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Scorsese, santo y pecador

Antiguo monaguillo y seminarista, Scorsese quiso ser cura, pero cree que no ha encontrado todavía la redención.

MARTES AUTOR 97/Jose_de_Segovia 21 DE OCTUBRE DE 2025 11:30 h
Scorsese estudió en el Seminario de la Archidiócesis de Nueva York, la Escuela de la Catedral.

La serie documental que ha estrenado Apple TV presenta al gran director italoamericano Martin Scorsese como “santo y pecador”. Obra de la hija del gran dramaturgo judío Arthur Miller, Rebecca, desarrolla en cinco partes la trayectoria del creador de Taxi Driver, Toro salvaje o Silencio. Además del propio Scorsese, en la serie habla su guionista Paul Schrader, la editora Telma Schoonmaker y actores como Robert De Niro, o Leonardo di Caprio, además de músicos como Mick Jagger o Robbie Robertson.



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En un reciente libro de conversaciones sobre Dios y la religión con el profesor de la Universidad de Nueva York, Antonio Monda, el cineasta explica por qué se considera "un católico fracasado". Antiguo monaguillo y seminarista, Scorsese quiso ser cura, pero cree que no ha encontrado todavía la redención. “Incluso a pesar de que siempre he tenido dudas sobre la existencia de Dios, en un momento de mi vida quise ser sacerdote”, dice Scorsese.



Nacido en 1943 en Flushing, Long Island, en el estado de Nueva York, la familia de Scorsese vení­a de la provincia italiana de Catania. Llegaron a Estados Unidos en 1910, provenientes de un medio agrario. “La religión tení­a un papel importante en su vida”, pero al director le parece que sus padres tení­an una “práctica religiosa bastante relajada”. A Martí­n sin embargo le atraí­a la iconografí­a religiosa, que le resultaba “tan poderosa y sugerente” como el aspecto dramático de la misa, que le hizo hacerse monaguillo. Recuerda el retrato del Sagrado Corazón que tení­a su abuela en su cuarto, así­ como una hornacina con una Virgen pisando a la serpiente, además de un gran crucifijo, sobre que poní­an las palmas bendecidas del Domingo de Ramos.



“Vengo de la calle, de un ambiente de trabajadores donde la religión tení­a un lugar preponderante”, dice Scorsese en una entrevista a raí­z del reciente premio que recibió en el Festival de Makarrech por toda su carrera. “La iglesia y el cine eran los dos únicos sitios a los que mis padres me dejaban ir”. Los adolescentes del barrio de la Pequeña Italia de Nueva York sólo querí­an ser curas o gánsteres. Ya que “en mi mundo o se iba para cura o para golfo”. A causa del asma que tuvo cuando tení­a tres años, su infancia está marcada por la soledad y el aislamiento. Desde entonces sus “puntos de referencia han sido la familia, la iglesia y el cine”, para él, más que una pasión, una obsesión.





[photo_footer]La nueva serie documental de la hija de Arthur Miller, Rebecca, presenta al director italoamericano como santo y pecador.[/photo_footer]



 



Entre lo sagrado y lo profano



“Cuando era más joven querí­a ser sacerdote, hasta que me di­ cuenta que mi verdadera vocación eran las pelí­culas”, dice en su libro El siglo del cine: Un viaje personal (1996): “No veo realmente un conflicto entre la iglesia y las pelí­culas, lo sagrado y lo profano, ya que “creo que hay espiritualidad en las pelí­culas, aunque sea una fe sustitutiva”.



Scorsese solí­a ayudar como monaguillo en los funerales a un cura italoamericano llamado Francis Principe, con quien compartí­a la pasión por el cine. “Habí­a sido ordenado en 1952, cuando yo tení­a sólo diez años, y veí­a en él una posibilidad diferente, incluso opuesta, a la que me ofrecí­an las calles de Little Italy, con todas las tentaciones y las posibilidades de perdición”. Era una persona idealista, que se convierte en su mentor y modelo, a cuya enseñanza debe “la primera reflexión sobre el concepto de gracia y redención”.



Scorsese estudió en el Seminario de la Archidiócesis de Nueva York, la Escuela de la Catedral. Iba luego a entrar en la Universidad católica de Fordham, pero no lo aceptaron. Por lo que va a la Universidad de Nueva York, donde un profesor llamado Haig Manoogian le descubre que “podí­a expresar todo lo que sentí­a a través del cine”. Esa es su vocación: “Me he hecho director para expresarme todo yo y también mi relación con la religión”. No es casualidad por lo tanto su afición por el cine negro, donde ve reflejados los mismos aspectos de la idea de sufrimiento y redención, que le obsesionan. En la pelí­cula que le dio a conocer internacionalmente, Malas calles (1973), hay una escena en la que el protagonista se enfrenta a la penitencia que le impone su confesor, diciendo: “Los pecados no se expí­an en la iglesia, sino en la calle”.





[photo_footer]En la película que le dio a conocer, Malas calles (1973), el protagonista se enfrenta a la penitencia que le impone su confesor, diciendo que los pecados no se expían en la iglesia, sino en la calle.[/photo_footer]



 



En busca de redención



La violencia está presente en todas sus pelí­culas de una manera especialmente preponderante. Algunas de sus imágenes son el resultado natural de sus propios recuerdos de la Pequeña Italia. Así­ una escena evoca una pelea callejera que él mismo contempló, cuando un chico puertorriqueño besó su cuchillo. Son “detalles y rituales que rozaban el paganismo′”, dice Scorsese. El personaje de Charlie, que interpreta Harvey Keitel en Malas calles, se presenta arrodillado en una iglesia, considerándose indigno de “comer la carne y beber la sangre” de Cristo. Se ha confesado, el cura le ha mandado rezar diez Padre Nuestros y diez Ave Marí­as, pero se lamenta pensando que la semana que viene le mandará otros diez, cuando para él son “sólo palabras”. Si hace algo mal, quiere “pagar por ello a su manera, hacer su propia penitencia”.



