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El Lycaon y los “lycaones” humanos

Uno no puede dejar de preguntarse hacia dónde nos conduce este comportamiento de aquellos que deberían velar por los niños y jóvenes de nuestra sociedad, pero que hacen todo lo contrario.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 03 DE MAYO DE 2023 09:00 h
Perro salvaje africano en el parque nacional de Chobe, en Botsuana. / [link]Derek Keats[/link], Wikimedia Commons.

En la foto que aparece adjunta a este artículo tenemos al perro salvaje africano, llamado lycaon. Perro muy difícil de domesticar y que se alimenta de la caza. Su peso oscila entre 25 y hasta casi 40 kilos. Siempre actúa en manadas entre 10 hasta 30  ejemplares y cuando cazan, son eficaces en un 90%, debido a la cantidad de ejemplares que participan en ella, a su constancia, su capacidad de resistencia y su ferocidad. No importa cuanto tarden. Ellos son incansables; perseguirán a su presa, pero además, se turnarán en la tarea de acosar y al final, no importa que la potencial víctima sea mucho más grande;  la cansarán y la agotarán hasta derribarla para, de inmediato, ser devorada por toda la manada. Nunca mejor dicho lo de “la manada”.



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Esa fue la imagen que me vino a la mente hace unos días cuando vimos por televisión a un joven, matón de colegio -y seguramente de calle- golpeando y tirando al suelo a un adolescente, el cual se veía más pequeño y frágil que su maltratador; y estando aún en el suelo seguía golpeando y pateando al muchacho, sin misericordia. Mientras, un grupo de adolescentes –una “manada”- grababan todo el cruel espectáculo  para luego, según contaba el medio, pasárselo de unos a otros por los móviles, como motivo de diversión. O sea, peores que los lycaones. Éstos, cazan y matan para comer al igual que todos los animales salvajes; y si no se alimentan, mueren; de ahí que se comporten por instinto. En cambio, los “jovencitos” son personas con inteligencia, creados a imagen de Dios, con conciencia del bien y del mal; salvo que ya la hayan perdido del todo, dado que no parecen ser conscientes del mal que realizan; ¡y además, se regodean en ello! Lo cual les hacen peores que los perros salvajes de África, los lycaones. 



Nada nuevo “bajo el sol” que diría “el Predicador” (Ecl.1.1,9). Estos jovencitos también me recuerdan a aquellos otros jóvenes, de los cuales el buen padre del libro de los Proverbios, de la Biblia, advertía a su querido hijo que no se juntara con otros jovencitos de la misma especie mencionada anteriormente (Prv.1.8,10). Estas pandillas dan cobertura a todos aquellos que no saben quiénes son, que tienen problemas de identidad y necesitan sentirse que son “alguien”. Además, la pandilla no solo  les da ese sentido de pertenencia sino que también les darán la aprobación en la medida que aceptan lo que marca “la mayoría” (Prv.1.11-12). También sentirán que “se les tienen en cuenta”, no solo en lo que haya que “repartir” (Prv.1.13) sino a la hora de tomar alguna decisión importante (Prv.1.14). Todo lo cual les lleva a experimentar un sentimiento de “compañerismo” y “unidad” que nunca habían experimentado (Prv.1.14). Sin embargo, sus acciones son malas y perversas. Por eso el buen padre que aparece con cierta frecuencia en el libro de los Proverbios, le decía a su hijo: “¡Pero no te dejes llevar por ellos, hijo mío! ¡Apártate de sus senderos! Pues corren presurosos a hacer lo malo; ¡tienen prisa por derramar sangre!” (Prv.2.10,15-16). Algo que se ve precisamente, en el furor con el cual atacan y golpean una y otra vez a su víctima. Esa maldad expresada en ira y el deseo irrefrenable de satisfacer sus ansias de sexo (cuando se trata de una violación) no surgen de forma repentina, sino que es consustancial a su propia forma de ser: duermen con ella, se levantan con ella y son acompañados de ella todo el tiempo. 



Lo peor es que apenas hace un par de años se hablaba de “manadas” de hombres formados (en lo físico, nada más, claro) violando a una mujer. Sin embargo, desde hace algún tiempo se da cada vez con más frecuencia “manadas” de  muchachos jóvenes. Solo han pasado cuatro meses de este año, y ya son cuatro grupos de jóvenes adolescentes; una cada mes, que rodean, acosan, violan  y destrozan (en muchos sentidos) a una o dos jovencitas. Eso sin contar los acosos que se producen en los colegios por parte de jovencitos a otras niñas; al parecer esas agresiones van en aumento. Si seguimos así, ¿cuántas “manadas” se contarán hasta final de año y cuántas víctimas dejarán en el camino? Esos deleznables hechos, junto con la impotencia que se siente, no es sino el resultado de nuestro fracaso como  sociedad. Sociedad que por mucho que se quiera negar ha perdido el rumbo y todo lo relacionado con la educación y la formación de los niños y las niñas, a todos los efectos. 



