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Año nuevo, nuevas oportunidades

No podemos esperar la bendición de Dios si primero no nos ponemos en buena relación con él y con nuestro prójimo.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 04 DE ENERO DE 2023 13:15 h
Imagen de [link]Jason Yuen[/link] en Unsplash.

“Y dijo al viñador: He aquí, hace tres años que vengo a buscar fruto en ella, y no lo hallo; córtala, ¿para qué inutiliza también la tierra? Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella y la abone. Y si diere fruto, bien; si no, la cortarás después” (Lucas 13.6-9)



En la Biblia el pueblo de Dios y aun el creyente, a veces, son comparados con una higuera, una vid, una planta, los sarmientos de la vid, etc. La parábola de la viña que aparece en el libro de Isaías y la referencia que hace el Señor sobre la vid y los pámpanos, son buenos ejemplos de eso que decimos (Is.5.1-7; J.15.1-6). Luego, los que se dedican a la agricultura saben que lo que se siembra en una huerta tiene el propósito de producir fruto. De no ser así, el agricultor eliminará toda planta o árbol infructuoso. De igual manera, el Señor desea que cada uno de los suyos llevemos fruto (J. 15.16) Esto nos habla del propósito de Dios para nosotros. Su voluntad es que vivamos produciendo aquellas obras que son agradables a él y que bendigan, enriquezcan y edifiquen las vidas de otros. Pero además sólo cuando cumplimos con la voluntad de Dios encontramos el verdadero sentido y propósito a las mismas. Las clínicas de los psicólogos y psiquiatras están llenas de personas que no saben quiénes son y cuál es el sentido de sus vidas. Pero sólo nuestro Creador puede llenar ese vacío que hay en nuestro corazón.



Entonces cabe reflexionar y preguntarnos, ahora que se ha terminado el año 2022 si hemos tenido un año fructífero, de acuerdo a nuestro llamado y los dones recibidos. De no haber sido así se pone de manifiesto que no hemos aprovechado bien el tiempo que nos fue dado. Seguramente hemos tenido algunos logros personales, familiares, laborales y/o económicos. Y eso es algo por lo cual hemos de estar agradecidos a Dios. ¿Pero es eso todo lo que se esperaba de nosotros, los discípulos de Cristo? ¿No deberíamos haber empleado tiempo también para el servicio a los demás? ¿No es para eso que nos fueron dados también los dones/capacidades espirituales, además de los naturales?



En la parábola de la higuera que no daba fruto, el dueño le dijo al labrador que la cortara: “Córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra?” (Luc.13.7). La orden era tajante y pone de manifiesto el propósito y la razón de ser de la higuera plantada en el huerto: dar fruto. Con el creyente es igual. El Señor Jesús dijo: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he puesto que para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca” (J.15.16). Cuando como cristianos no damos fruto se pone de manifiesto que no estamos cumpliendo el propósito de Dios para nuestra vida; lo cual es una cosa muy seria. Nuestra vida como hijos de Dios tiene sentido cuando hacemos su voluntad (Mt.7.21; Fil.2.12-13). Pero si vivimos solo para nosotros y para nuestras familias, estaremos viviendo de forma egoísta y nos alcanzará el día en el cual también llegaremos a ser muy conscientes de no haber empleado bien el tiempo; y de lo cual habremos de dar cuenta a Dios.



Lo mismo podríamos decir de nuestras comunidades cristianas. Las iglesias que viven para sí girando su vida en torno a sus actividades internas, sólo quizás con la reunión/culto del domingo y poco más, sin proveer los cauces necesarios para proyectarse hacia afuera de sí mismas, terminarán secándose. Ciertamente, no fuimos puestos en este mundo por el Señor para eso.



