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No creáis a todo espíritu

Si queremos llamarnos “cristianos”, discípulos y por tanto seguidores de Jesús, no deberíamos de renunciar nunca (¡nunca!) al Jesucristo que nos presentan las páginas del Nuevo Testamento.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 26 DE MARZO DE 2025 17:15 h

¿Podemos modificar sustancialmente la cristología del Nuevo Testamento y seguir llamándonos cristianos? No lo creo ¿Qué tal negar el nacimiento virginal de Jesús, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo?



Al negar esa esencial verdad respecto de la entrada de Jesús en el mundo, por medio de su encarnación todo el significado y sentido de su persona y su obra se perdería: El quién, el qué, el cómo y el para qué se verían totalmente afectados.



Porque entonces todos los que nos llamamos cristianos estaríamos alimentando nuestra alma con el humo de la fantasía, del mito, en el sentido de que nada con respecto a aquel milagro de la encarnación del Verbo de Dios, es verdad.



¿Podemos igualmente, negar el carácter redentor y expiatorio de la muerte de Jesucristo y seguir confesándonos cristianos, seguidores del Maestro, Salvador y Señor nuestro? ¿Era realmente el Señor nuestro Redentor o es que la “primera comunidad de discípulos” lo interpretaron así, condicionados e influenciados como estaban por su propia teología veterotestamentaria y judía?



Pero ¿qué tal si negamos la resurrección corporal de Jesús contradiciendo el testimonio de los testigos que le vieron resucitado, incluyendo al feroz Saulo que perseguía con tanto odio y saña a los discípulos de Jesús? ¿Podemos afirmar que la resurrección de Jesús fue una “resurrección espiritual en los corazones de sus discípulos”, pero que no fue física? Entonces, ¿Qué fue lo que vieron los muchos testigos que afirmaron una y otra vez, que vieron a Jesús resucitado y muchos de los cuales dieron su vida a causa de ese testimonio?



Si queremos llamarnos “cristianos”, discípulos y por tanto seguidores de Jesús, no deberíamos de renunciar nunca (¡nunca!) al Jesucristo que nos presentan las páginas del Nuevo Testamento y el cual fue anunciado desde la antigüedad por los profetas del Antiguo Testamento. No olvidemos aquel antiguo dicho atribuido al gran teólogo, Agustín de Hipona: “El Nuevo Testamento en el Antiguo está escondido, pero el Antiguo Testamento en el Nuevo es revelado”.



 



El carácter y la naturaleza de la persona de Jesús y de su muerte



El Jesús que nació en Belén, niño por un lado pero Hijo del Dios viviente por otro (Is.9.6-7) no se deja domesticar por los hombres. No aceptará que le nieguen o se le cambien sus dos perfectas naturalezas: La humana y la divina; pero tampoco aprobará a los que, con argumentos humanos, aparentemente sabios y profundos transformen el carácter de su persona y de su obra redentora rebajándola al nivel de un ser humano que entendió mejor que nadie a Dios y su forma de vivirlo; ni tampoco aceptar que fue solo “un ejemplo de amor maravilloso” al cual hemos de imitar. Porque el ejemplo más maravilloso que se desprende del Jesucristo crucificado, es el que tiene en cuenta estas tres realidades:



1.- Que Jesús era el Hijo de Dios que se hizo hombre con propósitos de revelación y salvación. (J.1.14,18; 3.16-17; Luc.9.56; 19.10; 1ªTi.1.15).



2.- Que la muerte de Jesús es la muestra más sublime del amor misericordioso de Dios por la humanidad caída; pero a su vez, Dios mismo cumplió en la muerte de Jesús con toda justicia, para que esta no cayese sobre nosotros pecadores. Así su muerte en la cruz se convirtió en una muerte expiatoria, propiciatoria y redentora: liberadora, justificante, sanadora y restauradora para con “todos cuantos crean en él…” (J.3.18; Hch.10.43; 26.18; Ro.3.23-25; Col.1.12-14).



3.- Que Jesús resucitó de los muertos, siendo reivindicado por Dios ante el mundo que lo condenó como a un criminal a la muerte en la cruz, y para hacer eficaz, de forma completa y segura, su obra salvífica en todos cuantos creyesen en Él. (J.16.8-9; Hch.2.32-33; 3.14-15: Ro.1.4)



Entonces, no hay “ejemplo” salvífico posible aparte de esa triple realidad revelada en las Escrituras y que constituye “la sabiduría de Dios” expresada, declarada, manifestada y proclamada contra toda otra “sabiduría humana”, por muy de “alto nivel teológico” que sea: “Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1ªCo.1.23-31).



