No estemos preokupados

La cosa tiene miga. Lo cierto es que la  ley tiene demasiados agujeros con respecto a los códigos sobre la propiedad privada. La justicia en determinados momentos y ante determinados asuntos es brutal e incoherentemente injusta.

Resulta, que si un ciudadano de a pie, trabajador de sol a sol, que lleva toda su vida excediéndose en su horario laboral para pagar la hipoteca, decide ausentarse de su hogar durante un tiempo indeterminado por una razón de la que no tiene que dar cuentas a nadie y por creerlo innecesario o por falta de recursos no tiene contratado un servicio de vigilancia para su propiedad, ¡cuidado! puede que al regresar, tras un periodo más o menos largo, su casa haya quedado invadida, usurpada por okupas a los que legalmente no tendrá derecho a desalojar de su propio inmueble, de ese hogar que con sangre, sudor y lágrimas y a fuerza de madrugones y privaciones ha ido levantando.

Es injusto, pero real.

Una casa vacía puede ser okupada. Y los okupas han cambiado mucho, nada tienen que ver con los de antes; jóvenes rebeldes, anarquistas que en busca de un patrimonio inutilizado se apropiaban de dicho inmueble y hacían de él su cuartel general. Ahora, cualquiera cambia su vivienda de protección oficial de 70 metros cuadrados, (igual que la mía) para descaradamente ocupar un chalé vacío del que sabe no podrá ser desalojado, al menos durante un periodo largo de tiempo.

Lo vacío puede ser okupado.

Este hecho me lleva a reflexionar sobre la necesidad que tengo de que mi vida esté llena. Llena del Él, de su Santo Espíritu. Llena de su gracia, de su presencia, de sus dones.

Una casa llena no puede ser okupada. En cambio cuando está vacía, carente de la presencia del Padre, puede ser invadida, llena, colmada de intrusos que sin ser requeridos entrarán a morar y de los que costará tiempo y esfuerzo deshacerse.

Así que arregla tu casa para Dios. No dejes áreas de tu vida en manos que no sean las suyas.

Lucha con brío por hacer que tu hogar esté lleno de su amor y que éste impregne cada estancia haciéndote vivir una vida de calidad, la excelencia que solamente Él puede ofrecer.

El okupa está acechando, deseando meter su mano entre tus cosas y desordenarlas. Arrancar de ti la paz para crear desasosiego, incertidumbre, miedo.

Desea que tu vida le pertenezca para  hacerte esclavo con sus artimañas de mentira.

Él es un embaucador, promete lo que no cumple. Roba lo que no es suyo. Humilla y hace daño.

No podemos despistarnos y permitir que tal impostor merodee cerca de nuestro hogar. Pon una alarma santa en tu vida y mantén tu casa llena de Dios. Cuando algo está lleno no puede ser okupado.

Mi casa. Mi vida. Unidas por un finísimo hilo que las conecta de una forma  especial.

En ella, la primera: atesoro, guardo, crío, educo, vivo, duermo, cocino, sueño…

En la segunda, anhelo Él haga estragos: modifique, complete, ordene, sane, guíe, coloree, de sentido…

No puedo dejar que nadie usurpe lo que Dios me ha dado, por ello he de permanecer vigilante, con mi lámpara encendida, el ladrón está al acecho y no debo quedarme dormida.