Cuando uno ve algo así, no tiene más remedio que preguntarse quién o quiénes son los responsables de ese vil y cruel comportamiento. Sobre todo viendo que cada vez más se está generalizando y que ya no son hombres hechos, sino adolescentes los que están llevando a cabo violaciones a otras chicas jóvenes o que se deleitan en la violencia extrema contra otros jóvenes. Y uno no tarda en responderse que los principales responsables directos son los padres que, debido a que ambos están envueltos en sus propios trabajos, apenas tienen tiempo para dedicar a sus hijos. E incluso el poco tiempo que tienen después del trabajo, están tan cansados que prefieren tener a su hijos “entretenidos” con la televisión, el móvil, la tablet, etc., donde abundan no solo los juegos violentos sino también el acceso fácil al… sexo fácil. Y sin una cuidadosa supervisión, los resultados ya se pueden prever de antemano. Eso sin contar los casos en los cuales, en muchos hogares ocurra el maltrato a los hijos creando así, personalidades tendentes a la violencia.



[photo_footer]Manada de perros salvajes africanos en el parque nacional de Kruger, en Sudáfrica. / Bart Swanson, Wikimedia Commons.[/photo_footer]



Todo lo dicho, además, animado por una filosofía moderna que nos viene de afuera impuesta y que las autoridades educativas han asumido como propias, bien por convicción o causa de la presión que ejercen “desde arriba” por imposición. Así  los nuevos educadores enseñan y animan a la población infantil a la práctica del sexo y al cambio de identidad sexual “a la carta” a una edad en la cual no se tiene la madurez para entender ni para decidir sobre tan importante y serio tema. 



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Entonces, en una sociedad donde cada vez más se desprecia la educación en la que deberían predominar las responsabilidades tanto como los derechos; se desprecia todo tipo de autoridad, comenzando por la familia donde los hijos faltan el respeto a sus padres, y no pasa nada; se desafía a los profesores e incluso se les insulta, ¡y no pasa nada!; donde ya no vale para nada el esfuerzo de aquellos que lo hacen bien y se premia a los que “no dan un palo al agua”; donde además a los jóvenes eventualmente se les concede una “paguita” mensual para “sus gastillos” sin haber hecho algo para merecerlo… Uno no puede dejar de preguntarse ¿hacia dónde nos conduce este comportamiento de aquellos que deberían velar por los niños y jóvenes de nuestra sociedad, pero hacen todo lo contrario? No hace falta pensarlo mucho: Hacia una sociedad egoísta y hacia una generalización de la maldad. Pero a lo mejor es eso lo que conviene a gran parte de los políticos, dado que en la  medida que propician la maldad y sus resultados, no son solo cooperadores, sino  hasta beneficiarios de ella. Claro que ellos lo negarán; pero los mismos resultados los denuncian y los desesmascaran. 



Pero nada de eso se soluciona con una generalización de las quejas. Como cristianos tenemos la obligación de protestar contra aquellas políticas que favorecen estos comportamientos; tenemos la responsabilidad de orar por nuestra nación; pero también tenemos el deber ineludible de vivir como seguidores de Cristo; de predicar el Evangelio que tiene poder para transformar las vidas. ¿Alguien se imagina a uno de estos jóvenes violentos, llegando a reconocer su maldad hasta que le duela el corazón de tal manera que se ponga a llorar “a moco tendido”, debido al daño causado y que, a continuación pida perdón a Dios y a todo aquel o aquella que haya hecho daño? ¿Pero acaso eso es imposible? ¡No! No es imposible. Creemos que eso es posible. Por eso, oremos por nuestro país, para que vuelva el sentido común a las autoridades políticas y educativas (si es que alguna vez lo hubo). Pero a la vez apartémonos de todos aquellos que, siendo políticos o no, propician la maldad en las distintas formas que están a su alcance; principalmente a través de la educación. Formas que se nos presentan con términos tan “bonitos” como: “derechos”, “justicia”, “igualdad”, etc., pero tan engañosos, dado que al final lo que propician son esos comportamientos que, en unos casos son peores que los de los perros salvajes africanos, los lycaones, mientras que en otros, no hace falta que medie ninguna violencia para que sean indeseables. Como siempre solemos decir: que el Señor nos ayude. 


 

 


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COMENTARIOS

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Felipe
04/05/2023
21:04 h
1
 
Está claro q la causa de toda esa violencia es d las políticas d este gobierno. Y d las violaciones tmb. Y del boom d la UFC. Porque esto con Franco no pasaba. Hay q decirlo clara mente. Si estudiaran latín desde primaria se acababa la tontería.
 



 
 
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