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Aprendiendo de la empatía de Jesús

De Jesús aprendemos que a las personas en su necesidad se las comprende más y mejor desde la compasión y la misericordia que desde el juicio condenatorio.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 15 DE MARZO DE 2023 09:00 h
Imagen de [link]Alex Wigan[/link], Unsplash.

Una de las características que debía tener el sacerdote en el A. Testamento era la empatía, la comprensión y la paciencia para con la gente del pueblo, al cual ministraba; y en especial con la gente sencilla. La razón (entre otras) es que la gente sencilla no tenía ni tiene por qué tener, en principio, un gran nivel de conocimiento y madurez; aunque en muchos casos se encuentren personas a las cuales su sencillez no les impidió adquirir sabiduría. Sin embargo, en contraste, aquellos sacerdotes que estaban al servicio de Dios y del pueblo de Israel tenían mucho conocimiento y a veces podrían desesperarse al ministrar a favor de aquellos  a causa de su ignorancia y extravíos. Entonces, nos dice el texto bíblico que el sumo sacerdote debía “mostrarse paciente con los ignorantes y extraviados…” (Heb.5.2-3). 



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La razón de esta actitud paciente era porque el sumo sacerdote debía manifestar la misma actitud misericordiosa, compasiva y empática que Dios expresaba a través del sistema de sacrificios con miras a que, tanto el sacerdote como el pueblo pudieran obtener el perdón de sus pecados. Al respecto, dice F. F. Bruce, en su comentario de la Epístola a los Hebreos: 



“A fin de cumplir dignamente con estos deberes, un sumo sacerdote necesita no solo prestar atención al cumplimiento preciso de los varios rituales, sino tener sentimientos interiores acordes con su trabajo sagrado”. Y luego, aclara: “El verbo traducido “-se- muestre paciente” denota en general ‘la posición media entre la indiferencia y el sentimentalismo fastidioso (…) Un sumo sacerdote no podía hacer expiación adecuada por los pecados que lo llenaban al mismo tiempo, de sentimientos de indignación y exasperación en contra de aquellos que eran culpables” -“ignorantes y extraviados”- (Bruce F.F. 1987)



Precioso texto que pone de manifiesto la realidad de lo que debía ser la actitud del sacerdote para con el pueblo. Pero había otra razón que el profeta Malaquías recoge para tal proceder. El profeta escribió: “los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque mensajero es del Señor de los ejercitos” (Mal.2.7). No era de recibo que el israelita que venía en busca del favor de Dios ante el sacerdote, se encontrara con una actitud y un trato hacia su persona que no condecía con la amabilidad y con la sabiduría que debía adornar al sacerdote. Sin embargo, con mucha frecuencia la condición de los sacerdotes estaba lejos de ser la que debían haber tenido. Lo contrario se dio con cierta frecuencia a lo largo de su propia historia. Una muestra de esto (entre muchas) se aprecia cuando la clase religiosa se planteaba qué hacer con Jesús, en vista de que la gente se iba tras él; e incluso los alguaciles que fueron a apresar a Jesús, se volvieron sin él, hablando favorablemente acerca de Jesús. Pero la clase religiosa estaba muy por encima de todos los demás. Ellos sabían mucho, mientras que los demás eran “ignorantes y extraviados”. Ellos se consideraban justos, mientras que los demás eran injustos. Ellos se consideraban “puros” y “limpios” mientras que los demás eran “pecadores” y despreciables; por lo que había que separase de ellos. Entonces, no tenían ninguna comprensión, ni compasión, ni misericordia. No había ninguna empatía en ellos hacia su prójimo. Así, desde esa posición “con sentimientos de indignación y exasperación” (que diría Bruce) se atrevieron incluso a maldecirlos: “Esta gente que no conoce la ley, maldita es”. 



