprendido nada, por lo que más nos valdría a veces callarnos o considerar que, en todo momento, cuando Jesús se dirige a Pedro, a Tomás o Juan, se está dirigiendo a mí y solo a mí en primera persona. Yo no hubiera sido distinto que ellos, ni mejor. Lo hubiera hecho, probablemente, peor.
¡Qué fácil es perder de vista la gracia! Se nos olvida que Jesús escogió a los más torpes y sencillos, sí, pero que ellos no son distintos que nosotros. Era lo necesario para que Su luz brillara más, porque nada en el Reino de Dios tiene que ver con nuestra luz, sino con la luz de Cristo. La revolución del cristianismo de Cristo alcanzando las naciones por medio de unos pocos “torpes”: pescadores, publicanos, traidores, impulsivos, necios… pecadores en general que son llamados a la mayor misión de todos los tiempos: ser pescadores de hombres.
Cuando pensamos en estos hombres con cierta mirada por encima del hombro, seguimos sin entender cuál es nuestro papel ni el suyo en la historia. Ellos no entendieron lo que tenían delante, pero nosotros tampoco lo hacemos. A pesar de tener una Revelación escrita como la que ellos no podían tener aún, aunque tenían consigo al Maestro, seguimos sin comprender que es Dios quien controla nuestras vidas, que no hay casualidades, seguimos sin aceptar Sus promesas de bien para nosotros, seguimos creyendo en nuestras propias fuerzas y posibilidades, como si esas mismas no nos las proveyera Dios también.
¿Cuántas veces actuamos como impíos a pesar de decir haberle conocido, pretendiendo que Dios vaya detrás de nuestras decisiones, en vez de que vaya delante, como verdaderos discípulos que decimos ser? ¿Cómo es posible que olvidemos que, si Él dio su propia vida por nosotros no hay nada que no pueda darnos en Cristo Jesús? ¿Cómo explicar que sigamos tan ciegos y a menudo sin vernos reflejados en los sencillos relatos de las parábolas? ¿O simplemente, cometiendo una y otra vez, sin diferencia alguna, los mismos pecados que cometieron los grandes héroes de las historias bíblicas? ¿Cuándo comprenderemos que nuestro tiempo devocional es algo más que fichar todos los días para poder contarlo después?
Nosotros no somos distintos, ni somos más listos que ellos. No eran solo ellos los torpes, o los desafortunados, o los superficiales… Nosotros somos ellos, solo que con más años de Historia de la cual aprender y bastantes más ventajas para poder seguir a Cristo. Lo cual nos lleva al meollo de la cuestión, en definitiva: que nuestro corazón no ha cambiado, sino que necesita tanto como el de ellos de la profunda renovación que solo produce Dios mismo.
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