Aprender a desaprender

Atesoro, como valija de incalculable valor, innumerables posesiones de carácter personal. 

Formas de proceder, de pensar, que creía me pertenecían por herencia familiar o porque son parte inmutable de mi ADN. 

Con el tiempo me he dado cuenta de que simplemente son fértiles conductas que rebrotan con braveza y ante las cuales una servidora no tiene más remedio que sucumbir. 

Actitudes que no son evaluables en las asignaturas del Espíritu y que a fuerza de empuje se han hecho un hueco en mí creando eso que solemos llamar “la forma de ser”.

Quiero aprender a desaprender. 

Cambiar comportamientos bien cimentados que creen poseer créditos para ser tenidos en cuenta. Maneras de obrar que sé sobradamente no son del agrado de Dios pero que por querencia las mantengo alimentadas y bien cuidadas dentro de mí.

Quiero demostrarme que sí se puede. 

Quiero cambiar esos hábitos que anclados desde la infancia se han tomado la libertad de ir mermando capacidades, eclipsando valores, dejando a la intemperie deseos juveniles que quedaron reducidos a cenizas y que han de volar arrastrados por el aire del olvido.  

Quiero desaprender lecciones que no sirven para nada, lecciones que me sé al dedillo y que memorizadas a lo largo de los años sólo consiguen hacer que represente una mustia función de pasado extinto.

El presente se vive hoy.

Arranco con brío los cimientos de pensamientos presumiblemente inmutables y expuestos ante la mirada de Dios pido que sea Él quien me ayude en esta compleja tarea de deshacerme del exceso de equipaje.

Conozco su amor por mí.

Conozco su poder.

Puedo hacerlo y quiero hacerlo.

Hoy es un buen día para comenzar a abrir ventanas y dejar que el aire fresco de su gracia ventile la rancia esencia de lo viciado por el tiempo y la pereza.

Izar las velas, levar anclas. Comenzar una nueva y diferente travesía hacia el mismo destino.