El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Puede que nos cueste soltar amarras pero debemos extendernos hacia aquello que nos aguarda.
Escribo con el propósito, entre otros, de desnudar mi corazón y hacer que este dance al son de vuestras pupilas.
Son tus palabras envueltas en pausas las que han de barnizar este corazón tan presto a la huida.
Te escribo con el anhelo de cada mañana encuentres una razón por la que sentirte dichosa, feliz.
¡Oh amigo! prefiero tus lances, tus heridas, pues son el espejo en el que encuentro el reflejo de quién verdaderamente soy.
Él, que entra en Jerusalén envuelto en vítores, sabe que se quedará solo en aquel angustioso Getsemaní. No lo va a dudar, no va a escoger un camino alternativo, Él escogerá la cruz y esa elección nos hará libres.
Cada uno ha de mostrar a través de sí mismo lo que habita en su interior, lo que realmente es, pero nadie puede otorgar lo que no tiene ni esperar poseer aquello que no existe.
Hoy, antes de dormir quiero dedicar unos torpes minutos para agradecerte lo mucho que me das.
Contentarse es mirar con tibieza el mal que acecha y saber que hay algo mucho más trascendente, más favorable que todo eso que abruma.
Deseo que mis ojos sean transformados, que esta escasa visión que ahora poseo tome una dimensión distinta.
Las frases exclamadas desde el corazón llegan al corazón. Sabias son las palabras cuando se han vertido desde el conocimiento y el cariño.
Cuando aprendemos a dar gracias nos volvemos más prestos a ofrecer ayuda, más sensibles a los regalos que cada día recibimos.
Detengámonos para otear el ayer y sentir como a través de los días Dios ha ido transformando nuestras vidas.
Ahora, abrazada a ti, festejo el reencuentro.
A veces dudamos de ello, pensamos que está ausente. Pero él no pasa de largo. ¿No lo sientes?
No más golpes. No más insultos. No más gritos, ni vejaciones.
Me es imposible dejar de adorar a quien sabe todo de mí y, aun así, sigue amándome.
El mar, cual enemigo implacable, les siega la existencia ofreciéndoles un beso frío y mortal.
Intentar ser perfectos y no cometer errores es un error en sí.
En toda esa fragosa travesía, Dios le ha enseñado a saber esperar. Le ha mostrado una senda distinta por la que atravesar el valle de sombra.
Necesito el silbo apacible que mitigue mis miedos.
Saramago habla de su infancia con la templanza de quien recuerda los años pasados con añoranza, pero aun así, sabe disfrutar del presente.
Difícil asimilar el ocaso para quien creyó ser invencible; absurda pretensión para el ser nacido del barro.
Tengo el deber de mandar al olvido aquello que no merece formar parte de mi vida.
A veces tenemos la necesidad de dar pequeños pasos para conseguir grandes cambios.
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