 



Un mal ejemplo que no hemos de imitar



Hace unos veinte años me regalaron un libro que no llegué a leer. Lo leí, por fin, hace unos tres años. El autor, un famoso escritor llamado Endo Shusaku, y de quien también leí alguna reseña positiva acerca de su obra, titulada: “Jesús”. 1



El autor, un novelista japonés, muy conocido y respetado como escritor. Él profesaba la fe católica romana desde los 11 años. Así que en su momento escribió la obra mencionada antes. Obra que como indica el título es dedicada enteramente al Jesús de los evangelios.



Sin embargo, e independientemente del respeto que merece la fe de cualquier persona y su propio contexto personal y cultural, uno esperaría que al hablar de Jesús cualquier autor se ciñese a lo que dice el texto sagrado. Pero en la obra citada podemos encontrar algunas declaraciones que se hacen difíciles de aceptar. Da la impresión de que en vez de leer los evangelios tal cual, hubiera estado leyendo una novela en la cual los autores escribieron lo que nunca sucedió, pero que ellos imaginaron.



Pondré algunos ejemplos de esto que afirmo:



1. El primero es la alusión que hace a la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén montado en un pollino y sobre el cual Endo afirma:



“La fe transciende, con mucho, la trivialidad de los hechos no-esenciales y, consiguientemente, las escenas son verdaderas, en los más profundo de sus corazones, los creyentes de aquella generación quisieron que lo fueran. Es perfectamente posible que Jesús no cabalgara a lomos de aquel pollino, sino que, decidido como estaba a entregarse a la muerte, seguramente prefirió entrar en la ciudad sin grandes alharacas. Pero tras la muerte de Jesús, aquellos que no podían olvidarse hicieron que su entrada en Jerusalén coincidiera con las palabras de Zacarías 9.9, a fin de crear una escena gloriosa que simbolizara para ellos la realidad del Mesías Salvador.” (P.151-152. Los énfasis son míos).



Ante estas afirmaciones no es necesario decir nada más, excepto que es cosa extrañísima que los autores bíblicos lleguen a escribir lo que imaginaron pero que en realidad no sucedió. Al final los resultados para muchos es que “el cristianismo está fundando sobre una sarta de mentiras”. Y estos resultados no se dan solo en aquellas almas que no tiene formación; a menudo se da también en otros muchos que tienen mucha formación. También los hemos conocido.



2.- En el segundo ejemplo Endo Shusaku se extraña y a la vez se pregunta por qué los discípulos no fueron arrestados cuando Jesús fue arrestado o incluso posteriormente. Entonces, en vez de creer lo que dice el texto bíblico, afirma que los discípulos…



“Escogieron a Pedro para representarles y sirviéndose de alguna persona que conociera al sumo sacerdote, el mismo Pedro acudió al palacio de Caifás para interceder a favor del grupo (…) Lo cual nos permite suponer que ambas partes habrían llegado a algún tipo de acuerdo. Así pues, Pedro y los demás no solo abandonaron a Jesús. Por decirlo con franqueza, fueron tan traidores como Judas. Los discípulos negaron a Jesús ante Caifás, sumo sacerdote y presidente del Sanedrín, y prometieron no volver a tener la más mínima relación con él. A cambio de esa negación y esa promesa evitaron ser detenidos. Al menos así es como lo veo yo” (Pg.183).



Esta “hipótesis” es del escritor, como él mismo afirma. Pero, ante el sencillo y del todo verosímil relato de los evangelios ¿Qué necesidad hay de inventar “hipótesis”, para hacer decir al texto bíblico lo que no dice? Pero así son las cosas con ciertos lectores y estudiosos del Nuevo Testamento.



3.- El tercer ejemplo está relacionado con la resurrección de Jesús y su aparición a dos discípulos suyos que iban “camino de Emaús” (Lc.24.13-35). El autor del libro citado, describe esos hechos de forma bastante confusa. Pero la conclusión a la cual llega es del todo interesante. Y lo deja claro con varias afirmaciones:



“No se trataba de un acto de meditación abstracta, sino de una realidad tangible y en absoluto metafórica. Jesús no estaba muerto. Más aún: llegaron a tener la sensación de que Jesús les estaba hablando realmente (…) Su estado de ánimo era como el de un niño que ha perdido a su madre y que, a pesar de ello, aún puede sentir junto a él su cálida presencia (P.253).



