La iglesia del Señor no se dirige como si fuera un gobierno de este mundo. La enseñanza en la Palabra de Dios es clara y diáfana.
“Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (J.15.3)
En la primera exposición señalamos la relación que hay entre esta acción limpiadora de Jesús por medio de su Palabra y el Nuevo Pacto anunciado por los profetas Jeremías y Ezequiel; especialmente Ezequiel. Si el resultado de la obra del Señor en ellos iba a resultar en “una nueva creación” -como ya apuntamos en la primera exposición- no debía quedar ningún área de su vida que no fuese tratada y “limpiada”.
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En la segunda exposición señalamos la acción limpiadora de la palabra de Jesús en sus discípulos y cómo ellos fueron “limpiados” de su orgullo nacionalista y su espíritu violento. Todo lo cual lo pudieron expresar por medio de su propia conducta, tanto en relación con los de su raza como en relación con los que no eran de su pueblo.
Entonces cabría señalar algunas áreas más de su vida que debían ser tratadas en profundidad y que también les cambiaría su forma de pensar y actuar.
Jesús limpió a sus discípulos de su deseo de tener poder y de mandar: Una forma de egocentrismo (Lc.9.46-48)
El deseo de tener poder y autoridad para “mandar” es algo que está en el corazón de muchos seres humanos. Muchos emplean casi toda su vida tratando de escalar puestos en la sociedad con el deseo de tener puestos de autoridad y mando, con todos los privilegios que suelen acompañar esas posiciones. En todo grupo humano se puede apreciar eso. Incluso, esas intenciones cuando se ven frustradas, pueden llevar a las personas a usar medios ilícitos para conseguir sus fines.
Esto que decimos también puede suceder (¡y sucede!) en las llamadas “iglesias evangélicas”. Estas son un terreno muy favorable para aquellos que apetecen puestos de “gobierno” donde pueden estar “al frente” dirigiendo a las iglesias. El Señor Jesús advirtió contra los falsos profetas que surgirían en el futuro (Mt.7.15-19); y el apóstol Pablo (entre otros) anunció que eso habría de ocurrir. (Hch.029-30). El Diótrefes del cual nos habla el apóstol Juan encarnaba bien ese papel y fue un precursor de los miles y miles que después surgirían a lo largo y ancho de la historia de la Iglesia, hasta el día de hoy. (3ªJ.9-10). A veces los “diótrefes” de turno, incluso encabezan movimientos seudo-cristianos con la intención de enseñorearse de los demás y vivir a costa de ellos. (Flp.3.18-19; 2ªCo.11.13-15; 2ªP.2.1-3).
Pero atendiendo a la enseñanza bíblica, el grupo de los apóstoles estaba compuesto por personas que eran como nosotros; con los mismos defectos, deseos y pretensiones, etc. Por tanto, una vez que el Señor formó el grupo y comenzó a hablar del reino de Dios, pronto se vio dónde tenían puesta la mirada en ese nuevo orden divino: “Entonces entraron en discusión sobre quién de ellos sería el mayor” (Lc. 9.46-48).
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Esa discusión expresaba cuál era el interés del grupo. Interés que se puso de manifiesto no una sola vez, sino varias. En una ocasión, Jacobo y Juan solicitaron del Señor ser puestos en un lugar importante, en el futuro, en el reino de Dios: “Ellos dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda.” (Mr.10.37) Y si fue en esta misma ocasión, estos dos hermanos incluso usaron la influencia de la madre de ellos para que intercediera ante Jesús por ese favor:
“Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo. Él le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda” (Mt.20.20-28)
Trabajo les iba a costar entender a la mamá, a los hijos y a todos los discípulos de Jesús que en el reino de Dios las cosas no funcionan así. Pero no pensemos que en nosotros es diferente. A nosotros también nos cuesta el comprender los principios que rigen en el reino de Dios. Pero ellos eran eso, discípulos. Ellos estaban aprendiendo; y si nosotros también nos consideramos discípulos del Señor, también estamos aprendiendo. Así que si observamos atentamente a Jesús veremos cómo respondió a estas pretensiones que, por otra parte, eran y son tan humanas.
Por eso en esta ocasión señalada, Jesús usó el contraste entre la forma en la cual “los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas y sobre ellas ejercen autoridad…” (Mt.20.25) y lo que él iba a decirles a continuación. Jesús señala algunas cosas a tener en cuenta. La primera es subrayada con las palabras, “pero entre vosotros no será así” (Mt.20.26) pasando a continuación a señalar el cómo será en la nueva comunidad del reino. Así que, añadió: “El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo” (Mt.20.26-27).
La enseñanza no podía ser más clara: en el reino de Dios se valora más que nada una actitud y disposición para el servicio. Así que, nada de ocupar puestos de “ordeno y mando” sino de servicio, que surge de un discípulo que ha entendido que, en principio es un siervo de Dios y del Señor Jesucristo, puesto para servir a la comunidad del reino de Dios.