En vivo contraste, una de las cosas que aprendemos del Señor Jesús es su empatía en su relación con  las personas. Sobre todo con los excluidos, menospreciados, incomprendidos y  desechados. Da igual si era la mujer que lavó los pies de Jesús con sus lágrimas, María Magdalena, Zaqueo, el ciego Bartimeo, el ciego de nacimiento de Jerusalén, la mujer samaritana o alguno de otra clase “superior” pero en gran necesidad. Jesús era compasivo y comprensivo con todos y con todas. De Jesús aprendemos que a las personas en su necesidad se las comprende más y mejor desde la compasión y la misericordia que desde el juicio condenatorio. 



Entonces, al considerar lo que nos enseña la Escritura sobre lo dicho, debería producirnos cierto temor, porque en muchas ocasiones quizás nos parecemos más a aquella gente religiosa, en su actitud de juzgar, criticar, condenar, excluir y “maldecir”, cuando no, mostrarnos indiferentes, impacientes y con ninguna empatía en relación con aquellos que, por circunstancias de la vida “saben menos” y son “ignorantes y extraviados”. Y para el caso, da igual si son o no hermanos en la fe de Jesucristo ¡Y cuánto se ve de esto mismo en las redes sociales y fuera de ellas! 



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Lo cierto es que así se alejaban aquellos del espíritu de aquel que a lo largo de la Sagrada Escritura manifestó su gracia, empatía, comprensión y misericordia, al punto de dejar su gloria y venir a buscar a los perdidos (entre los cuales también estábamos nosotros) juntándose con todos los menospreciados, los “pecadores” y desechados por aquellos que se llamaban a sí mismos “justos”. Y no hay mayor prueba de amor, empatía y misericordia que la que Dios mostró enviando a su Hijo Jesús, “hecho semejante a los hombres” (Flp.2.7) para dar su vida en la cruz por todos nosotros, “ignorantes y extraviados”, injustos y pecadores. Y todo con miras a ejercer un ministerio salvífico e intercesor-sacerdotal, único, como “Mediador entre Dios y los hombres” (1ªTi.2.5). Así pues, dice el texto bíblico: 



“Por lo cual, debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo”. (Heb. 2.17)



Y más adelante, añade:



“Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente, al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. (Heb. 4.14.15) 



Entonces, aquel Jesús que descendió de su Trono Celestial, humillándose hasta morir por nosotros en la cruz, como un sacrificial y sublime servicio de amor, fue el que resucitó y tal y cómo dice la Escritura; “subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo” (Ef.4.10) donde también estableció su Trono  de gracia para que todo aquel que se acercara a él en busca de “socorro” lo encontrara sin medida. 



Luego, el Nuevo Testamento nos enseña que una vez que el antiguo Pacto fue reemplazado por el Nuevo, la Iglesia, es decir el conjunto de creyentes redimidos, unidos a nuestro gran y Sumo Sacerdote hemos venido a ser “un reino de sacerdotes” (1P.2.2.9; Apc.1.6; 5.10) Por tanto, no solo aquellos que tenemos un ministerio pastoral de guías de las iglesias, sino todos los creyentes, en tanto estamos unidos a nuestro Sumo Sacerdote, hemos de manifestar la misma forma de ser, impática, que tuvo Jesús para con nosotros. Esto es algo que enseñó Jesús cuando dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (J.13.34-35). De ahí las continuas exhortaciones de los apóstoles a los creyentes a ser como Cristo y  entre las cuales se encuentra esta del Apóstol Pedro:



“Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, sino por el contrario, sabiendo que fuiesteis llamados para que heredaseis bendición” (1ª.3.8-9) 



Eso es “empatía” de alto nivel. Eso solo puede darse cuando hemos tenido un encuentro, una experiencia real con el Cristo resucitado ascendido y hecho  Sumo Sacerdote entronificado en los cielos.



Aprendamos pues, de Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, a ser misericordiosos, comprensivos, compasivos y pacientes, en nuestro trato los unos con los otros, tanto con los de adentro, como con “los de afuera”.


 

 


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