Cada experiencia cercana a la muerte plantea una decisión: ¿aceptarás la verdad de Cristo o te quedarás con las sombras de la duda?
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¿Qué hacemos con esos relatos que nos hablan de túneles de luz, de encuentros con seres radiantes o de revisiones de la vida? ¿Cómo hay que entender esas visiones en el lecho de muerte donde algunos ven ángeles y otros claman en terror?
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La evidencia acumulada en estudios científicos y testimonios verificados no permite ignorarlos, pero tampoco aceptarlos sin una evaluación cuidadosa. La Biblia nos equipa con herramientas precisas para discernir: tenemos que “probar los espíritus” (1 Juan 4:1), es decir, medir estos fenómenos por la verdad revelada y evaluar el fruto que producen. Este mandato no es opcional para el observador cristiano; es esencial en un contexto como este. Toda visión, sea en coma clínico o en agonía final, debe someterse a tres filtros bíblicos que se expresan en tres preguntas:
Si falla en cualquiera de las tres preguntas, la experiencia no es de Dios, aunque parezca «auténtica». Una experiencia milagrosa o un acontecimiento sobrenatural de por sí no es ninguna prueba de su veracidad, como Deuteronomio 13 nos enseña claramente. Cualquier milagro que no esté alineado con la Biblia es, en última instancia, un engaño. Esta aproximación evita tanto el escepticismo ciego como la credulidad ingenua, reconociendo que Dios puede usar fenómenos sobrenaturales de forma excepcional para llamar al arrepentimiento, como lo hizo con Saulo en el camino a Damasco (Hechos 9).
Comencemos con las ECMs. Estudios como el de Sam Parnia y otros que hemos mencionado confirman la existencia de una autoconciencia post-paro cardíaco en el 40 % de los casos, con percepciones verificadas que desafían explicaciones puramente racionales o neuronales1. Al mismo tiempo, hay que tomar en cuenta que la Biblia advierte contra engaños: “El diablo se disfraza como ángel de luz, y sus ministros como ministros de justicia” (2 Corintios 11:14-15).
Algunas ECMs presentan “seres de luz” que hablan de salvación universal o reencarnación, contradiciendo la exclusividad de Cristo expresada en Juan 14:6 y el juicio único en Hebreos 9:27. Otros relatos —donde todo es amor sin necesidad de arrepentimiento— ignoran Romanos 3:23-24, que exige el reconocimiento del pecado en relación con la salvación. Las ECMs auténticas no constituyen una prueba independiente de la veracidad de la Biblia, sino que ilustran cómo Dios usa su gracia soberana para rescatar a una persona de una vida alejada de Dios o para darle una experiencia anticipada de la gloria venidera. El criterio de discernimiento es la respuesta a esta pregunta: ¿la experiencia apunta a Cristo o a la creencia de “verdades” que la Biblia claramente rechaza?
Las DBEs, al ocurrir sin regreso, son más difíciles de verificar, pero patrones emergen en estudios como el de Peter Fenwick con 350 casos: el 72 % veían difuntos, el 28 % podían observar hechos desconocidos, sugiriendo que estamos ante algo más que una alucinación2. Para creyentes, estas visiones son consistentes con Lucas 16:22 o Filipenses 1:23. DBEs negativas —terror, oscuridad— en no creyentes recuerdan Apocalipsis 14:10, donde el rechazo a Dios trae tormento eterno.
La clave de nuevo está en la respuesta a la pregunta: ¿la visión exalta a Cristo y/o produce arrepentimiento? Si un moribundo ve “luz”, pero persiste en su rechazo de Cristo, es víctima de un engaño, como los falsos profetas en Deuteronomio 13:1-3, que obran milagros, pero desvían la atención de Dios y su verdad revelada. En contraste, una DBE positiva refuerza la promesa de recompensa para los fieles. Un fenómeno llama especialmente la atención: entre quienes mueren confiando en Cristo, no se registra ninguna DBE negativa.
