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La mujer justa, según Márai

La novela, que desnuda la calamidad de la vida burguesa, es mucho más que un cuadro social. Es una obra de un realismo crudo, inspirado por un cierto sentido de compasión ante la soledad humana.

MARTES AUTOR 97/Jose_de_Segovia 18 DE NOVIEMBRE DE 2025 10:10 h
La historia de Una mujer justa se desarrolla en el Budapest que conoció Márai en los años 40.

Estoy estos días en Budapest hablando del “Evangelio eterno en ciudades cambiantes” en una conferencia que organiza la misión para Europa de la iglesia que fundó Tim Keller en Nueva York. Me han pedido el mensaje final sobre lo que significa seguir a Jesús en esta Era Digital. Suelo viajar solo, pero esta vez me ha acompañado mi esposa, que quería conocer la ciudad. Estos días con ella me he acordado de un libro de uno de los escritores húngaros que más me ha impresionado, Sándor Márai (1900-1989), “La mujer justa”.



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Márai murió en el exilio, como tantos húngaros. Se suicidó en la ciudad californiana de San Diego poco antes de la caída del Muro de Berlín. Vivía solo y atormentado desde la muerte de su mujer, Lola en 1986, seguida de la perdida de su único hijo, Janos. Tras su fallecimiento, su obra despertó un gran interés en toda Europa. Las ediciones de sus libros se multiplican en España desde 1999, tras el éxito de “El último encuentro”, “La herencia de Eszter”, “Divorcio en Buda” y “El amante de Bolzano”.



“La mujer justa” se compone de tres monólogos, publicados originalmente de forma independiente –los dos primeros en Hungría– traducidos al español en 1951 y el tercero siendo añadido luego a la edición alemana en 1949, que escribió Márai durante su exilio italiano. Son tres voces, tres puntos de vista con una sensibilidad diferente para desentrañar una historia que ocurre aquí en Budapest en los años 40.





[photo_footer]José de Segovia está estos días en Budapest hablando en una conferencia que organiza la misión para Europa de la iglesia que fundó Tim Keller en Nueva York.[/photo_footer]



 



Amarga soledad



Una tarde en una de estas elegantes cafeterías que hay en la ciudad, una mujer relata a su amiga cómo un día descubre que su marido tenía un amor secreto que le consumía. En la segunda es el hombre que fue su marido quien confiesa a un amigo, una noche en Budapest, cómo dejó a su esposa por la mujer que deseaba, para perderla posteriormente. Y en la tercera otra mujer cuenta a su amante en una pensión de Roma, cómo se casó con un hombre rico, pero su matrimonio sucumbió.



Todo comienza con el banal incidente de cómo la esposa (Marika) de este hombre impenetrable y enigmático, encuentra en su cartera una cinta violeta, que le desvelará su amor secreto. El marido (Peter) evoca sus sentimientos por estas dos mujeres, cuando las ha perdido ya para siempre. Y la amante (Judit) revela una verdad tan compleja y cambiante como los relatos precedentes. Esta formidable narración es contada por sus protagonistas con las interpolaciones de un amigo del escritor (Lazar). En ella se plasma las fluctuaciones del corazón, los sentimientos contradictorios y pasiones reprimidas que todos conocemos: lo que debió decirse y no se dijo; lo que se hizo cuando ya era tarde; y los amores que mutaron en odios y traiciones.



Las tres versiones concuerdan con su desesperanza en un relato terrible, lleno de mentiras y crueldades. La conclusión no puede ser más evidente: “No creo que la familia dé la felicidad –dice Márai–, nada puede hacernos felices”. Para los tres personajes que conforman esta novela, no queda más que “la soledad, en la que tarde o temprano se precipita cada ser humano”.





[photo_footer]El libro de Márai no es una hermosa novela, sino una confesión amarga, que desnuda la calamidad de la vida.[/photo_footer]



 



Realismo crudo



“A las personas les cuesta mucho hacerse a la idea de que no hay esperanza, de que están solas”. Ya que hay ·muy pocos que soportan la idea de que no hay remedio para la soledad de la existencia”. Por eso “la mayoría alimenta esperanzas, se agarra a lo que puede, busca refugio en las relaciones humanas, pero a sus intentos de fuga de la cárcel de la soledad no les pone verdadera pasión ni entrega, y entonces se refugia en mil ocupaciones falsas”.



“Las voces, las luces, las alegrías y las sorpresas, las esperanzas y los miedos que encierra nuestra niñez, eso es lo que realmente amamos, lo que buscamos durante toda la vida”. Esa nostalgia de una infancia perdida hace que no encontremos finalmente nuestro lugar en este mundo. ¿Cuál era su problema con la primera mujer?, se pregunta el hombre en Roma: “Rencor, vanidad. Es lo que suele haber en el fondo de todas las miserias y las desgracias humanas. Y soberbia”.



Al principio, el personaje “intentaba achacarlo a la avaricia, el egoísmo o la lujuria, después a los obstáculos sociales, a la ordenación del mundo”, hasta comprender que “para los hombres no hay salvación”. Ya que “la mayoría de la gente no puede dar ni recibir amor, porque es cobarde y orgullosa, porque tiene miedo al fracaso”. Puesto que “le da vergüenza entregarse a otra persona y más aún rendirse a ella porque teme que descubra su secreto, el triste secreto de cada ser humano: que necesita mucha ternura, que no puede vivir sin amor”. Y lo terrible es que al final de su vida dice: “Ni siquiera ahora, que ya me he convertido en un lobo solitario, tengo el valor de reconocer que la culpa ha sido sólo mía”.





