El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
¿Cómo denunciar el mal de otros cuando no somos capaces de denunciar el nuestro propio; y además, en muchos casos lo justificamos?
Es difícil leer el A. Testamento y no ver la relación que hay entre las promesas que se dan allí y su cumplimiento que tienen lugar en el Nuevo Testamento, en la persona de Jesucristo.
Es una constante en la revelación divina, bíblica, que el mal atrae al juicio divino, a menos que haya un arrepentimiento de dicho mal.
Nuestra responsabilidad es la de predicar, tanto sobre el amor de Dios, como de las condiciones para poder recibirlo y disfrutar de él.
A todos aquellos pecadores que creemos en Él y le recibimos como Señor, Salvador y Maestro de nuestras vidas, Dios nos reviste con el ropaje resplandeciente de su santidad, justicia y verdad.
No es cuestión de comunicar conocimiento meramente, sino que dicho conocimiento deberá llevarnos siempre a acciones sabias, amorosas y compasivas que dejen en aquellos que nos conocen un buen “olor”.
Si quitamos de las Sagradas Escrituras el sacrificio expiatorio y propiciatorio que aparece desde Génesis hasta Apocalipsis, estamos mutilando una parte esencial de la revelación divina.
Si queremos llamarnos “cristianos”, discípulos y por tanto seguidores de Jesús, no deberíamos de renunciar nunca (¡nunca!) al Jesucristo que nos presentan las páginas del Nuevo Testamento.
Tener comunión es un asunto de actitud, de amor y del Espíritu Santo. Y cuando falta el amor, el Espíritu de Cristo está ausente; y eso por mucha verdad que se tenga o que se crea tener.
Muchos rechazan el amor de Dios sin más. Los tales se quedarán fuera; pero los que lo reciben disfrutarán de su presencia, su amor y su comunión desde aquí y por toda la eternidad.
La responsabilidad exige de cada ciudadano su contribución al bien común con aquello a lo cual ha sido dotado y llamado, comenzando desde el mayor hasta el menor.
El “motor” y la motivación de los creyentes debía (¡debe!) ser el amor sin el cual no sería posible la “edificación de la Iglesia”.
El guardar silencio, en algunos casos y sobre algunos temas, es una cuestión más de prudencia que de “no querer mojarse”.
La Revelación divina no nos fue dada para que especulemos sobre ella, sino para nuestra vida práctica.
El Dios que conoce los corazones, nos sigue y nos seguirá confrontando todos con nuestra forma de ser; y Él sabe hasta qué punto su preciosa obra ha calado en nuestros corazones.
Lo importante, es servir humildemente al Señor y bajo su dirección y en su nombre, llevar palabras de fe, esperanza, amor y restauración a los necesitados.
El estudiar teología es tarea de todo verdadero creyente. Cada uno desde su original encuentro con Dios, tiene como máximo objetivo el conocerle a él, a través de la persona de su Hijo Jesucristo.
El contexto religioso al cual la iglesia pertenece y en el cual se mueve, no puede servir de coartada para encubrir el delito.
Si el origen de la toda sabiduría es Dios y el principio que rige para poder adquirirla es “el temor del Señor” no tenemos más remedio que aplicarnos a esas realidades.
En el matrimonio cristiano, la igualdad debería darse sin necesidad de exigirla, sino reconociéndola con respeto y humildad.
Es nuestra responsabilidad el conocer y distinguir lo que es lo esencial de aquello que es transitorio, para no incurrir en “ser tropiezo” a nadie.
Lo que había sido anunciado por Dios acerca del dominio del hombre sobre su esposa, se convirtió en el dominio del hombre sobre la mujer en general, en el plano matrimonial, familiar, social, religioso y jurídico.
Una de las cosas primordiales que se dio en los grandes avivamientos de la Historia fue el reconocimiento y la confesión acompañadas del arrepentimiento y cambio de las vidas.
Los apóstoles no tuvieron mayores dificultades a la hora de contrastar sus posiciones y acordar que lo que predicaban uno y otros era el mismo Evangelio de Jesucristo.
Su padre les había enseñado a cada uno de sus hijos a respetar a Dios, a ser honrados y fieles en todo. Francisco era un joven noble y sencillo. Un hombre del cual el Señor Jesucristo hubiera dicho lo que dijo acerca de Natanael.
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