No tenemos la suficiente resistencia espiritual. Así, en nuestro mundo y en muchos aspectos, vivimos de forma muy similar a los que no tienen esperanza.
Los cristianos no lo tienen fácil en el mundo de hoy. No tenemos la suficiente resistencia espiritual. Es cierto que nunca lo hemos tenido fácil, pero puede que sea el momento de la historia del cristianismo en el que más estamos aceptando valores en contracultura con la propia Biblia que decimos leer y seguir.
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No tenemos la suficiente resistencia espiritual, psicológica ni social para aguantar y resistir los macabros estímulos que nos llevan a aceptar el consumo, valores como la riqueza como prestigio, el mercantilismo insolidario aunque sea a costa de los más débiles, las ganancias como objetivo deseable, la búsqueda del placer inmediato y sin esperas y la escalada social aunque tengamos que poner nuestros pies sobre las apaleadas espaldas de los más débiles.
No tenemos la suficiente resistencia espiritual. Así, en nuestro mundo y en muchos aspectos, vivimos de forma muy similar a los que no tienen esperanza. Una pena, una tristeza, una disfunción de la vivencia de nuestra espiritualidad cristiana, una falta de ejemplo, una falta de estilos de vida acordes con el Evangelio. Parece irremediable. Se necesitaría un rotundo cambio de valores, sacando a la palestra del mundo los valores bíblicos, los valores del Reino. Yo creo que incluso nuestras oraciones, nuestras peticiones y ruegos, están moldeadas por los valores del mundo que son escándalo y contracultura con el Evangelio.
Así, también, por nuestra falta de resistencia espiritual, los cristianos pueden caer en el valorar mucho más el tener y el poseer que el propio ser. Lo productivo, el llenar almacenes, si podemos, al estilo de la parábola del rico necio, sigue siendo actual, y muchas de nuestras peticiones a Dios van en la línea del tener, del poseer, de pedir sanidad y bendiciones económicas. Así, a pesar de nuestros devocionales, asistencias a los cultos, ofrendas y fiestas solemnes, nos podemos convertir en cristianos mercantilistas. Nos cuesta trabajo aceptar las enseñanzas de Jesús acerca de que “la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que se poseen”.
Sería difícil concienciar a muchos cristianos para que trabajaran por una economía sostenible, aunque se tuvieran que conformar con lo simplemente esencial y necesario para vivir en la línea del “pan nuestro de cada día dánoslo hoy”. También nos dejamos dominar por ideas mundanas de éxito, de apariencias, de bendiciones económicas que, en muchos casos, son insolidarias, y que para nada se comparten con los excluidos del sistema. Nos dejamos llevar por el disfrute, lo fastuoso y, si podemos, el lujo innecesario. Estas no son precisamente las líneas del Evangelio, ni de las prioridades de Jesús, ni de los valores del Reino.
No tenemos la suficiente fuerza ni la resistencia espiritual necesaria. Pensar hoy en la frase de Dios al apóstol Pablo de que “el poder o potencia del Eterno se perfecciona en la debilidad”, para muchos puede ser locura. Hoy el cristiano también se esfuerza y trabaja incansablemente por tener éxito en los negocios, se gloría en el tener, en el competir en las sociedades mercantilistas que encumbran a los más fuertes. Y, lógicamente, la mayoría de las veces lo hacen de forma individualista dando la espalda a aquellos que lo necesitan, a los débiles de la tierra.
Y lo curioso del caso es que, puede ser también, que por falta de coherencia y resistencia espiritual, muchos cristianos que no han tenido éxito, piden al Señor el poder llegar a tenerlo para disfrutar de esas bendiciones económicas que, para muchos, tienen los “escogidos”. Quizás sea una paranoia, una disfunción que nos moldea a todos por igual. Falta enseñanza bíblica en todos estos aspectos. También en el del compartir, el dar, el buscar el bien del otro.
Deberíamos ser resistentes espiritualmente y volver a las fuentes del cristianismo, comenzando a pensar en buscar la justicia de Dios, los valores de su reino y confiar en que aquello que necesitamos para vivir es simplemente una añadidura alejada de las ansias del tener. “No caigáis en ansiosa inquietud” En estos temas consumistas y mercantilistas, nos dirá la Biblia. “Considerad lirios del campo y las aves del cielo”.
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Vivamos la experiencia de la auténtica espiritualidad cristiana. Aprendamos a confiar en el Señor, no caigamos en ansiedad, ni en la búsqueda de las apariencias o falsas reputaciones. No. Los cristianos no debemos ser ni presas del consumo loco, ni de las apariencias, ni del deseo del tener por encima del ser, sino de esa vida que ya nos dijo Jesús que “no consiste en la abundancia de bienes que se poseen”. No sea que estos bienes nos lleguen a pesar tanto que, como al joven rico, nos impida el seguimiento del Maestro sumiéndonos en una espiritualidad falsa.
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