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La verdad y “lo políticamente correcto”

A veces lo que es correcto se niega, se oculta, se combate y se persigue, mientras que a lo que no lo es se le da la bienvenida, se afirma, se acepta y se abraza por una gran mayoría.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 13 DE AGOSTO DE 2025 17:45 h
Foto: [link] José Noguera[/link], Unsplash CC0.

Así es. La verdad no es lo “políticamente correcto”, necesariamente. Lo que es correcto no es necesariamente lo que una mayoría cree y mantiene en una sociedad determinada; sobre todo por motivos e intereses que nada tendrían que ver con la verdad.



A veces lo que es correcto se niega, se oculta, se combate y se persigue, mientras que a lo que no lo es se le da la bienvenida, se afirma, se acepta y se abraza por una gran mayoría. Así lo vemos tanto en la Biblia como en momentos determinados de la historia. Podemos ver algunos ejemplos en los libros de los profetas del A. Testamento.



Por ejemplo, en el libro de Isaías leemos cómo los valores morales y éticos se habían trastocado al punto de que el profeta, usando de un lenguaje sencillo denunció las injusticias y la confusión moral en las cuales vivían; pero una gran mayoría practicaban lo que era en ese tiempo “lo políticamente correcto”:



“¡Ay de los que juntan casa con casa y añaden campo a campo para tomar la tierra, a fin de morar ustedes solos en medio de la tierra! (…) ¡Ay de a los que a lo malo dicen bueno y a lo bueno malo, que ponen la luz como tinieblas y las tinieblas como luz, que consideran lo amargo como dulce y lo dulce como amargo!” (Is.5.8,20).



Nada de extraño tiene el que veamos pasajes semejantes al leído, dado que la clase política, la jurídica y la religiosa se habían corrompido aprovechándose y enriqueciéndose a costa del pueblo mientras tergiversaban la realidad de las cosas llamando a “lo malo bueno y a lo bueno malo”.



Nada de extraño tiene ese comportamiento, porque cuando las diferentes instituciones de un país se corrompen (da igual el tipo de gobierno que tengan) elementos como la verdad, la justicia y la ética quedarán fuera de la consideración de los gobernantes. En todo caso, importará si a ellos les conviene, si no, no.



Todo lo cual repercute negativamente sobre todos los gobernados en general y los débiles en particular. La verdad en situaciones como la descrita por el profeta Isaías es molesta para aquellos que viven y están asentados sobre la mentira, la injusticia y la corrupción. El profeta Miqueas, contemporáneo de Isaías, describe un panorama moral y ético pavoroso:



“Sus jefes juzgan por cohecho y sus sacerdotes enseñan por precio y sus profetas adivinan por dinero; y se apoyan en Yahwéh, diciendo: ¿No está el Señor con nosotros? No vendrá ningún mal sobre nosotros” (Miq.3.11).



En esas circunstancias “la verdad” sobre lo que pasaba y los intereses ocultos que existían no interesaba que se conocieran y los interesados harían todo lo posible para entorpecer la labor de los que tienen la responsabilidad de sacarla a la luz y denunciar los hechos.



Claro, para ese menester los cargos principales, sean políticos, medios de comunicación y aun los de carácter jurídico, son promovidos y ocupados por los que tienen el poder para favorecerlos a ellos.



De esto parece que tenemos bastantes precedentes en nuestro país. Esto es debido a que cada cual quiere tener el respaldo de aquellas instituciones que podrían favorecerles, tanto para implementar sus ideologías como para, llegado el caso, les libren de todos los cargos.



Así, siempre podrán encontrar las formas por las cuales pasan por encima de la ley para conseguir sus propósitos. ¿Hará falta poner ejemplos? Al final, la impresión que da la clase política es que la ley debe ser cumplida por todos los ciudadanos de a pie, menos… por ellos. Los profetas lo veían y por eso lo denunciaron:



“El derecho se retiró y la justicia se puso de lejos; porque la verdad tropezó en la plaza y la equidad no pudo venir. La verdad fue detenida y el que se apartó del mal fue puesto en prisión; y lo vio Yahwéh y desagradó a sus ojos, porque pereció el derecho” (Is.59.14-15).



Cuando lo políticamente correcto es lo que se instala e impone en una sociedad, la mayoría de la gente teme decir lo que piensa por miedo a que por no pensar y actuar acorde a cómo piensan los demás, lo señalen, lo critiquen, se burlen de él, le ninguneen o incluso le persigan y, si fuera necesario le “aniquilen” del espacio público.



