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Más que sexo: restaurando la pureza del fuego divino

La sexualidad es parte esencial del diseño integral de nuestra humanidad, un llamado de Dios a vivir y expresar el amor según Su diseño.

ENTRE LA TORMENTA Y LA ROCA AUTOR 1068/Jose_Daniel_Pino 06 DE NOVIEMBRE DE 2025 12:00 h
Foto de [link]Kevin Wolf[/link] en Unsplash

Vivimos en una sociedad que, de manera deliberada y consciente, ha confundido el fuego con las cenizas. El sexo —ese don sagrado que Dios nos dio como expresión de unidad, ternura y propósito— se ha reducido a un producto de consumo masivo y placer inmediato. En un mundo donde todo se mide por estímulos, éxito y satisfacción instantánea, hemos trivializado lo que fue diseñado como un altar sagrado y lo hemos convertido en un espectáculo. Y como toda llama que se usa sin cuidado, el fuego, fuera de su propósito, termina por quemar.



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En consulta y durante todos mis años en el ministerio, escucho una frase que se repite constantemente: «Pastor, ya no siento nada; el deseo se apagó». Pero la verdad es que el fuego de Dios nunca se apaga solo: se contamina, se descuida o se sustituye por luces artificiales que solo imitan el resplandor del amor verdadero. Lo que arde sin pacto, se consume sin propósito.



 



El fuego tiene un origen



Desde el principio, Dios encendió este fuego como parte del diseño de Su creación perfecta.



Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Génesis 2:24 (LBLA)



No se trata solo de cuerpos que se encuentran y se tocan, sino de almas que se entrelazan y unen; un todo. En el hebreo original, la expresión una sola carne “basar echad” implica unidad integral, profunda y total: física, emocional, espiritual y simbólica. Es la fusión de dos historias, dos culturas, dos vidas totalmente diferentes en una misma llama, sostenida por la fidelidad y el amor.



En el diseño de Dios, la sexualidad no es un acto aislado ni mucho menos un instinto animal, sino un lenguaje de comunión espiritual. Cada encuentro físico debía ser un reflejo visible del pacto invisible. Pero cuando la llama se separa del altar —cuando se busca placer sin compromiso o intimidad sin verdad— el fuego se transforma en humo que asfixia.



El problema no está en el sexo o la pasión, sino en su distorsión. Dios creó la sexualidad para la conexión, pero Satanás, el pecado y el mundo lo han transformado en un producto barato exhibido en la percha de un supermercado. El deseo, cuando se aleja del propósito divino, deja de unir para comenzar a usar.



 



El fuego ha sido profanado



Otro gran problema es que hoy, el sexo ha dejado de ser un don de Dios y se ha convertido en una moneda de intercambio. Se compra con cuerpos, se vende con imágenes y se negocia con likes. La pornografía, la infidelidad emocional y la promiscuidad digital no son simples errores humanos e inocentes: son síntomas de un corazón rebelde, perdido, pecaminoso y desorientado, que busca conexión en lo que solo deja más vacío.



Cada clic, cada fantasía, cada encuentro sin propósito va moldeando un alma fragmentada. Lo que se presenta como libertad termina siendo esclavitud. El cerebro se adapta, la mente se adormece, el alma se enfría y el espíritu olvida su camino de regreso a Dios. La adicción sexual —en cualquiera de sus formas— roba el gozo, apaga la ternura y destruye la confianza. En términos clínicos, altera el sistema de recompensa del cerebro; en términos espirituales, apaga la sensibilidad del corazón para escuchar la voz de Dios.



El apóstol Pablo lo advierte con claridad:



Huid de la inmoralidad sexual. Cualquier otro pecado que el hombre cometa está fuera del cuerpo; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo. (1 Corintios 6:18, LBLA)



Y añade:



“¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio. (1 Corintios 6:19–20, LBLA)



Cada vez que usamos nuestro cuerpo para fines opuestos al diseño divino, manchamos y golpeamos el altar que Dios santificó. Y cuando se repite una y otra vez, ese fuego —que debía traer luz y calidez— empieza a consumir y destruir desde dentro.



Aun así, la gracia de Dios no se extingue. El fuego puede haberse profanado, pero no está perdido. En Sus manos, incluso las cenizas pueden volver a arder. Dios es el gran Restaurador de vasijas rotas. Su fuego no solo purifica: también refina. Como el oro en el crisol, nuestra sexualidad —cuando es redimida— se convierte en una expresión aún más pura de Su carácter.



