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Siempre hubo ‘manadas’

La gran mayoría no somos conscientes del trauma, el daño y todas las consecuencias que tienen lugar sobre las víctimas de abusos, violaciones, maltratos.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 08 DE MARZO DE 2023 11:07 h
Imagen de [link]Melanie Wasser[/link] en Unsplash.

Las “manadas” de violadores han existido siempre. Entendiendo las “manadas como ese grupo de seres humanos que, en vez de comportarse como tales, se comportan como animales (con perdón a los animales). En realidad dichos humanos se comportan mucho peor que aquellos. Las “manadas” de esos “seres humanos” se dieron, sin lugar a dudas, en el tiempo de antes del Diluvio cuando dice el texto bíblico que, “la maldad de la gente era mucha en la tierra y que todo designio de los pensamientos de su corazón era de continuo solamente el mal” (Gé. 6.5-12) Así que, con ese grado de corrupción podemos imaginar grupos “perfectamente unidos” para perpetrar el mal, en todas su formas. La expresión “mucha” y “de continuo” asociado a “la maldad” nos dibuja una imagen de violencia extrema, tanto por su crudeza extrema como por su extensión, hasta llegar a universalizarse. El texto bíblico dice que “la tierra estaba corrompida y llena de violencia”. Así que todo el mal imaginable estaba presente y manifiesto en aquella sociedad abocada, bien a su autodestrucción o a la destrucción por medio del mismo juicio divino, como nos narra la Sagrada Escritura.



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Pero luego, en Génesis, Cp. 19.1-11 vemos de forma más específica a una gran “manada”, perfectamente unida con un solo propósito: llevar a cabo una violación a dos “varones” que el justo Lot había recibido en su casa, según dice el texto bíblico: “todo el pueblo junto, desde el más joven hasta el más viejo”i. Violación que no pudieron llevar a cabo, debido a la actuación de aquellos extraños mensajeros celestiales, que castigaron con ceguera a los malvados (Gé.19.1-4-11). Pocas horas después, no solo ellos sino también toda Sodoma y Gomorra, fueron destruidos por el fuego a causa de su maldad que “se había agravado en extremo” (Gé.18.20) y que no se expresaba solo de aquella manera, sino que cursaba de distintas formas, según expresó el profeta Ezequiel (Ezq.16.48-51)ii



Y luego, en el libro de los Jueces, Cp. 19 -y para quien lo quiera leer- se nos relata de una terrible violación llevada a cabo por otra “manada”. Todos los hombres de la población de Gabaa se juntaron para violar a un hombre, pero en su lugar el dueño de la casa en la cual había sido recibido aquel, les entregó a la concubina del visitante para que se “lo hicieran” a ella en vez de a aquél. En aquel tiempo y en comparación con los hombres, las mujeres valían mucho menos que los hombresiii; casi igual que hoy en muchos lugares. Todos abusaron de aquella pobre mujer durante toda la noche. A aquella mujer la dejaron destrozada, moribunda. Después de haberse arrastrado hasta la puerta de la casa, apenas sin fuerza y buscando en sus últimos suspiros, su único y posible refugio, pero sin conseguirlo. Cuando el dueño abrió la puerta de la casa, ella ya había fallecido. Han pasado más de tres mil años de aquellos sucesos y aún sigue habiendo “manadas”. El ser humano no ha prosperado mucho.



Hace muchos años un hombre me contó la historia de una joven de unos 18 años que, de acuerdo a la constumbre de entonces, fue a lavar la ropa al arroyo de su pueblo. Era en el tiempo de la República (“maravillosa” República, según algunos nos cuentan hoy). Cerca de allí había un gran caserón de donde al cabo de una media hora salieron unos 4 o 5 milicianos. Ellos, al ver a la chica se fueron hacia ella y cuando estuvieron cerca, aquella joven algo sobresaltada, les preguntó: “¿Qué queréis?”. Uno de ellos la agarró del brazo y la instaba a acompañarlos. Como ella se resistiera, con gritos, otro la cogió del otro brazo forzándola entre los dos para que se fuera con ellos. Intuyendo lo que pretendían, la joven gritó mucho más. En esos momentos, de la casa salió un sargento, seguramente alertado por los gritos de la joven. El sargento llamó la atención a los milicianos para que la dejaran de inmediato. Ellos, casi en tono jocoso y “desenfadado”, dijeron: “Mi sargento, no vamos a hacerle daño; solo queremos ‘jugar’ y pasar un buen rato con ella”. El sargento, sacando la pistola de su funda y disparando al aire, exclamó: “¡Se acabó! ¡El que toque a la joven le pego un tiro y lo dejo seco!”. Así, con evidente disgusto “la manada” de milicianos soltaron a la joven que, aterrorizada recogió sus cosas y se fue a su casa con tanta prisa como pudo.



