El Mere, como le llamaban, empezó entonces a mirar a la gente con el amor que encontró en Aquel cuyos ojos son como antorchas encendidas.
Foto: [link]Bacila Vlad[/link], Unsplash CC0.
El ojo de Dios ve todas las cosas. El ojo humano solo ve las que puede. Y el ojo de "cristal" solo simula que ve, pero en realidad no ve nada. Parece un ojo, pero no lo es. No llora, no puede, porque todo él es artificial.
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A mi padre, Hermenegildo Gálvez Mariscal, le faltaba uno debido a un accidente en la niñez. Así que le pusieron una prótesis ocular. Era divertido cuando íbamos a su casa y le decía a nuestras hijas: “¡He perdido un ojo, si lo veis, no os asustéis!”.
Así que cuando lo normal era tener dos, mi padre andaba en desventaja… ¿o no? En realidad, él veía como si tuviera tres. Veía números donde otros veían letras y contaba mientras otros leían... Con tal acierto lo hacía que pocos juegos numéricos se resistían a su único ojo bueno, ya fuera el dominó, la baraja, la quiniela...
[photo_footer] Mere aproximadamente en 1963. [/photo_footer]
Pero un día miró a lo más profundo de su corazón y vio su pecado, oscuro y tenebroso. Había perdido el rumbo y para cambiar necesitó el eco de la voz divina en el huerto del Edén… “¿Dónde estás tú?” (Gn 3:9), un eco predicado por D. Julián García entre un grupito de emigrantes españoles en Urach (Alemania), allá por el año 1963.
Y así se sintió mi padre, como el único hombre en Edén, como si Dios mismo le preguntara... “Mere, ¿dónde estás tú? ¿de verdad crees que puedes esconderte de mí?”. Ahí se supo diminuto, insignificante, y a la vez, totalmente al descubierto por Dios. Vio su necesidad de perdón y comenzó a llorar, a balbucear como un niño.
Nadie pudo comprenderle durante muchas horas… parecía como que hablaba otra lengua. Tampoco podían entenderle, porque se trataba de una conversación privada entre un alma quebrantada, arrepentida, sedienta… y el eterno Dios vivo.
De su ojo emergieron lágrimas como cascadas, como fuentes, y elevó su iris para ver más allá de este mundo y más allá de las estrellas, fijando su único y certero ojo en las cosas supraterrenales.
Atravesó entonces las tinieblas más densas y, anticipándose al futuro, vio en la antigua historia de la cruz, la fuerza y el poder para vivir poniendo el único ojo en el Único Hijo de Dios, el autor y consumador de la fe. (Heb 12:2)
El Mere, como le llamaban, empezó entonces a mirar a la gente con el amor que encontró en Aquel cuyos ojos son como antorchas encendidas (Dn 10:6), como llama de fuego (Ap 1:14; 2:18; 19:12).
Llevó a muchos a ver al Señor, sin excesivo argumento porque fue su lema: "ven y ve" (Jn 1:46). Sabía que Jesús podría decirle a cualquier persona… “te vi” (Jn 1:48), porque es así, nos ve a todos… y nos mira con una gran compasión (Mt 14:14).
El cristalero de Ca n’Anglada (Terrassa), también oró por los incrédulos creyentes que, si no ven, no creen. Vio el poder de la salvación, de la sanidad, de la alabanza, del amor fraternal... y se sostuvo, como viendo al Invisible... hasta que lo vio.
Efectivamente, ahora sí que ve al Visible, lo ve literalmente. Desde el día 18 de noviembre del año 2020 mi padre ve perfectamente, sin prótesis que valga. Ya no tiene hernias discales, ni diabetes, hipertensión o parkinson… ni tampoco covid. Ahora ve cara a cara al mismo Jesucristo a quien amó sin verle, ahora conoce como fue conocido (1 Co 13:12).
Hoy, papá, pongo la mira y apunto a las cosas de arriba (Col 3:2), tal vez el Señor me permita verte... y aunque sea con los ojos de la fe, quiero verte... ¡Ya te imagino, vaya que sí!
Allí estás, abrazado a mamá, junto a tus hermanos y hermanas, cuñadas y cuñados, padre y madre, suegro y suegra, consuegro y consuegra... y todos junto al Anciano de días.
Muchos están cantando alabanzas a Dios, pero yo sé que tú estás contando sus alabanzas.
[photo_footer]Mere con su bata de cristalero, abrazando a su gata Vanesa y a sus crías, aproximadamente en 1984.[/photo_footer]
Por un momento bajo la mirada, como seguramente hizo Pedro cuando caminó sobre las aguas yendo al encuentro de Jesús, porque “tuvo miedo” y comenzó a hundirse.
Pedro olvidó pronto lo que Jesús les acababa de decir a él y al resto de sus discípulos: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” (Mt 14:22-33). Hoy yo y muchos también necesitamos que el Señor nos recuerde el mandamiento más repetido en las Escrituras… “¡no temas!”.
Los sillones de mis padres ya están vacíos, ahora hay lágrimas y silencio… pero también está el maullido de “el Peque”. El viejo gato callejero, al que siempre cuidaron en sus últimos años, sigue viniendo, recorre las estancias buscándolos.
Le explico al felino que mis padres ya se marcharon a un lugar infinitamente mejor. El Peque me mira como si me comprendiera, se deja acariciar (pero poco), le pongo un cojín a mis pies y se enrosca en él. Se me hace curioso que el Peque venga buscando al Chico. “El Chico” es como sus hermanos llamaban a mi padre porque era el más pequeño de seis hermanos.
Oración: Señor, dame la buena vista que tuvo mi padre, y que mis ojos no se aparten nunca del camino recto. Anhelo verte oh Rey, en Sion. ¡Gracias por tu paciencia, oh Dios! (2 P 3:9), y gracias por mirarme y mirarnos con tu amor y tu perdón. Lo sé, un día te veré. Mientras tanto, solo una súplica, ayúdanos a mirarte solo a ti. (Is 45:22)
En la casa de mi Padre muchas moradas hay… vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. – Jn 14:2-3
Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. - Heb 13:8.
Benji Gálvez
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