He acompañado a muchos jóvenes y hombres adultos que llegan destruidos por años de silencio, con corazones cargados de vergüenza y almas rendidas a la esclavitud sexual. Algunos eligen “seguir sobreviviendo”, ocultando su realidad bajo máscaras de hipocresía religiosa o amparados en el secreto, viviendo de la indulgencia de quienes conocen sus caminos desviados pero callan ante su pecado. Otros, en cambio, se rinden y reconocen que esa vida distorsionada y vacía no es lo que desean vivir y eligen cambiar sin importar cuanto les cueste hacerlo.



Esto me ha enseñado que cada vez que un alma reconoce su pecado, quebranta su adicción y se arrepiente —sin excusas ni justificaciones— para entregarse al Restaurador de vidas, algo sobrenatural ocurre.



El Espíritu Santo no solo transforma: reordena lo que el pecado desordenó. No solo consuela: restaura lo que fue dañado. Es Él quien aplica en nosotros la obra redentora de Cristo, quien nos limpia con Su sangre y nos capacita para vivir una vida nueva. Como una vasija rota reconstruida con oro —al estilo del arte japonés del kintsugi—, la sexualidad restaurada por Dios no es menos valiosa que antes, sino más fuerte, más sabia y más luminosa.



He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. (Apocalipsis 21:5, LBLA)



Esa promesa también alcanza lo más íntimo del ser humano: su cuerpo, su deseo y su capacidad de amar.



 



Redescubre la sexualidad como vocación divina



La sexualidad, en su esencia, no debería ser un tema incómodo” ni un tabú religioso: es parte esencial del diseño integral de nuestra humanidad, un llamado de Dios a vivir y expresar el amor según Su diseño. Es la manera en que Él nos permite expresar unión, ternura y placer dentro del pacto matrimonial. No se trata de evitar el deseo, sino de redirigirlo. Cuando la sexualidad se entiende como vocación, cada acto de amor se convierte en adoración.



El placer, cuando está ordenado por el amor, se transforma en alabanza.



El cuerpo, cuando se ofrece con pureza, se vuelve instrumento del Espíritu.



Y el matrimonio, cuando pone a Cristo al centro, se convierte en altar donde el fuego nunca se apaga.



Por esta razón el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Efesios 5:31 (LBLA)



Cada matrimonio es un eco del Evangelio: unión, entrega y resurrección.



 



Un mensaje para los que aún esperan



Quizá estás leyendo esto y no estás casado. Quiero hablarte también a ti. Tu cuerpo, tu mente y tu deseo no son errores que debas suprimir, sino dones que debes aprender a custodiar. La pureza no es represión, es dirección. Esperar no significa no sentir; significa aprender a canalizar el fuego hasta el momento y el pacto correcto.



No creas la mentira de la sociedad y del mundo que dice: prueba antes de amar”, explora para conocerte”.



Te conoces más del amor en el dominio propio, que en la indulgencia.



Te conoces más de Dios en el silencio, que en el ruido.



Y te preparas mejor para el amor verdadero cuando decides vivir en coherencia con el diseño del Creador.



Bienaventurados los de corazón puro, pues ellos verán a Dios. (Mateo 5:8, LBLA)



 



Restaura el altar de Dios



El fuego divino no se aviva con técnicas ni fórmulas, sino con entrega. No hay libro, taller o terapia que sustituya la decisión de rendir el corazón a Dios. Pero sí hay caminos que ayudan: un diálogo honesto en pareja, acompañamiento pastoral y terapéutico, procesos de sanidad interior y restauración de la confianza en la pareja. Cuando el amor se ordena según el diseño de Dios, el deseo recupera su propósito y la intimidad se vuelve celebración, no consumo.



He visto matrimonios resucitar de entre las cenizas —el mío fue uno de ellos—. He visto a hombres y mujeres atrapados en la pornografía y en la esclavitud sexual ser sanados; he visto corazones endurecidos volver a sentir y parejas reencontrarse con la ternura perdida. Ninguno lo logró por sus propias fuerzas, sino al acercarse a Dios con humildad, con un arrepentimiento genuino y con la disposición de permitirle transformar por completo su mente, su cuerpo y su espíritu.



Quizá el mundo te enseñó a estimular el fuego, pero no a usarlo en el altar correcto. Hoy, Dios te llama a redescubrir su propósito: no una pasión desbordada que consume, sino una llama guiada por el Espíritu que purifica; no un deseo que esclaviza, sino un amor que edifica; no un cuerpo que se usa, sino un templo que honra al Creador.



Porque solo cuando el fuego arde en el altar del pacto, produce vida y no ruina.



El amor verdadero no arde por instinto, sino por obediencia. Y cuando ese fuego se enciende otra vez —puro, restaurado y guiado por el Espíritu—, no hay oscuridad que pueda apagarlo. El sexo deja de ser consumo para convertirse en comunión. El cuerpo deja de ser campo de batalla para convertirse en altar. Y la sexualidad, redimida por Cristo, se vuelve la más profunda expresión de adoración.



 



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