Y en otra declaración, añade:



Ni siquiera los historiadores del Nuevo Testamento son capaces de presentar una sola prueba concluyente y, en cuanto puros historiadores, a lo más que pueden llegar es a afirmar con Bultmann que: ‘Jesús resucitó en entre los muertos en virtud de la fe (de los discípulos)’” (P.254; -los énfasis son míos-).



Pero a diferencia del Credo Apostólico, donde se recoge la resurrección de Jesús, como un hecho histórico que el creyente ha de creer y confesar, el autor de la obra citada -siguiendo a los eruditos que así lo han afirmado- ni lo afirma ni lo confiesa.



Así se podrían llenar algunas páginas con declaraciones semejantes, pero basta con estos ejemplos que ponen de manifiesto –según el criterio del escritor mencionado- la poca confianza que nos debe inspirar el relato evangélico sobre la persona y obra de Jesús, a juzgar por la cantidad de invenciones de los testigos oculares, acerca de los hechos de su Persona y de su obra.



El testimonio de las Escrituras es más fiable que el de los hombres (1ªP.1.23-25; 2ªP.1.19-21)



Sin embargo, por poner uno de los ejemplos del Nuevo Testamento, a aquel rabino judío, Saulo, enemigo acérrimo de la iglesia de Jesús a tal punto que la perseguía con saña, le apareció Jesús resucitado y glorioso con el propósito de transformarlo y hacerlo su apóstol para enviarlo a predicar aquel Evangelio que antes había perseguido.



Y a él ni siquiera los apóstoles que lo eran antes que él tenían que convencerle de que Jesús había resucitado de los muertos. Saulo/Pablo, lo sabía muy bien, porque lo había visto y dio testimonio de él hasta dar su vida por ese mismo testimonio. Por eso escribió:



“Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado; y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último, como a un abortivo, me apareció a mí…” (1ªCor.15.1.10)



En todo esto que venimos diciendo, es importante que tengamos en cuenta el testimonio de lo que fue recogido anteriormente por “las Escrituras” del Antiguo Testamento. Pero luego también hemos de atender a la experiencia de los que fueron testigos de todo lo referente a Jesucristo; incluida-también-la-resurrección-corporal-de-Jesús.



Porque si nada de eso que nos dejaron los testigos que lo vieron, lo oyeron, lo tocaron, lo contemplaron y lo palparon” (1J.1.1-3) es verdad, “nuestra fe es vana, estamos en nuestros pecados todavía y somos los más dignos de lástima de todos los hombres”. (1ªCo.15.17-19).



¡No! No da igual creer lo que dice la Sagrada Escritura que creer lo que dicen los hombres, por muy sabios que estos sean. Ya en el primer, segundo y hasta el cuarto siglo surgieron hombres que enseñaban acerca de Jesús cosas que no eran ciertas: cerintianos, ebionitas, docetas, arrianos, sabelianos, etc. Unos atentaban contra la divinidad de Jesús; otros atentaban contra la humanidad perfecta de Jesús y otros negaban la resurrección de Jesús de los muertos, etc. (1ªCo.15.12).



Y los Apóstoles supieron qué hacer en cada caso; y la Iglesia de los primeros siglos supo qué hacer en cada caso. Quizás unos necesitaban que, al igual que el erudito Apolos, fuese tomado aparte por un matrimonio como Priscila y Aquila, lo suficientemente instruidos… “los cuales le expusieron más exactamente el camino del Señor” (Hch.18.24-26).



Pero otros, sin duda, no entrarían dentro de los que hubieran estado dispuestos para ser instruidos de esa manera. Pero lo que no debemos hacer es tratar de “enmendar la plana” a los que conocieron todas estas cosas de primera mano.



Más bien preferimos creer lo que dicen las Escrituras, en vista de que ellas son las que dan testimonio de todo lo referente a Jesús, sus palabras, obras, muerte redentora, resurrección de los muertos y ascensión a los cielos, donde “está sentado -victorioso- a la diestra de la Majestad en las alturas” (Heb.1.3).



1. Shusaku Endo 1996. Editorial Espasa Espíritu.


 

 


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COMENTARIOS

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Alfredo
27/03/2025
12:17 h
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Evidentemente Endo Shusaku demuestra con esas opiniones que no confiesa la fe católica en comunión con la iglesia de Roma. "para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales" Ef. 3:10
 



 
 
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