El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Escobar rememora los cambios que se producen en Perú y otros países de Latinoamérica en los 70.
El profeta sigue actuando en su camino. Le conocemos, sabemos que sigue, día a día, haciendo su obra: vivificar a quien se acerca.
Si hemos sido hechos para el Autor y Señor de la vida, no es extraño que al prescindir de Él, nos da esa sed para descubrir que solamente en Jesús podemos ser satisfechos.
¿Por qué hemos de morir? Es porque tenemos el problema que la Biblia llama el pecado. Sólo un Hombre perfecto nos puede librar de ella. Dios se hizo hombre “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte”.
Frente al desafío del secularismo es tentador pensar que las religiones pueden ser un frente común. Pero el Nuevo Testamento enseña que la religión oscurece y daña el evangelio.
Resistamos la tentación de plegarnos a los dictados de los guardianes de lo políticamente correcto y salgamos a las calles, a las redes sociales, a los medios de comunicación, armados con la verdad y la gracia.
Hay una puerta de atrás, incluso en sociedades tradicionalmente católicas como la española, por la que cada vez te encuentras más gente que han pasado por el mundo evangélico pero ya no tiene contacto con iglesias ni grupo cristiano alguno.
El Pacto de Lausana es clave en la formación de la identidad evangélica contemporánea. Escobar recuerda su participación.
La vida es una cuerda floja. Cuando estamos en este estado, más necesidad tenemos de esperanza.
La Palabra es verdad y en la Escritura está la única visión del mundo coherente con la experiencia humana, pero como dice Schaeffer, si mi experiencia no se corresponde con la autoridad de la Biblia, la norma es la Escritura, no yo.
En la vida, solemos lamentar los errores y soñamos con volver a empezar. La buena noticia es que a través de Jesús, es posible tener nueva vida, como explica él mismo en su conversación con Nicodemo.
No es conveniente cerrar los ojos ante los peligros y problemas, pero el mundo no solamente se define por sus calamidades.
El escritor despierta en nuestro degradado espíritu sed de la bondad y la gloria que hay en el León de Judá.
Jesús era lo contrario a alguien aburrido, y por eso le vemos como invitado a una fiesta.
Suele haber demanda de fenómenos prodigiosos por parte de personas a las que se les queda corto el mayor milagro de todos: la venida de Cristo al mundo.
El escritor checo nos enseña la realidad del ser humano moderno, que arrojado a la existencia, en un mundo que no asimila, carece de rumbo.
La verdad última es teológica, no filosófica. Cuando el cristianismo reconoce que Jesús es la Verdad (Juan 14:6), relativa al relativizador y busca la trascendencia de ese Dios infinito que se revela en lo personal.
En escritos de 1822 y 1825, José Joaquín Fernández de Lizardi hace una abierta defensa de la tolerancia y se refiere en términos elogiosos a Martín Lutero.
Uno puede tener opiniones acertadas sobre Dios sin que eso implique un verdadero amor o deseo de servirlo. Satanás es un claro ejemplo de esto.
Es esa conciencia de la gracia de Dios la que le hizo mostrar esa misma gracia a otros.
Cuando uno se para a pensar en el propósito de la existencia, solo hay dos respuestas: o todo ocurre por azar, o realmente hay un propósito. Para Juan, la pregunta más importante es quién es Jesús.
Unos 70 participantes se reúnen para “debatir de nuevo sobre lo que está en el corazón de la fe y la teología evangélicas y lo que es más secundario”, dice el presidente de FEET, Gert Kwakkel.
Novelas como esta nos preguntan "¿de qué sirve ganar el mundo, si se pierde el alma?" (Marcos 8:36).
El mensaje cristiano no solo es que hay vida después de la muerte, sino que nos espera la resurrección y el juicio: por eso, sigue siendo un mensaje incómodo.
Con la poca información a la que tuvo acceso, J. J. Fernández de Lizardi pudo enterarse de lo central sobre los inclementes juicios inquisitoriales de 1559 en Valladolid.
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