La iglesia, cualquiera que sea donde esté presente, tiene la responsabilidad de estudiar, reflexionar, tomar nota y poner en práctica todos y cada uno de los aspectos de la “Gran Comisión”.
Uno de los errores en los cuales caemos cuando pensamos en la evangelización es limitarla solo a lo que es el anuncio del evangelio. Pero eso no es cierto.
En realidad, como veíamos en la anterior exposición el anuncio del evangelio es solo una parte de la Gran Comisión (A partir de ahora G.C.) que Jesús encargó a sus discípulos y de la cual forman parte las enseñanzas de Jesús y el acompañamiento a los nuevos discípulos en el aprendizaje y puesta en práctica de lo aprendido.
Efectivamente, en esta serie de versículos vemos cuál es el proceso por medio del cual las personas reciben el evangelio que les ha sido anunciado, se integran en la iglesia y pasan a vivir una experiencia tal y como en tales versículos se expresa.
Comienza con la predicación del apóstol Pedro, haciendo un llamado a cumplir con las condiciones marcadas por Dios mismo y que son el arrepentimiento, la fe y el bautismo (v.38-30); medios por los cuales son salvos y añadidos a la iglesia, con las bendiciones prometidas por Dios a los creyentes (Hch.2.38-41,47).
Pero ellos no se quedaron solo como miembros de la comunidad cristiana sin expresar por medio de sus vidas lo que habían experimentado e iban aprendiendo de los que les condujeron al Señor.
El texto bíblico nos habla, de forma resumida, en qué consistían sus principales ocupaciones:
“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan, y en las oraciones” (Hch.2.42).
Esta es la segunda parte del cumplimiento de la evangelización y la G. C. Y sin ella, el trabajo de la evangelización no habría sido hecho de forma completa.
El “perseverar en la doctrina de los apóstoles”, “la comunión unos con otros”, “el partimiento del pan” así como “las oraciones”, todo formaba parte de lo que el Señor les dijo: “Enseñándoles que guarden todas las cosas que yo os he mandado” (Mt.28.19-20).
Por tanto, en el cumplimiento de la G.C., no hay unos elementos más importantes que otros. Al hablar de una iglesia sana y madura no hemos de resaltar un aspecto por encima de los demás.
Sin embargo nosotros tendemos a valorar unas cosas más que otras. Por ejemplo, unos dirán que la doctrina (o “sana doctrina”) se ha descuidado y mientras que no se recupere no será posible ser una iglesia espiritual y madura.
Pero otros valorarán más el tema de “la comunión”: “La comunión es algo que no se valora nada; una iglesia que reduce la comunión a verse los domingos y poco más, no es la iglesia del Señor; cuando recuperemos la comunión esta iglesia será una iglesia viva”.
Sin embargo aun otros dirán que “es la oración lo que falta”; y añaden: “Los cultos de oración son el termómetro de la espiritualidad de una Iglesia. Basta ver los asistentes al culto de oración para ver el nivel de espiritualidad de la iglesia”.
Pero la verdad es que si una iglesia está empeñada en cumplir con su misión, es decir evangelización/gran-comisión, será una iglesia viva, que tendrá en cuenta cada uno de los aspectos mencionados en el versículo citado, sin que nada pueda impedir que cada uno de ellos se den en la iglesia.
Pero en la práctica, ni la forma ni el lugar es lo más importante; el hecho es que se den y que se experimenten.
Después de lo dicho anteriormente veamos cómo se hacía en el libro de Hechos de los Apóstoles:
1.- En cuanto a la predicación y enseñanza (Hch.2.42).
El texto bíblico nos dice que “todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo” (Hch.5.42). Esa declaración nos da una orientación acerca del tiempo y el lugar.
Esto es algo que se hacía también en otras iglesias de lugares tan diferentes a la de Jerusalén (Ver, Hch.20.20; 28.30). Pero en cuanto al lugar y tiempo, la vida y aun la propia cultura han cambiado tanto que no deberíamos caer en el literalismo y pretender hacer todas las cosas acorde con todo-lo-que-dice-el-texto-bíblico.
