El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Con disposición de corazón y la ayuda del Espíritu Santo, en vez de ahondar las divisiones se podría conseguir superarlas, en gran medida.
¿Podemos modificar la cristología del Nuevo Testamento y seguir llamándonos verdaderos cristianos?
Olvidamos con mucha frecuencia que, aparte de resaltar los atributos acerca del Verbo de Dios, también conviene señalar que Él es el creador y el sustentador de todas las cosas.
Nos atrevemos a señalar algunas características de aquel grupo que para nada se puede calificar de iglesia de Cristo y del cual habría que salir huyendo.
¿Cómo denunciar el mal de otros cuando no somos capaces de reconocer y denunciar el nuestro propio?
Aprender el idioma hebreo está bien, pero no tanto porque eso nos hará más santos, sino porque nos ayudará a entender mejor el texto bíblico del Antiguo Testamento.
Reconozcamos que aquellos grandes avivamientos del pasado, que tuvieron lugar en algunos lugares, se produjeron, no tanto por los esfuerzos humanos, sino por la soberanía de Dios.
Hemos de saber que Dios no solo cuida de sus hijos, también cuida de su creación y así exige a los seres humanos que cuidemos de los animales que también son creación suya.
Ni el convencimiento fervoroso, ni la fe sincera, ni la confesión hecha una y mil veces cambiará la mentira en verdad. La verdad es que se puede estar “muy sinceramente” equivocado.
Podríamos decir sin temor a equivocarnos que “Dios habita en las alabanzas de su pueblo” porque su pueblo fue objeto de la gracia misericordiosa de Dios.
Podríamos llenar muchas páginas de personajes de los cuales se dicen sus nombres y poco más, pero suficiente para saber que formaban parte del pueblo de Dios.
Si de conocerle a Él se trata, tarde o temprano no será sin lágrimas. Porque “el exilio” produce lágrimas.
En la Biblia a los ángeles se los presenta con relativa frecuencia relacionados con los seres humanos; sobre todo asociados con la historia de la salvación de la humanidad.
La historia está llena de ejemplos que indican que sin la ley y el respeto a la misma, estaríamos a favor de lo peor que se pueda dar en el género humano. Y todo a causa de la codicia.
Cuando leo y oigo a alguien expresarse con cierto desdén sobre el estudio serio, en lo referente a la Sagradas Escrituras alegando razones infundadas, siento tristeza.
El apóstol Pablo escribió sobre la necesidad de estar bien equipados a fin de no caer “en las trampas de los que con astucia emplean las artimañas del error...”.
Los que tenemos la responsabilidad de enseñar y guiar a otros con la Palabra de Dios tenemos la responsabilidad de conocerla bien y poner a un lado aquello que, pretendiendo ser verdad, sobrepasa, tuerce o niega el testimonio apostólico.
Una de las principales fallas que debe indignar y entristecer al Espíritu Santo es la falta de unidad y, por tanto, las grandes divisiones que existen en nuestro propio contexto “evangélico”.
El valor de la resurrección de Jesús es tal que sin ella, nuestra fe en todo lo demás no tendría sentido alguno.
Los beneficios que se derivan de aceptar al Señor Jesucristo a través de su evangelio, son sanadores a todos los efectos.
Pasamos a señalar cuáles eran (¡y son!) aquellos grandes hechos de la Revelación de Dios que conforman la llamada sana doctrina.
Si lo es realmente, la sana doctrina habrá de manifestarse siempre en una vida tanto de santidad como de amor hacia el prójimo.
Las dificultades existentes a la hora de interpretar el texto bíblico (¡Que las hay!) no deberían desanimarnos al enfrentarnos con esa tarea.
Sus palabras son la base del conocimiento espiritual verdadero; son como la roca y el fundamento de nuestra vida.
La salvación, si no transforma aquí y ahora, si no sana y restaura, no lo es en absoluto.
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