No importa que digas la verdad o que estés a favor de una opción que sin ser “la verdad absoluta” sería tan válida como otra cualquiera.



Cuando desde el poder unos tratan de imponer su ideología como “la verdad absoluta” (sea la que sea) a los demás solo les queda, o sumarse al coro de lo políticamente correcto o sufrir las consecuencias.



Y si alguna vez pensamos que eso solo se podía dar en las dictaduras, estamos totalmente equivocados. Ahora también se da en las mal llamadas “democracias”.



Para sufrirlo en carne propia, solo tienes que afirmar lo contrario a lo que desde las autoridades políticas y los principales medios de comunicación (todos o casi todos comprados por el poder político y económico) se está afirmando y defendiendo desde hace ya bastantes años, con la llamada Agenda 20-30.



Y esto, sea en la esfera política, del arte, la académica, la biología, la educación, el lenguaje, el matrimonio, la familia, (¿se entiende bien?), etc. Da igual. Así han hundido la vida de muchas personas de distintas profesiones, “cancelándolas” y apartándolas del espacio público, por expresar una opinión diferente y no sumarse a “lo políticamente correcto”.



 



El profeta Micaías: Un ejemplo del pasado (2R.22.1-40)



El profeta Micaías tuvo que enfrentarse a una situación en la cual lo que le convenía a él era sumarse a “lo políticamente correcto”. ¡Y no fue el único! Acab, el rey de Israel, se empeñó en ir a la guerra contra el rey de Siria para reconquistar unas tierras que Acab creía que le pertenecían. Entonces hizo lo que se solía hacer: Consultar a los profetas disponibles con la finalidad de saber si tendría el favor de Dios en esa empresa.



Pero los profetas que aconsejaban al rey Acab eran de Baal, y por tanto falsos. Y como falsos profetas, eran bastante “listos”. Tener el favor del rey era tener el favor del poder. Así que todos les profetizaron de forma favorable: “Rey Acab, ve a pelear… y serás prosperado; porque Yahwéh de dará la victoria” (2R.22.12). Este testimonio era reforzado con las palabras unánimes de “todos los profetas”, los cuales “a una voz anuncian al rey cosas buenas”.



En ese punto tanto el rey como el pueblo que oían a los profetas falsos, estaban entusiasmados, cantando victoria antes de haber ido a la guerra.



Las profecías de aquellos falsos profetas les había subido la moral al rey Acaba y su ejército. Así el mal en forma de mentira, entró como una espada en el corazón de aquellos que no buscaban la verdad sino lo que querían oír auto convenciéndose de que la mentira era “la verdad”.



¡Que fácil es dejarse llevar por la mayoría “profética” de un país y de una cultura que pareciera estar dispuesta a desbancar y echar fuera a otra que por las razones que sean les molesta tanto! ¡Y no cabe la menor duda de que harán todo lo posible para conseguirlo!



Eso es lo que está ocurriendo desde hace tiempo en nuestra cultura occidental en la cual muchos defienden posiciones con respecto al matrimonio, la familia y otras cuestiones que hace 30 años hubiera sido imposible de enseñar y aceptar. Y la presión desde las instituciones es fuerte, dado que tiempo hace que se elaboraron leyes para apoyar “esas posiciones”.



Así que todos aquellos que se opongan a “lo políticamente correcto” seguramente van a tener que pagar un precio. Como mínimo el desprecio, el juicio y la condena de parte de la sociedad.



Y lo que es peor todavía: el hecho de que desde ciertas posiciones teológicas se han aceptado todas esas premisas atacando el texto bíblico, tergiversándolo y torciéndolo para que venga a decir lo que el texto nunca dijo.



Al fin y al cabo, más que la verdad del texto bíblico, lo que finalmente importa es “lo políticamente correcto” aunque no sea la verdad. ¡Qué más da! Lo importante es “el amor” y “que yo me siente bien conmigo mismo”.



 



Una voz prudente: Josafat, rey de Judá



Pero volviendo al texto bíblico aludido, en aquellos momentos de consulta por parte del rey Acab, estaba allí de visita Josafat rey de Judá, a quien Acab había pedido que le acompañara en aquella campaña militar.



Y Josafat era un rey justo, temeroso de Dios y prudente. Él no era como Acab, un impío codicioso, inmoral, asesino y corrompido ladrón.



