“Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (J.15.3)
“Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (J.15.3)
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Lo primero que hemos de tener en cuenta es que estas palabras citadas más arriba fueron dichas en el contexto de la última cena que Jesús tuvo con sus discípulos. Así que están relacionadas con todo el largo discurso que Jesús dio a los discípulos, principalmente en los capítulos 14-16. Pero también hacen referencia a todo su ministerio a lo largo de casi tres años con ellos. En ese tiempo Jesús había llevado a cabo una labor de enseñanza para con sus discípulos que estaba destinada a llevar a cabo una labor de “limpieza” profunda en su forma de pensar, que les llevaría también a hablar y actuar de forma diferente a como eran y se habían comportado hasta esos momentos. Esa labor de “limpieza” luego también la llevaría a cabo el Espíritu Santo en los creyentes futuros, y se conocería también como “santificación” (J.17.17; 2Tes.2.13-14; 1P.1.2,22).
Ahora bien, nadie que conozca el mensaje central que es recogido en toda la Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis y que es el de la salvación por medio de Cristo Jesús (J.5.39; 2ªTi.15-16) pasará por alto el hecho de que Jesús había venido a cumplir ese mensaje de la Escritura. Quiero decir que con Jesús se venían a cumplir las profecías sobre el Nuevo Pacto (que también llamamos, Nuevo Testamento) y del cual hablaron Jeremías (Jr.31.3-34; 32.39-42) y Ezequiel. Pero en relación con estas palabras sobre la “limpieza”, es a Ezequiel, principalmente, a quien hemos de prestar debida atención. Este profeta escribió:
“Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré un corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis mandamientos y guardéis mis preceptos y los pongáis por obra” (Ezq.36.25-27)
Entonces, si situamos estas palabras en el contexto de la última cena del Señor con sus discípulos, veremos ese paralelismo que nos indica que la profecia de Ezequiel estaban cerca de cumplirse completamente. Las referencias a la limpieza y al Espíritu Santo, también las hace el Señor Jesús en ese mismo contexto (J.13.10). Aunque toda la obra completa no se llevaría a cabo sino después de la muerte, resurrección y ascensión del Señor, con la posterior venida del Espíritu Santo sobre los discípulos en Pentecostés.
Pero en relación a la “limpieza” a la cual hace referencia Jesús, nos llama la atención la del profeta Ezequiel, cuando escribió: “Esparciré sobre vosotros agua limpia…”. Evidentemente, esto no se refiere a agua de forma literal, sino que el agua es una metáfora que representa a la Palabra de Dios, la cual a veces se la identifica como “agua”. Como por ejemplo, cuando dice Pablo que Cristo “santificó a la iglesia mediante el lavamiento del agua, por la Palabra” (Ef.5.26) Así que, cuando dijo a sus discípulos: “Mas vosotros estáis limpios, por la palabra que os he hablado…” (J.15.3) él estaría haciendo una referencia a aquella profecía mencionada por Ezequiel. Esto que decimos es confirmado porque estas palabras están dichas en un contexto donde, una y otra vez, Jesús hace referencia a su palabra de forma constante (J.14.10,15,21,23,24; 15.3,7,10,12,20; 17.14,17,19). Y la razón es porque toda la obra de Dios en los discípulos de Jesús, es hecha por medio de su Palabra; y nada de lo que ha sido y está siendo hecho, será aparte de su Palabra. Esto es verdad con respecto a la creación primera de la cual se nos relata en Génesis (Gé.1.1;2P.3.5); pero también es verdad con respecto a la “nueva creación” que surge de la obra redentora de Cristo, como después veremos.
Así que, cuando Jesús dijo: “Vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado…” él está resaltando la obra que él había estado haciendo en sus discípulos durante el tiempo de su ministerio. Ellos necesitaban una limpieza a fondo (como también todos nosotros). El fundamento tenía que ser puesto y la base no podía ser -¡de ninguna de la maneras!- la vieja naturaleza de los discípulos. ¡Algo nuevo tenía que ser hecho en ellos! Pero dicha obra sería hecha una vez venido el Espíritu Santo sobre los primeros discípulos, en Pentecostés.
Entonces, al pensar en las palabras de Jesús sobre la limpieza que había llevado a cabo, ellos podían hacer referencia a la obra del “lavamiento de la regeneración y… la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3.4-6); e incluso identificar dicha obra como “una nueva creación” (2Co.5.17). No era cuestión, entonces, de pertenecer a la religión judía o a cualquier otra, “sino de una nueva creación” que había sido hecha en ellos por el poder de Dios, por medio de su Palabra y de su Espíritu Santo (Gál.6.14). El judío podría decir: “¿Pero qué estás diciendo Pablo? ¿Cómo que no sirve para nada el ser judío?” Y Pablo podría contestar: “Sí, eso tiene su valor y su lugar, pero en la medida que nos conduce a Cristo” (Ro.10.4) Porque finalmente, todo tiene que ver con algo hecho totalmente nuevo en y por medio de Cristo. Por eso el apóstol Pablo lo describió así: “Porque el Dios que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de Dios en la faz de Jesucristo”(2Co.4.6).
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Cuando esto sucede en la vida del creyente, él sabe que ya no es el mismo y que no se ha tratado de “un cambio de religión”. Al pensar en esto, siempre nos acordamos de nuestra conversión a Cristo y cómo decían en nuestro barrio de parte de todos cuantos nos conocían: “¡Ángel y Loli se han cambiado de religión! ¡Se han hecho protestantes!”. Entonces nosotros nos sonreíamos, porque sabíamos que nada de eso había sucedido. Cierto que habíamos dejado la religión Católica, pero no habíamos abrazado otra diferente. Sencillamente habíamos experimentado aquella palabra de Cristo que una y otra vez expresó de distintas formas, como por ejemplo, ésta:
“El que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendra a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (J.5.24)
O esta otra: “Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamas; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” (J.4.14)
Todas esas palabras aparentemente diferentes, no son sino aspectos de la misma obra salvífica de Dios por medio de Cristo y que los discípulos del Señor llegarían a comprender de manera clara, por la revelación e iluminación del Espíritu Santo. De ahí que el apóstol Pablo –entre otros- hablara de dicha obra en términos de sabiduría, justificación, santificación –“limpieza”- y redención”. Términos relativos a la persona y obra de Jesucristo (1ªCo.1.30).
Por eso cuando el Señor Jesús les dijo: “Mas vosotros estás limpios por la palabra que os he hablado” él estaba haciendo referencia a una labor de limpieza profetizada por los profetas mencionados y que estuvo llevando a cabo en sus discípulos, con miras a algo más grande. Es decir una nueva creación. Es lo mismo que ha hecho y está haciendo con nosotros: ¡Conmigo y contigo! No nos quepa duda.
Sin embargo, si lo dejamos ahí, nos quedamos muy cortos y no contestamos a las preguntas que en el proceso de esta exposición seguramente han venido a nuestra mente: ¿De qué fueron limpiados los discípulos? ¿Cuál fue el alcance de esa limpieza? ¿Cómo les afectó dicha limpieza en sus propias vidas?, etc. Preguntas que procuraremos responder en dos exposiciones más.
Seguiremos.
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