En algunas culturas es posible verse “todos los días”; pero en otras, sencillamente, no es posible. Tratar de cumplir con ese “detalle” es muy arriesgado y estaremos abocados a chocar con una realidad que sobrepasa, con mucho, nuestros “buenos deseos” sufriendo una gran frustración.
Pongo por caso que con los medios que tenemos hoy sería una lástima que desecháramos las oportunidades que se nos brindan a través de ellos.
Y es que, mientras que escribía esto, recibí una llamada de alguien que necesitaba una orientación sobre cierto asunto.
Hace treinta años, hubiéramos tenido que “quedar un día para vernos y hablar sobre ello”. Estoy seguro que además, de ese asunto se hubiera saltado a otro y hubiéramos empleado un par de horas o tres hablando sobre varias cosas.
Sin embargo, el vernos por zoom, nos proporcionó la oportunidad de hablar tranquilamente, con toda confianza y sin ningún problema de comunicación.
Al final, una gran satisfacción por ambas partes por todo lo compartido y la oración final. Este tipo de comunicación no debería anular el personal, pero tampoco debería ser desechado como perjudicial o inútil.
Al contrario, en relación con el tema de la enseñanza puede cumplir y cumple una función eficaz y altamente positiva. Y no podemos negar el papel tan esencial que ha jugado todo el tiempo que duró la pandemia de la Covid-19.
Durante todo ese tiempo hemos descubierto que las técnicas de comunicación modernas pueden usarse de forma eficaz y para la gloria de Dios. Eso sí, con la prevención de que dichos medios no vengan a anular un mejor medio como es el contacto personal. Todo lo cual también forma parte del cumplimiento de la G. C. que el Señor dio a su iglesia.
2.- En cuanto a “la comunión unos con otros” (Hch.2.42)
En el griego el término comunión es koinonía y significa compañerismo, compartir, participación. En primer lugar es una comunión -compañerismo y participación- con el Señor Jesús (Ver, Flp.1.7; 3.10).
Él por medio de su persona y obra nos ha reconciliado con Dios, quitando el impedimento que había entre Dios y nosotros, de tal manera que ha hecho posible “nuestra comunión… con Dios y con su Hijo Jesucristo” (1ªJ.1.3). Pero también ha hecho posible quitar los muros de separación entre los seres humanos para que se dé esa misma comunión entre nosotros.
¿Qué significa eso, en la práctica? Significa que nada bueno o malo que les pase a nuestros hermanos nos debe ser ajeno y hemos de estar ahí cuando sea necesario para ayudarles en lo que necesiten: “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran” (Ro.12.15) son formas de participar, tanto del gozo como de la tristeza y llanto de nuestros hermanos en la fe.
Es posible que la sociedad se vuelva cada vez más egoísta y por tanto, cada vez con menos tiempo para lo que es verdaderamente importante: “No hay tiempo”, decimos; “no puedo”, afirmamos; “tengo otras responsabilidades”, nos excusamos.
Y así nos vamos alejando unos de otros; aunque aparentemente estamos “cerca”. De esa manera limitamos la comunión a los cultos de iglesia y muy poco más.
Pero decimos: “Hemos tenido un buen tiempo de comunión”. Y así hasta el culto siguiente; quizás de domingo en domingo. Luego, se dan casos como el que me contó hace años un muy buen hermano, ya mayor, que estaba asistiendo a una iglesia por el norte de España:
“En la iglesia había una familia de inmigrantes que necesitaba ayuda… Pero al parecer la iglesia no tenía medios para ayudar. Sin embargo, al cabo de un año la dirección había realizado un proyecto para edificar un local que costaba mucho dinero. Viendo el panorama, dejamos la iglesia en el momento que lo supimos”.
Lógicamente, eso no es “koinonía”. Eso no es comunión, compartir, compañerismo... Eso es negar la obra de Dios en Cristo a nuestro favor para que se pueda producir la comunión con Dios y entre los hermanos.