Luego, tenemos otras violaciones más recientes llevadas a cabo por “manadas” que están en la mente de todos. Y otras de las cuales no se habla tanto, por intereses más bien partidistas. Políticos, digo.



De todo eso, uno aprende varias cosas. Una, que las “manadas” han existido siempre y que disfrutan haciendo el mal, con tal de satisfacer sus instintos más bajos. Esto sucedía hace miles de años, hace 80 años, actualmente y en todos los países; porque la maldad del corazón humano es consustancial al mismo y se expresa, tanto de una forma como de otra. Da igual que sea una república, una dictadura, una democracia o lo que sea.



Luego, las “manadas” más grandes aparecen cuando los pueblos entran en guerra unos contra otros. En la guerra de Ucrania se recogen testimonios sobre soldados rusos violando a niñas, mujeres jóvenes y ancianas. Mujeres que de sobrevivir a la guerra, jamás volverán a ser las mismas. Pero también en la guerra de los Balcanes, una táctica de unos era el violar a decenas de miles de mujeres musulmanas sabiendo que, una vez violadas, ya no eran bien recibidas en sus propias familias, porque de esa manera atentaban contra el honor de sus padres y maridos. Es decir, los hombres. En la película titulada, Savior se percibe esa realidad, cuando una hija vuelve a casa después de haber sido retenida y violada por algunos enemigos. Ellos se sientan a la mesa para comer. La tensión se palpa en cada momento. En vez de gozarse, aunque con dolor, por la vuelta de la hija y hermana, hay una mezcla extraña entre temor, dolor y rechazo. Nadie quiere pronunciar palabra; el padre mira de reojo a la hija, con evidente rechazo. Con su mirada le está diciendo: “Tú ya no perteneces a esta familia”. Esa es otra faceta de un machismo que valora más el honor del hombre (el “macho”, claro) que el daño causado a la indefensa joven-mujer que es su propia hija y que, evidentemente ¡no es culpable de nada! Ésta, más que juicio, condenación y rechazo necesita aceptación, protección, cariño, abrazos... Pero solo recibe rechazo; y aun si la madre quisiera salir en su defensa, tiene que tragarse sus sentimientos maternos y enterrarlos en los más profundo de su corazón. Ella no puede olvidar que también es mujer. Así que, una “manada” hace el daño mientras que otra “manada” disfrazada con el ropaje del “honor” se suma al daño cometido, negándole a la víctima la oportunidad de ser atendida, curada de sus heridas, sanada y, si fuera posible, restaurada.



Pero fuera del contexto de la guerra, algo parecido aparece en la película titulada: “El Colegio de la Magdalena”. Colegio interno regido por monjas. Aparte de otras causas, allí también “ingresaban” algunas jóvenes que habían sido violadas por los “machotes” de su pueblo. Así, en una fiesta que se celebraba en un pueblo, aparece el primo de una joven. Aquel acordó con unos “amigotes” el forzar a su prima y violarla. Cuando llevaron a cabo su maldad, van apareciendo en la fiesta mirando afirmativamente a otros que no habían participado en la violación para que supieran que “ya está hecho”. A partir de ahí, era un acuerdo tácito que ya nadie querría casarse con la chica. ¿Su destino? El Colegio de la Magdalena, donde ya había un buen grupo de jóvenes internadas por la misma causa. Toda la trama se basa en ese drama en la cual no falta el obispo del lugar que, a pesar de su apariencia religiosa y “bonitas y dulces palabras” en algunas de sus visitas al colegio se aprovechaba de una de las jóvenes, con cierta discapacidad mental. Esta película relata la forma en la cual se puede llegar a ser una “manada social” que admite tales maldades con la excusa del “honor perdido”. El del “hombre”, claro.