Sin embargo, afortunadamente no está todo perdido. En el Señor siempre encontramos esa disposición por la cual nos brinda una nueva oportunidad de hacer las cosas de otra manera. A su manera. Eso es algo que él quería que supiéramos. Por eso contó la parábola de “la higuera estéril”. El labrador le dijo al dueño de la huerta: “Déjala todavía este año, hasta que yo cabe alrededor de ella y la abone; si diera fruto, bien, y si no, la cortaremos después.” (Luc.13.8-9) Así también, entendemos que este año 2023 es una nueva oportunidad que el Señor nos ofrece para que trabajemos a favor de una vida con sentido y propósito, más fructífera.



Por eso, en este tiempo en el cual nos deseamos unos a otros bendiciones con las conocidas felicitaciones: “¡Feliz Año Nuevo!”; “¡Que el Señor te bendiga y te colme de sus bendiciones!”,  etc., este también es un tiempo que nos llama a reflexionar sobre el año que ha transcurrido. Como resultado, es posible que tengamos que hacer algunos arreglos; también es posible que tengamos que arrepentirnos de algo; o algunas cosas que tengamos que restaurar por algún daño hecho a otros… No podemos esperar la bendición de Dios si primero no nos ponemos en buena relación con él y con nuestro prójimo. (Is.1.16-20; St.4.8)



El labrador  de la parábola, quería “cavar” alrededor de la higuera y “abonarla” y esperar un año más con la esperanza de ver fruto en ella. El cavar y abonar son tareas esenciales para que los árboles frutales y plantas de todo tipo puedan dar su fruto. Pero eso no es diferente con nuestras vidas. El cavar y abonar exige un esfuerzo personal. Cavar –ahondando- para remover la tierra de nuestro corazón, a fin de que la obra del Espíritu Santo pueda “oxigenarlo” y prepararlo para que rinda mejores frutos. Luego hay que abonar dicha tierra con los nutrientes básicos de la Palabra del Señor y regarla con el espíritu de la oración, para que la humedad pueda llegar a saturar cada parte de nuestro ser. Pero también  está ordenado por Dios  que ese cavar y abonar se lleve a cabo a través de las relaciones mutuas. Dios ha dispuesto que recibamos ciertas bendiciones, no de una forma directa, sino a través de nuestros hermanos y hermanas de la comunidad fraterna. Por tanto, se equivocan aquellos que creen que pueden ser fructíferos viviendo una vida solitaria, en su casa con su Biblia y poco más. El miembro del cuerpo que se aísla del resto, termina por secarse y muere.



Todo lo dicho anteriormente lleva tiempo, trabajo y un derroche de energías de tal manera que, a veces, no resulta fácil: un matrimonio bendecido por Dios no existe si los cónyuges no trabajan para obtener los mejores frutos; unos hijos que expresan la bendición de Dios, no se dan a menos que sus padres paguen el precio en términos de dedicación a su correcta educación; asimismo, unas relaciones fraternales bien cimentadas, no se dan a menos que se construyan sobre la base del amor expresado en términos de reconocimiento, aceptación, respeto, perdón, reconciliación, humildad, mansedumbre, paciencia,  etc. Todo lo cual, a veces nos acarrea ciertas dificultades que nos podrían llevar al desaliento, y podríamos ser  tentados a “tirar la toalla”. No perdamos la fe. El consejo divino nos sale al paso una y otra vez, con  palabras semejantes a estas: “No perdáis vuestra confianza, que tiene un gran premio: porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios obtengáis la promesa” (He.10.35-36)



Tal y como nos dice la Biblia y nosotros lo entendemos, muchas de las mejores bendiciones, nos llegan después de experimentar algo –o mucho- de sufrimiento. Parece que eso también es parte de la vida del labrador. ¿Y acaso la vida cristiana no tiene mucho también de “labrar”, “sembrar” y “cosechar”? Así es. En la vida cristiana, no todo es “alegría” y “pasarlo bien”. El salmista retrata bien la vida del labrador; y en la vida cristiana no es muy diferente:  



“Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Sal.126.5-6)



Dicho lo cual, os deseamos un ¡Feliz Año Nuevo, 2023! Sin duda, será un año de nuevas oportunidades en el Señor, para hacerlo mejor de lo que lo hemos hecho en 2022.  Y todo será por Su gracia y para Su gloria.       


 

 


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