Una lectura rápida de los primeros capítulos del libro de los Hechos nos presenta una serie de “fotografías” de la vida de la iglesia en la cual se compartía la Palabra, pero también se compartían el tiempo, el pan, el vestido, la vivienda… tal y cómo el Señor había enseñado a sus discípulos (Mt.25.1-46, con Hch.2.43-47; 4.32-35) 1.
Pero esa comunión que se expresó “compartiendo” lo material además de los espiritual, se dio primero en Jerusalén. Ellos se ocuparon de forma sostenida de los pobres y las viudas, mediante un sistema de ayudas, presidido por hombres “llenos de Espíritu Santo y sabiduría” (Hch.6.1-6) que atendían a esto de forma permanente.
Actitud y disposición que parecía estar arraigada en el corazón de los apóstoles y que comunicaron a los demás líderes de la fe cristiana, tal y cómo se ve en Hechos 20.33-35, en Gálatas, 2.10, y allí donde una iglesia había sido fundada (Ver, 1ªTi.5.9-11; 6.17-18; Tito, 3.8,14). Pero esto también formaba parte práctica de la G. C.
Esta no se define solamente en base a predicar el Evangelio o lo que conocemos como “la evangelización”, sino también a “enseñar que guarden todas las cosas que yo os he mandado” (Mt.28-19-20).
3.- En cuanto al “partimiento del pan” (Hch.2.42)
Sin duda, esta es una referencia general a la celebración y conmemoración de lo que conocemos como “la Santa Cena” o: “Mesa del Señor”.
Al parecer, muy al principio se celebraba con mucha frecuencia pero después parece que dicha conmemoración se redujo al “primer día de la semana” (Hch.20.7-12. Ver también 1ªCo.16.2) que después se fue reconociendo como “el Día del Señor” por haber sido el día en el cual el Señor Jesús resucitó de los muertos y apareció vivo a las mujeres y a sus discípulos (Lc.24.1-12,36-49; J.20.19).
Celebración y conmemoración que por no ser un mandamiento directo de parte del Señor, sí se lleva a cabo por la tradición más antigua que dejaron los Apóstoles y primeros cristianos y que es “el primer día de la semana”, es decir el domingo.
Pero luego, es con esta celebración que los creyentes, reunidos en la presencia del Señor, participan de la comunión con Él al recordar lo que el pan y el vino representan, gozándose por tan grandes bendiciones recibidas a través de la obra de Dios en Cristo, “el cual nos ha sido hecho por Dios, sabiduría, justificación, santificación y redención” (1ªCo.1.0).
Declaración esta del Apóstol Pablo, que arrojaría mucha luz a los creyentes de Corinto que no habían entendido lo que significaban el pan y el vino, que estaban presentes en la celebración de la Mesa del Señor, dado que tenían tantas divisiones entre ellos (1ªCo.11.17-22).
Pero no hemos de dejar de ver que al hacerlo tal y cómo el Señor y los Apóstoles enseñaron estamos cumpliendo también con la Gran Comisión, dado que –en palabras del Apóstol Pablo: “Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga” (1ªCo.11.23-26).
4.- En cuanto a “las oraciones” (Hch.2.42)
Muchos han deducido de este versículo que aquí lo que tenemos son cuatro encuentros o “cultos”: El encuentro para la enseñanza, otro para la comunión, otro para la celebración de Santa Cena y otro para la oración. Pero en la mente del autor de Hechos no creo que estaba pensando en términos de “cultos”.
Lo cual no necesariamente está mal que se tengan. Pero de ahí no se desprende que tengamos que tener un “culto de oración”; y sobre todo que se diga que… “Los cultos de oración son el termómetro de la espiritualidad de la Iglesia”.
Los que así hablan tienen en su mente “el culto de oración” como algo que está establecido en la Palabra de Dios, y seguramente porque es posible que hayan tenido una buena experiencia en relación con algún “culto de oración” en los primeros días de su fe cristiana.