Pero la lección no terminó ahí, sino que el Señor va más allá poniéndose él mismo como ejemplo de siervo y servidor, cuando añadió: “Como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mt.20.28).
Pero en esas palabras de Jesús citadas, no solo se resalta el hecho de que el Hijo del Hombre vino “para servir” sino que dicho servicio es sacrificial y sin límites: “para dar su vida…”; y con carácter redentor: “En rescate por muchos”. Esto debería hacernos pensar sobre el hecho de que no solo es cuestión de “servir” sino que ese mismo servicio debería ser asumido por el discípulo de Jesús como uno de carácter ilimitado, hasta dar la vida, si fuese necesario.
Luego, al tratar la enseñanza de Cristo sobre el tema en cuestión, hemos de recordar que el Señor Jesús no daba palabras solamente, sino que ellas siempre iban acompañadas con su ejemplo. En ese sentido es difícil no recordar la noche en la cual, en la última cena se levantó de su lugar y preparando el lebrillo y la toalla, se dispuso a hacer un trabajo de siervo, lavando y secando los pies a sus discípulos. Ellos debieron extrañarse mucho por aquel humilde acto de Jesús, al punto de que cuando llegó a Pedro, éste no quiso que Jesús le lavara los pies. Sin embargo, tuvo que aceptarlo y al igual que los demás le fueron limpiados sus pies; pero además también fueron limpiados de su forma mundana de pensar. ¿De qué manera? Por medio de la palabra y el ejemplo de Cristo:
“Pues si yo, el Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros vuestros pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (J.13.14-15)
No olvidamos tampoco los ejemplos que nuestro Señor puso cuando en el mismo contexto de alguna discusión sobre quién de ellos sería el mayor, puso a un niño en medio del grupo y los aleccionó para hacerse como niños (Mt.18.1-4). Seguramente el Señor tenía en mente la actitud sencilla y de dependencia de un niño de sus mayores para todo, en contraste con la actitud de independencia que raya con el individualismo que asumimos los mayores y que con tanta facilidad nos independizamos de Dios nuestro Padre, creyéndonos más que suficientes. En todo caso, es así como los discípulos de Jesús iban siendo limpiados “por la palabra de Cristo”, acorde con el texto que aparece en la cabecera de estas exposiciones: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado”.
Para concluir esta tercera parte, es difícil tratar este tema y no pensar en lo que ha sido una realidad a lo largo de la historia de la iglesia, sobre todo y de una forma más general, a partir de siglo IV, cuando la iglesia dejó de ser perseguida y llegó a gozar del favor del Emperador Romano. Como ahora vestía “ser critiano” y, no digamos el ocupar un puesto de “obispo” o tener un cargo afín con las prerrogativas y privilegios que conllevaba, muchos fueron los que lo apetecían, lo procuraban y, no en pocos casos, lo conseguían. Ese fue un terrible proceso que culminó en la deformación de la Iglesia de Cristo para acabar siendo una iglesia cuyo máximo representante, se gloriaba de tener una autoridad y poder tan grande -¡y más!- como para “quitar reyes y poner reyes”. No en vano el Papa, era el máximo representante de Dios en la tierra, al cual todo gobernante debía estar sujeto y obedecer. Afortunadamente, con el tiempo fue perdiendo poder, pero sus señas de identidad como Estado político no las ha perdido. ¿Qué pensará Jesús de eso mismo, dado que Él no puede contradecir su Palabra?
Pero ese “ejemplo” no es solo de la institución de referencia. Podríamos poner otros muchos ejemplos de personas que en otro tiempo y aún en este ocuparon posiciones de “ordeno y mando” en iglesias de carácter “nacional” como en otras de carácter más particular. Para el caso da igual si son grandes o pequeñas. Si son de la “institución” anteriormente mencionada como del campo “protestante” y “evangélico”. La iglesia del Señor no se dirige como si fuera un gobierno de este mundo. La enseñanza en la Palabra de Dios es clara y diáfana. Los “diótrefes” de siempre pueden actuar en el contexto de un grupo pequeño como en uno mucho más amplio, incluso usando de la política de un país a nivel nacional, si así conviene a sus intereses. Sin embargo los discípulos del Señor fueron limpiados de todo ese “espíritu” y aprendieron que, la comunidad cristiana no es una comunidad donde uno puede ocupar un lugar desde donde “mandar” a su antojo, sino que es una comunidad donde todos servimos; cada cual donde Dios nos ha colocado y acorde a los principios del reino de Dios (Ef.4.9-13; 1ªTi.3.1-7; 1ªP.5.1-5).
Sabemos que el tema en cuestión es muy complejo dado el panorama multi-denominacional del cristianismo existente; pero también sabemos que la enseñanza de la Escritura al respecto, es clara y sencilla. Nuestra confianza es que, al final, “el Hijo del Hombre” será el que determine de forma inequívoca y definitiva, quién es “trigo” y quién es “cizaña” (Mt.13.24-30; 36-43). Entonces, que el Señor nos ayude.
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