[photo_footer]Sandor Márai (1900-1989) murió en el exilio californiano, solo y atormentado, poco antes de la caída del Muro.[/photo_footer]



 



Profunda decepción



“La mujer justa” no es una hermosa novela, sino una confesión amarga, que desnuda la calamidad de la vida burguesa que el autor conoció, tras el derrumbe del imperio austrohúngaro en la Europa de entreguerras. Su obra sin embargo es mucho más que un cuadro social, ya que desvela la condición moral del individuo. En su desintegración vemos los secretos y miserias de esta mujer infeliz en su correcto matrimonio, la falsedad de este juicioso y educado marido, junto a los anhelos de una criada de escapar de su pobreza, para poder escalar socialmente. Sus monólogos nos descubren su continuo fracaso familiar, su imposible carácter y las vanas aspiraciones de felicidad, que persiguen a lo largo de toda su vida.



No estamos por lo tanto ante un melodrama artificial y endeble, sino ante una obra de un realismo crudo, inspirado por un cierto sentido de compasión ante la soledad humana. La tragedia de la muerte del hijo que tiene el protagonista con su primera esposa demuestra a la mujer que “no es cierto que el sufrimiento nos purifique y nos haga mejores, más sabios y comprensivos”, si no que “nos vuelve lúcidos, fríos e indiferentes”. Esa desgracia rompe finalmente el matrimonio, que se sentía unido por la existencia de ese niño. Y el hombre inicia la absurda búsqueda de “la mujer justa”.



Márai nos muestra que “la mujer justa no existe, simplemente hay personas, pero ninguna tiene todo lo que esperamos y deseamos”. No hay “ninguna que reúne todos los requisitos, no existe esa figura única, particular, maravillosa e insustituible que nos hará felices”. Su amor encubre “un egoísmo desenfrenado”. No sabe si la muerte de su hijo es un castigo de Dios, ya que dice que “la criatura por la que lloraré toda mi vida no era más que un instrumento, una excusa para obligar a mi marido a amarme”. Va a la iglesia y reza. Le pide ayuda a Dios, pero cree que “Dios sabe que sólo nosotros podemos ayudarnos”.



No hay duda de que el tiro con el que acaba la vida de Márai, refleja la profunda desesperanza que encontramos ya en esta novela. La deslumbrante tensión narrativa que empuja su reflexiva prosa nos sorprende con un desenlace por el que lo que parecía misterioso, se revela vulgar. Los afables sentimientos, la mística del honor, la dignidad y la pasión que nos hacen sentir vivos, exhalan finalmente un aire tóxico que muestra la irreparable falsedad con la que uno construye la epopeya de su decepción.





[photo_footer]No hay duda de que el tiro con el que acaba la vida de Márai, refleja su profunda desesperanza.[/photo_footer]



 



Amor redentor



Libros como éste, nos muestran que sin fe no hay esperanza en este mundo. Nos podemos hacer la ilusión de que podemos vivir sin el Creador, buscando nuestra propia felicidad, pero un día tenemos que reconocer que no nos quedan más que un puñado de recuerdos infantiles, sueños absurdos y anhelos frustrados. Nuestra profunda soledad viene de la realidad de que nos hemos separado de Dios. Esta ruptura impide que podamos encontrar armonía en nuestras relaciones con los demás, y nos deja en un tremendo egoísmo, que nos condena a una terrible soledad.



La única forma de volver a encontrar nuestro propósito en la vida pasa por volver a Aquel que nos ha hecho para Él. Para ello debemos dejar de intentar buscar amores redentores. Ya que sólo hay Alguien que nos puede salvar, Cristo Jesús (1 Timoteo 2:5). Es Él quien tiene que mediar entre Dios y los hombres, pero también en toda relación humana. Ya que ese Triángulo produce un nuevo afecto, que nos hace libres de la esclavitud de buscar encontrar en el otro nuestra satisfacción.



Si te casas con alguien, esperando que sea tu redención, es inevitable que tarde o temprano te decepcione. No es que tengamos que amar menos al otro, sino que debemos buscar más el amor que realmente nos satisface. “Volveos a mí, dice el Señor, porque Yo soy vuestro Esposo” (Jeremías 3:14). Casados o no, este Esposo deja su morada, para correr a nuestro encuentro (Salmo 19:5). Y con brazos extendidos en forma de cruz, nos abraza con un amor eterno, que nunca nos fallará.



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La alegría está en ese amor inmerecido, que no podemos conseguir por nosotros mismos. “Como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo” (Isaías 62:4). En Él está la satisfacción, pero también nuestra identidad y realización. Si “nuestra vida está escondida con Cristo en Dios, cuando Cristo, nuestra vida, se manifieste, entonces nosotros también seremos manifestados con Él en gloria” (Colosenses 3:3-4). Si hemos encontrado en Cristo nuestra vida, no la sigamos buscando en los demás. Lo mejor está todavía por venir.


 

 


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