No es cuestión de comunicar conocimiento meramente, sino que dicho conocimiento deberá llevarnos siempre a acciones sabias, amorosas y compasivas que dejen en aquellos que nos conocen un buen “olor”.
“Sin embargo, gracias a Dios que en Cristo siempre nos lleva triunfantes y, por medio de nosotros, esparce por todas partes la fragancia de su conocimiento” (2ªCo. 2.14)
En los años de mi niñez, vivíamos en el campo y llegado el tiempo de la primavera, al salir fuera de casa éramos envueltos por multitud de aromas que absorbíamos casi sin darnos cuenta.
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Así que éramos conscientes de la llegada de la primavera; por una parte por el colorido del campo a causa de las distintas flores que después de las lluvias emergían y que, semejantes a grandes mantos cubrían todo el campo de un multicolor fascinante; pero por otra parte, era el característico olor; la suma de los diversos olores de tantísimas clases de flores.
Así que en nosotros quedaba registrada, aún sin saberlo, una “memoria olfativa” de todos aquellos perfumes naturales. Luego, a pesar de los años transcurridos, ya en la ciudad, el olor del campo en primavera sigue trayendo a mi memoria esos años de nuestra niñez y los recuerdos de los mismos olores que percibía cuando era niño.
Interesante eso de los olores, porque después, desde los 14 hasta los 20 años -1960-1966- estuve trabajando en un lugar cerca del cual había una “fábrica de café” (así le llamaban).
Seis años, y en tiempo que se podían tener las ventanas abiertas, nuestro habitáculo de trabajo era invadido por un intenso olor a café. Luego, tras aquel trabajo, durante bastantes años hubo temporadas en las que todo me olía a café, recordándome mi trabajo cerca de aquella “fábrica” 1; aunque tal impresión olfativa desapareció con el tiempo.
Hace ya años leí el libro de mi amigo y hermano, el pastor y escritor Pedro Gelabert, titulado: “Dios con los cinco sentidos”. En el mismo explica que “cuando aspiramos, las sustancias volátiles que nos envuelven desprenden vapores que, por nuestro órgano olfativo, llegan al cerebro, que los interpreta y los deja registrados” 2
Ésa es la razón que explicaría lo que a mí me pasaba con la memoria olfativa relativa a los distintos aromas que desprende el campo en primavera y al olor a café mencionado. El apóstol Pablo usando el término olor de forma metafórica dice que los que fuimos rescatados por Jesucristo de las fuerzas que nos dominaban y esclavizaban, fuimos incorporados a su desfile victorioso de forma que “por medio de nosotros, esparce por todas partes la fragancia de su conocimiento”.
Según las Sagradas Escrituras, es verdad que Dios revela cierto conocimiento “a través de las cosas que han sido hechas, de manera que –los hombres- no tienen excusa” (Ro. 1.20).
Así que cuando observamos el macrocosmos y el microcosmos, podemos “oler” (ver) gran parte de la gloria de Dios a través del poder, la sabiduría, el orden y el propósito que encierra la creación y que nos lleva necesariamente a ese gran “perfumista”, que es Dios 3.
Pero no será sino a través de una revelación especial, que Dios derramará un mayor y más intenso perfume… el perfume de su amor, su verdad, su justicia, su bondad y compasión misericordiosa que fue manifestado a través de su propio Hijo Jesucristo. Él expresó el verdadero y más completo perfume del conocimiento de Dios en una vida que “olía bien” con la finalidad de bendecir siempre (Hechos 2.22; 10.38; Ef.5.1-2).
La consecuencia que se sigue de lo dicho anteriormente, es que todos aquellos que hemos participado del olor del conocimiento de Dios en la persona de su Hijo, deberíamos manifestar el mismo olor que Él manifestaba. Y eso no solamente a través de nuestras palabras sino de nuestra conducta.
De otra forma… “El que dice: Yo le conozco y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso y la verdad no está en él” (1ªJ. 2.4). Solo viviendo como a Él le agrada estaremos esparciendo los aromas que dicho conocimiento divino nos ha sido comunicado y contribuyendo a que queden registrados en la memoria olfativa de muchos.
Pero no debemos equivocarnos. No es cuestión de comunicar conocimiento meramente, sino que dicho conocimiento deberá llevarnos siempre a acciones sabias, amorosas y compasivas que dejen en aquellos que nos conocen un buen “olor”, un buen recuerdo; una bendición.
En palabras del Señor Jesús “ni aun un vaso de agua quedará sin recompensa” (Mt.10.42). Pero en este caso no es tanto por la recompensa, sino porque la persona que recibió ese “vaso de agua” en su necesidad fue grandemente bendecida.
Y esa acción aparentemente insignificante produjo un “olor” en aquel que lo recibió que habrá quedado registrado en su “memoria olfativa” el resto de sus días. Y al parecer, dicho “olor” también sube hasta el trono del Altísimo.
Lo otro, el mal comportamiento, las palabras que no son fiables, la traición, el "escurrir el bulto" cuando alguien nos pide ayuda, la irresponsabilidad, el hacer las cosas mala cuando sabemos hacerlas bien, el decir una cosa y hacer lo contrario y un largo etcétera, no dejará sino un "mal olor" que también será recordado en aquellos que nos conocieron.
Eso dejará nuestro testimonio al nivel de los aromas que desprende un estercolero al cual nadie querrá acercarse. Es para pensarlo, pues aún los creyentes podemos disimular a base de religiosidad y creernos que lo estamos haciendo bien.
Eso, por decirlo así, es como alguien que oliendo mal pretende disimular su mal olor aplicándose mucho desodorante y/o mucha colonia. Pero los que nos conocen, se darán cuenta de la realidad. Por tanto, es bueno preguntarnos a nosotros mismos: ¿Qué fragancia estamos esparciendo nosotros?
1. En realidad aquella descripción no era adecuada, dado que el café no se “fabrica”. En todo caso se ocupaban de recibirlo, procesarlo, embasarlo y ser proveedores para su venta a establecimientos de venta al público. Sin embargo, le llamaban “la fábrica de café Saimaza”; marca de café muy conocida por aquel entonces.
2. Ed. Ediciones Minotauro 2005 Barcelona. P. 86.
3. Cuando nos referimos a “la gloria de Dios” nos estamos refiriendo, tanto al carácter de Dios como a sus atributos, parte de lo cual se perciben a través de la creación (Sal.19.1-2; Ro.1.18-20)
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