El compromiso con el prójimo en nuestro aquí y nuestro ahora, con todas las repercusiones económicas, políticas, sociales y culturales que ello tiene, es inevitable.
Nuestra forma de vida y creencias se debe notar en la vida de la sociedad y de la política, aunque lógicamente también en la economía, en la cultura y otros. La verdad es que para algunos cristianos puede parecer feo el que se hable de si el cristianismo debería tener mucha más influencia en las estructuras sociopolíticas del mundo, si debería ser un mayor fermento de justicia social y de denuncia de toda opresión de una forma abierta al estilo profético, o si es que el cristianismo lo hemos reducido a unas sensaciones light de bienestar personal, de mirar siempre al cielo en espera de alguna recompensa, de búsqueda de mi propia felicidad o de un pietismo que podría ser incluso insolidario con las problemáticas del mundo.
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¿Acaso es malo que el cristianismo, en su caso, los cristianos, se preocupen de su influencia sociopolítica? Deberíamos ver si los creyentes podríamos responder a la pregunta esencial para la espiritualidad cristiana, sobre si la vivencia y práctica del Evangelio de Jesús, y el compromiso con los valores del Reino, implica también la preocupación y la búsqueda de la justicia en la tierra, en este mundo injusto de nuestro aquí y nuestro ahora, y no solo debe preocuparse la justicia de Dios a favor nuestro en forma de bendiciones o como justificación por la fe para salvación eterna en nuestra metahistoria.
¿Hay algo más en la vivencia de la espiritualidad cristiana? ¿Implica el seguimiento de Jesús el estar, necesariamente, atentos a las injusticias contra el prójimo, el estar ocupados en la promoción humana de los más débiles, los despojados y necesitados? ¿Nos debe llegar la vivencia de nuestra espiritualidad a buscar el trabajo práctico y comprometido a favor de los más débiles y oprimidos del mundo? ¿Debemos ser las manos y los pies de Jesús en medio de un mundo de dolor tendiendo a transformar con los valores del Reino aquellas estructuras de pecado y de maldad en un mundo tan desigual e injusto?
Si entendiéramos que la respuesta debería ser positiva, ¿no deberíamos preocuparnos por vivir el seguimiento de Jesús de una manera más comprometida con el mundo, incluyendo nuestra influencia sociopolítica, cultural y económica como un elemento liberador del sufrimiento de nuestro prójimo? ¿Tiene que ver algo el Evangelio con la acción social y el compromiso de vida a favor de los excluidos socialmente, con los pobres, los oprimidos y con la dignificación de aquellos que han sido tirados al lado del camino? ¿Busca el Evangelio y Jesús mismo la promoción humana de las personas?
Si la respuesta fuera positiva, quizás podría cambiar mucho la forma de vivir el seguimiento de Jesús. No tendría por qué parecernos feo que se pueda hablar de las influencias sociopolíticas que el cristianismo y sus valores pueden tener en un mundo en donde los creyentes fueran agentes del Reino de Dios, poniendo en práctica estos valores que nos ha dejado Jesús mismo. Si, el Evangelio y el seguimiento de Jesús tiene que ver mucho con nuestro compromiso con el mundo, tiene que ver con nuestra denuncia, se relaciona con nuestra búsqueda de la justicia y con nuestro trabajo en contra de los que abusan, en contra de los que oprimen y desequilibran el mundo con tan desiguales repartos.
Quizás nuestra predicación del Evangelio debería cambiar mucho, ser más práctica y que no fuera solamente la verbalización de la palabra, sino que junto al anuncio estuviera siempre la denuncia y la predisposición a la búsqueda de justicia para los oprimidos del mundo, sin olvidar nunca la práctica de la acción social evangelizadora y liberadora.
También implicaría muchos cambios en nuestros estilos de vida y prioridades siguiendo siempre al Maestro que entronca de una manera clarísima con el mensaje, la acción, la denuncia y la práctica profética. Quizás así, los valores cristianos podrían estar no solamente en la línea de la defensa de los Derechos Humanos que, a veces, son derechos formales que no llegan a ponerse en práctica de una forma válida y efectiva, sino que los valores cristianos deberían llevar al hombre, en nuestro aquí y nuestro ahora, mucho más allá en su compromiso de projimidad como nos enseñó el Maestro.
No digamos en cuanto al derecho al desarrollo de los pueblos, los derechos del niño, de los pobres, de las mujeres abusadas que conforman lo que hoy se llama la feminización de la pobreza. El cristianismo debería ser una fuerza imparable en todos estos ámbitos mostrando el compromiso de los seguidores del Maestro a quien decimos servir.
Los valores del Reino, los compromisos del Evangelio con el prójimo y con el mundo, no son solo para conocerlos y hacerlos en nosotros una especie de doctrina semimuerta, sino para practicarlos y, más aún, para vivirlos en compromiso de vida para con Dios y para con nuestro prójimo que ha sido apaleado y tirado a los márgenes de nuestra historia.
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No me digáis que, si fuera así, el cristianismo no sería una fuerza tremenda de transformación social, solidaria y dignificadora de los abusados, oprimidos, torturados y empobrecidos del mundo, escándalos humanos a los que los cristianos no deberíamos dar la espalda.
Por eso el título del artículo nos anima a no dar la espalda al compromiso sociopolítico. Lo deberíamos ver con naturalidad y, en el fondo, nos debería parecer corto en relación con el gran compromiso de projimidad que aceptamos cuando creemos en el Evangelio de Jesucristo.
Siempre creer implica el compromiso de amor y de acción, el compromiso de trabajar por la justicia en el mundo, sin que por ello no trabajemos también por un mensaje de liberación del hombre en la línea de salvación eterna que abarca mucho más allá de los ámbitos terrestres en los que nos movemos. Sin embargo, el compromiso con el prójimo en nuestro aquí y nuestro ahora, con todas las repercusiones económicas, políticas, sociales y culturales que ello tiene, es inevitable. Si no, habremos mutilado la fuerza del Evangelio.
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