En cuanto a esto último no hay que ponerlo en duda; pero la experiencia de uno no debe ser establecida como norma para los demás (¡ni para uno mismo!).
Pero en cuanto a que el “culto de oración” sea algo que está establecido en la palabra de Dios, nada de eso es verdad. En todo caso, la iglesia de Jerusalén la vemos orando en las casas por distintos motivos, con más o menos intensidad, acorde a la necesidad y al momento que estaba viviendo.
Al respecto, sería bueno ver y leer todos los textos que hablan de la oración en el libro de los Hechos. Ahí veremos los tiempos, los motivos, los lugares, las ocasiones y los intervinientes. Ahí no vamos a encontrar ningún “culto de oración”; pero sí vamos a encontrar una iglesia que oraba tal y cómo ya hemos dicho.
Hace tiempo una iglesia que dejó el llamado “culto de oración” porque acudía apenas un 6/7% al mismo, pasó a orar como nunca, debido a que se estableció en la iglesia la división por grupos pequeños (entre 7-12 miembros) para reunirse entre semana, en los que no solo se tiene enseñanza, sino que se comparten problemas y al final, se da un tiempo para orar por lo que preocupa a la iglesia en general y a los miembros del grupo en particular.
Así, toda la iglesia –o la mayor parte de la misma- ora. Entonces ¿Por qué queremos ir contra corriente de lo que vemos en la misma palabra de Dios, creyendo en algo que se hace más por tradición que porque esté recogido en las Escrituras? 2
Eso además de experimentar ¡que no funciona y trae más frustración que bendición, que otra cosa, a los hermanos y hermanas de la comunidad!
Entonces, también en relación con este tema de la oración, cuando se da como vemos que se daba en el libro de Hechos de los Apóstoles, estamos cumpliendo con la G. C., dado que forma parte de “las cosas que yo os he mandado” que dijo Jesús.
Al llegar al final de estas cuatro exposiciones nos afirmamos más en que el cumplimiento de lo que llamamos “evangelización” no se da solo con el hecho de predicar o anunciar el Evangelio.
Esa es solo una parte esencial de lo que llamamos “Gran Comisión” que el Señor dio a sus discípulos, y que engloba cada uno de los aspectos que aparecen en ese versículo de Hechos 2.42.
Por tanto, la iglesia, cualquiera que sea donde esté presente, tiene la responsabilidad de estudiar, reflexionar, tomar nota y poner en práctica todos y cada uno de los aspectos de esa “Gran Comisión”.
Sin ese cumplimiento las personas no podrán conocer el Evangelio y no podrán disfrutar de la comunión con Dios por medio de la oración, en calidad de “hijos e hijas” (2ªCo.6.16-18), ni tampoco sabrán lo que es comunión con todos aquellos que han tenido la misma experiencia de salvación, recibida por la gracia de Dios. Y sobre todo, experimentar estas realidades de forma colectiva, en el seno de la comunidad cristiana.
1. Este cuadro espiritual y social de la Iglesia en Jerusalén, ha suscitado mucha discusión dado que tal comportamiento que llevaba a los creyentes a “vender sus propiedades” para compartirlas, más pronto que tarde, invariablemente, llevaría a la iglesia a más pobreza. Al respecto hemos de decir que fue un gesto espontáneo, general de toda la iglesia, sobre el cual planeaba la soberanía de Dios. Dios sabía que la persecución vendría sobre la iglesia y que ésta saldría huyendo de Jerusalén “con lo puesto”, perdiéndolo todo. Así que si no hubieran vendido sus propiedades las hubieran perdido más tarde. Pero habiéndolas vendido, además de ayudar a sus hermanos necesitados dieron un testimonio vivo del amor de Dios en Jerusalén. Principalmente al liderazgo religioso. Un testimonio vivo y gozoso (Ver Heb.10.34).
2. Al respecto, ver el artículo que fue publicado en Protestante Digital sobre el llamado “Culto de Oración”
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