Vamos a ampliar las referencias bíblicas ya mencionadas por algunas más:
La Biblia registra visiones proféticas en momentos de crisis, no ECMs clínicas, pero aun así sirven de modelo para una evaluación de este fenómeno. En 1 Samuel 28, Saúl consulta a una vidente y ve a Samuel en una aparición real —tan real que incluso la mujer acostumbrada a fenómenos ocultos se lleva un susto de muerte. En este caso, la aparición de Samuel fue autorizada de parte de Dios, igual que en la transfiguración de Cristo, donde Moisés y Elías aparecen en forma real (Mateo 17). En el caso de Samuel, su aparición trae juicio, no consuelo.
Sin embargo, con toda claridad hay que constatar que no cualquier visión o milagro es de Dios. 2 Tesalonicenses 2:9-12 enseña claramente que Satanás tiene el poder de obrar milagros. Esto siempre ocurre con el permiso de Dios y se trata de engaños para ver si su pueblo cree más en la revelación divina o en un milagro. Milagros divinos siempre confirman la Biblia, en ningún caso la contradicen.
Visto lo visto, podemos sacar algunas conclusiones:
Estos planteamientos nos convierten en personas que vemos más allá del sufrimiento y la muerte. Somos embajadores que tenemos información privilegiada que puede volverse realidad en la vida de nuestros vecinos y amigos más rápido de lo que nos imaginamos. Y por supuesto, también en la nuestra.
No debemos olvidar lo que nos enseñó Jesucristo en la historia del rico y Lázaro en Lucas 16:19-31. Se trata de una advertencia solemne: el rico, en tormento, suplica que Lázaro regrese de los muertos para advertir a sus hermanos. Abraham responde: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levante de los muertos” (Lucas 16:31). Esto subraya que si la gente rechaza la Biblia —la revelación completa de Dios—, ni siquiera una experiencia dramática como la de alguien que regrese de la muerte les convencerá. La fe nace de la Palabra, no de milagros espectaculares; estos sirven para confirmar, no para completar la Escritura.
Estas experiencias, bien documentadas en estudios científicos como el proyecto AWARE de Sam Parnia, ofrecen una confirmación intrigante de un principio bíblico fundamental: nuestra autoconciencia —lo que la Biblia llama alma o espíritu— existe independientemente del cerebro y del cuerpo físico.
La Biblia lo afirma en Génesis 2:7, donde Dios forma al hombre del polvo y sopla en él “aliento de vida”, creando un ser espiritual que no depende de la materia. Eclesiastés 12:7 confirma esto cuando dice que “el polvo vuelve a la tierra, como era, y el espíritu vuelve a Dios que lo dio”.
En casos de ECMs y DBEs, personas con actividad cerebral nula —como en comas profundos o paros cardíacos— reportan percepciones vívidas, revisiones de la vida y encuentros que trascienden el cuerpo. Esto desafía el materialismo reinante, que reduce la mente a impulsos neuronales, y nos urge tener en cuenta que viviremos después de la muerte. ¿Y dónde estaremos? Esto se decide en esta vida.
Surge la pregunta para todos nosotros: Si el alma perdura, ¿damos prioridad a lo espiritual sobre lo temporal, cultivando una fe que trascienda lo físico? De poco sirve ganar el mundo entero si se pierde el alma (Marcos 8:36).
Los fenómenos que hemos examinado no son un mero espectáculo para saciar la curiosidad; son señales que exigen una respuesta. Cada experiencia cercana a la muerte plantea una decisión: ¿aceptarás la verdad de Cristo o te quedarás con las sombras de la duda? La pregunta decisiva no es si hay vida después de la muerte, sino si uno tiene vida eterna antes de morir.
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Para el cristiano, la verdad inquebrantable es esta: da igual qué experiencias reserve el Señor antes o durante el tránsito; el destino es la gloria y la reunión con Él y con los nuestros. Lo más importante es que este camino lleve a una gloria inimaginable donde los ángeles nos acompañarán a la presencia del Señor y a la reunión con todos los redimidos que ya están con Él.
Notas
1 AWAreness during REsuscitation - II: A multi-center study of consciousness and awareness in cardiac arrest", publicado en la revista Resuscitation (volumen 191, octubre de 2023, artículo número 109903). Los autores principales son Sam Parnia y colaboradores.
2 Fenwick, P., & Fenwick, E. (2008). *The Art of Dying: A Journey to Elsewhere* (p. 44 & pp. 48-50). London: Continuum.
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