Esa búsqueda de redención por el sufrimiento es la que lleva a sus personajes a intentar purgar por sus pecados, incluso por medio del castigo fí­sico y la violencia, como Jake La Motta en Toro Salvaje (1980). Una cita del Evangelio según Juan cierra esta historia de autodestrucción, cuando un ciego es interrogado por el Sanedrí­n acerca de cómo ha recuperado su vista (Jn. 9:24-26). Esa conclusión no está en el guion original de Paul Schrader, su colaborador habitual desde que hicieron Taxi Driver (1975). Educado en una familia holandesa de la Iglesia Cristiana Reformada en Michigan, Schrader ha estudiado también teologí­a en el Seminario Calvino de Grand Rapids, aunque no vio ninguna pelí­cula hasta llegar a la Universidad. Su visión atormentada de la vida le une a Scorsese en su búsqueda de redención del pecado y de la culpa.





[photo_footer]El principal colaborador de Scorsese, Paul Schrader, estudió también teología, pero en la Universidad Calvino de la Iglesia Cristiana Reformada.[/photo_footer]



 



La última tentación



La más controvertida colaboración de los dos fue cuando se decidieron a tratar directamente la figura de Jesús en La última tentación de Cristo (1988). “Existen muchí­simas pelí­culas sobre el Cristo de los Evangelios”, dice Scorsese, pero “a mí­ me interesaba llevar hasta el final un aspecto determinante y sobrecogedor: El Verbo se hace carne”. Para ello escogen la novela de Nikos Kazantzakis, que llevó a la expulsión de su autor de la Iglesia Ortodoxa griega en 1955. La extraña combinación de la educación católica de Scorsese, la formación calvinista de Schrader y el trasfondo ortodoxo de Kazantzakis, provocó uno de los mayores escándalos de la historia de la religión en el cine.



El incendio del cine Saint Michel en Parí­s, el ofrecimiento a la Universal de diez millones de dólares por destruir el negativo y las copias, el intento de secuestro de un abogado en Milán, la multa impuesta en Grecia a cada proyección y la cancelación de una emisión por parte de la BBC, son sólo algunos de los muchos incidentes que produjo una pelí­cula que intenta ser profundamente religiosa. “La belleza del libro consiste en que Jesús conoce todas las debilidades humanas”, dice Scorsese: “Por eso podemos identificarnos con él”. Esa es la preocupación de un director que ha ansiado siempre la pureza, pero se ve como “un católico fracasado”. Es la lucha que encontraba Kazantzakis, al intentar vivir su espiritualidad en la Iglesia Ortodoxa. Es el conflicto entre el pecado y la gracia, sobre el que se debate Schrader, en su obsesión por el sexo, al abandonar el seminario reformado, lejos ya de su educación calvinista. Su Jesús es un reflejo de su lucha personal por intentar vivir como cristianos.



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“Soy un católico fracasado”, dice Scorsese, porque “no sigo rigurosamente la ortodoxia y en muchos aspectos siento no haber respetado lo que supone el mensaje cristiano”, pero “considero que mi fe en Dios se halla en una búsqueda constante”. Uno de los proyectos que no ha logrado ver plasmados es Jerusalén, Jerusalén, una pelí­cula en la que trata de expresar más directamente sus dudas existenciales. “Era una historia enormemente autobiográfica, que giraba en torno al retiro espiritual de un personaje llamado JR”. Su tratamiento narra detalladamente procesiones, sermones y oraciones, pero “nací­a de una condición de desencanto” ante los “problemas de un adolescente, como el sexo prematrimonial y la masturbación, frente a las enseñanzas de la Iglesia”.





[photo_footer]“No veo un conflicto entre lo sagrado y lo profano, ya que creo que hay espiritualidad en las películas, aunque sea una fe sustitutiva”, dice Scorsese.[/photo_footer]



 



Gracia barata



En esa época Scorsese estaba fascinado por El diario de un cura rural de Bresson. Esta pelí­cula está basada en el libro de un escritor católico llamado Georges Bernanos (1888-1948) sobre el conflicto entre el pecado y la gracia. Su esperanza es que Dios no sea un torturador, sino que “sólo quiere que tengamos piedad de nosotros mismos”. Ya que “odiarse es más fácil de lo que se cree: La gracia es olvidarse”. Este pensamiento jansenista intenta enfrentarse al pecado desde una perspectiva de la gracia que llega a justificar al pecado con el pecador. La maravilla, sin embargo, del Evangelio, es que Cristo nos justifica del pecado, pero no justifica el pecado.





[photo_footer]“A pesar de que siempre he tenido dudas sobre la existencia de Dios, en un momento de mi vida quise ser sacerdote”, dice Scorsese.[/photo_footer]



La gracia de Dios no es una gracia barata, como decí­a Bonhoeffer. Es así­ como “el mundo encuentra un velo barato para cubrir sus pecados, de los que no se arrepiente y de los que no desea liberarse”. Porque “la gracia barata es la justificación del pecado y no del pecador”, dice Bonhoefffer. La verdadera gracia, como nos recuerda el teólogo ejecutado por los nazis, “es cara porque condena el pecado”, pero “es gracia porque justifica al pecador”. Sobre todo, es cara, “porque ha costado cara a Dios, le ha costado la vida de su Hijo”. Así­ que “no puede resultarnos barata a nosotros”. Es la Encarnación de Dios que le lleva a la Cruz. No hay nada más sobrecogedor que esto, como dice Scorsese.



 



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