El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
¿Sabremos en este año ir creando caminos de paz, cultura de paz?
¿Existe la posibilidad hoy de que la gloria y el resplandor de Dios se pueda manifestar también en una especie de repetición de la primera Navidad?
La solidaridad cristiana no debería ver tiempos, ni momentos, ni lugares, sino personas que sufren, a las que hemos de tratar como nuestros prójimos.
Es el Adviento, tiempo de esperanza, tiempo de alguien que viene lleno de luz y resplandor capaces de iluminar y destruir todas las tinieblas.
La evangelización exige que además de compartir la Palabra tenemos que realizarla, hacerla, convertirla en vida en la persona del evangelizador.
¿Es un reto para el cristianismo que haya tantos creyentes que no quieren caer en la increencia, pero que quieren vivir su fe alejados de los templos?
La ignorancia, la xenofobia y, desde el punto de vista cristiano, la falta de projimidad resultan un escándalo humano.
Todavía hoy siguen siendo necesarias esas lágrimas, son necesarios profetas llorones bajo la dirección de Dios, son necesarias lágrimas que puedan lavar el mundo.
Se necesitan personas que puedan ir trazando líneas originales de reflexión, líneas de valores nuevos y de compromisos para una auténtica Cultura de Paz. No importa que parezca un poco utópico.
El Maestro venció estas tentaciones terrenales. Su pueblo y su iglesia vencerían si supieran moverse dentro de los parámetros y ejemplos que nos dejó Jesús.
La memoria histórica a través del espacio físico es un tesoro que debe ser protegido y valorado.
Somos llamados a una santa rebelión que nos saque de la pasividad y nos lance a los desafíos del mundo.
Deberíamos volver nuestra mirada al Maestro, a Jesús, para ver cómo fue esa acogida en su acción y ejemplo.
Que no caigamos en la necedad de las avaricias insolidarias ni en las ansiosas inquietudes a la que nos lleva la acumulación.
Parece que los cristianos no tenemos la suficiente resistencia espiritual ante el consumo loco y desmedido que nos atrae en esas parcelas consumistas del mundo rico que se pueden dar incluso en el seno de los países más pobres.
El concepto de cristianismo necesita de muchas y muchas vidas cristianas comprometidas con el prójimo y con el mundo.
Cuando la ley humilla o hace sufrir al hombre, la vida para Jesús siempre está por encima de la ley.
Si el cristiano es libre para algo, es para comprometerse en su libertad con el prójimo sufriente.
No estamos libres de idolatrías que se reflejan en nuestros discursos evangelizadores o sermones eclesiales.
No hay ritual válido ni que Dios escuche que no pase antes por este requisito esencial. La razón nos la diría Jesús mismo, porque el amor a Dios y el amor al prójimo están en relación de semejanza.
La libertad nos compromete porque si no es solo una libertad egoísta.
Hoy quiero entrar en la radicalidad del Evangelio y preguntarme la causa de que nosotros, los creyentes de hoy, ya no entremos en esa radicalidad en el seguimiento al Maestro y a los profetas.
El cristianismo vivido en nuestro aquí y nuestro ahora, puede tener grandes influencias en las estructuras sociopolíticas del mundo.
No debemos dar un lugar al ritual central y prioritario en nuestras vidas como si fuera algo esencial y fundante de nuestra fe.
Debemos de tener cuidado de que el ritual cúltico no quede agotado en una estética litúrgica en detrimento de una ética esencial para el desarrollo de la vida cristiana.
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