Así que viendo que todos aquellos profetas de Baal profetizaban favorablemente al rey, le preguntó a Acab si había por allí algún profeta del Dios de Israel. Acab le dijo que sí, pero añadió:



“Aun hay un varón por el cual podríamos consultar a Yahweh, Micaías hijo de Imla; pero yo le aborrezco, porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal (1ªR.22.3-6. -El énfasis es mío-).



Así que la diferencia entre los 400 profetas de Baal y Micaías es que aquellos eran falsos, eran muchos y tenían el favor de la máxima autoridad, que era el rey.



En cambio, Micaías era el profeta de Dios, pero estaba solo frente a aquellos. Él representaba y tenía el favor de Dios, pero sufría prisión por causa de la verdad a la cual se mantenía fiel.



¡Cuántos y cuántos siervos y siervas de Dios se habrán encontrado en la misma situación que Micaías a lo largo de la historia de la Iglesia y que han sufrido (y están sufriendo) por causa de la verdad, y por no querer someterse al poder de la mentira establecida! O, dicho de otra manera, “lo políticamente correcto”.



 



Las dos alternativas del profeta Micaías



Por tanto, el rey Acab mandó llamar al profeta Micaías. El profeta tenía dos alternativas: Una, la de ponerse al lado de la mayoría profética, renunciando a decir la verdad, ganando el favor del rey Acab y librándose así de la prisión, viviendo “sin ningún problema” rodeado de favores del rey.



La otra opción era la de ser consecuente con lo que Dios le mostrara, y así anunciarlo al rey Acaba, sin temer a las consecuencias.



Así que el profeta Micaías fue llamado ante el rey; pero antes de llegar, el enviado del rey le dio esta advertencia:



“He aquí que las palabras de los profetas a una voz anuncian al rey cosas buenas; sea ahora tu palabra conforme a la palabra de alguno de ellos y anuncia también buen éxito (1ªR.22.13).



Micaías sabía que si era llevado ante el rey Acab, eso era una cosa seria. Así que tenía que enfrentarse de nuevo ante la prueba –para él, seguramente definitiva- de tener que escoger entre seguir manteniendo la verdad a pesar del sufrimiento, o renunciar a ella y con dicha renuncia evitar la prisión y el sufrimiento consecuente -¡y quizás la muerte!-



Pero Micaías tenía un compromiso con Dios y con la verdad de Dios; él quería ser consecuente con ella. Por eso contestó al enviado del rey Acab con estas palabras: “Vive Yahwéh que lo que el Señor me diga, eso diré”.



 



Micaías ante el rey Acab 2ªR.22.15-26



Seguramente el profeta Micaías no estaba en las mejores condiciones para presentarse ante el rey. Así que tuvieron que asearle y adecentarle bastante.



Una vez que estuvo delante del rey Acab, éste le preguntó de forma enfática y directa si él tendría el favor de Dios para ganar la victoria en la guerra que pretendía llevar a cabo.



Entonces, Micaías le contestó con ironía: “Ve a pelear y serás prosperado, y Yahwéh entregará (la ciudad) en tus manos” (v.15). Entonces, el rey Acab que había percibido la ironía del profeta, le recriminó y le exigió que le dijera la verdad: “¿Hasta cuántas veces he de exigirte que no me digas sino la verdad en el nombre del Yahwéh?”



En el fondo los impíos saben que lo son y que lo que ellos creen, sostienen y practican no es conforme “a la verdad que está en Cristo Jesús” (Ef.4.20-21) sino verdad a medias; verdad tergiversada y torcida; y sobre todo suelen usar términos “bonitos” como “amor” “justicia”, “libertad”, “derechos”, etc., que en su esencia poco o nada tienen que ver con los que son propios del mensaje divino.



Y eso confunde bastante a las personas. Ellos lo saben, pero se afirman en su mentira. En mucho y en el fondo, es lo que dijo el Apóstol Pablo:



“No sufrirán la sana doctrina sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído…” (2ªTi.4.3-4).



Todo lo cual tiene sus nefastas consecuencias. No importa cuántos defiendan una idea, ni cuántos tengan una postura acerca de temas esenciales.



Una gran mayoría no necesariamente tiene razón porque sea mayoría. Y más tarde o más temprano tendrán unas fatales consecuencias para los individuos y para toda la sociedad que ha sido así conformada por todos cuantos mueven los hilos del poder.



Seguiremos …


 

 


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