Lo cierto es que las mujeres son las principales víctimas de los abusos y las violaciones de estos “animales con dos patas”. Habría que preguntar a muchas (¡pero muchas!) de las mujeres inmigrantes (entre otras) que llegaron hasta nuestra nación, huyendo del infierno de los abusos y violaciones a las que fueron sometidas; y no precisamente por hombres ajenos a su familia, que también. No. ¡Dentro de sus propias familias! Por abuelos, padres, hermanos mayores, tíos, vecinos, etc. Además, en su huída tuvieron que dejar atrás uno, dos o tres hijos a cargo de otros familiares. Hijos a veces de distintos padres, los cuales no tuvieron la hombría, ni la responsabilidad de hacerse cargo de ellos.



Otra cosa que jamás deberíamos olvidar es que la mujer que sufre abusos o violación, sea niña, adolescente, joven o mayor, le queda unas heridas en su interior que difícilmente son sanadas. Como ejemplo añadiremos que, cuando aquella joven mencionada al principio, contó lo que le pasó hacía unos 60 años, cuando trataba de lavar la ropa en el arroyo, no lo hizo como si aquello formara parte de un pasado “lejano” y que tenía más que superado. ¡Nada de eso! Después de seis décadas, el mismo miedo, el mismo terror y la misma angustia se dibujaban en su rostro, de tal manera como si lo estuviera viviendo en aquel mismo momento. ¡Y eso que aquella “manada” no llegaron a realizar lo que tenían pensado!



De ahí que tengo la impresión de que la gran mayoría no somos conscientes del trauma, el daño y todas las consecuencias que tienen lugar sobre las víctimas de abusos, violaciones, maltratos, etc. Por tanto, en la atención a dichas víctimas, cuánta aceptación, cuánto cuidado, cuánta ternura, cuánta sabiduría, cuánta compasión y misericordia son necesarias para que, finalmente sean sanadas y restauradas sus vidas y… ¿Por qué no decirlo? Que allí donde se pueda, también la justicia actúe acorde con el mal causado que, a veces se revela tan grande, que muchos no pagan de acuerdo con el mismo.



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Pero ante toda esa dura y cruda realidad sabemos que, en todo caso, el Evangelio de Jesucristo sigue siendo eficaz para llevar a cabo dicha restauración. Fue el Señor Jesús el que dijo y cuyas palabras resuenan hasta el día de hoy:



El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lc.4.16-19).



Ante esas palabras de Jesús, y aun en medio del dolor que nos causan esas realidades mencionadas (que no son las únicas) la fe vuelve a renovarse en nosotros; y es por eso que vuelvo a recordar las palabras que hace algún tiempo escribí en otra reflexión:



“Mientras en este mundo se destruyen unos a otros, o unos destruyen a otros e incluso muchos se destruyen a sí mismos, Dios, en su misericordia se ha propuesto reconstruir vidas y usarlas, como medio para llamar a la restauración de otras muchas vidas. Tanto de las víctimas a causa de las distintas “manadas” como de los miembros de éstas, si acaso se arrepintieran de su maldad. Y en esa tarea seguramente nosotros que hemos sido restaurados, tenemos también un papel importante que jugar”.



¡A Él sea la gloria por siempre!



 



Notas



i Aunque algunos modernos expositores, se empeñen en que los hombres de la ciudad de Sodoma no pretendían violar a los visitantes de la casa de Lot, las evidencias son tan claras que parece ridículo el negarlo para afirmar que lo que querían aquella violenta “manada” eran conocer, es decir, saber quiénes eran aquellos dos visitantes.



ii Tratar de desviar la atención del pecado de la sodomía-voluntaria, para centrarlo en la injusticia y la falta de ayuda al necesitado, es un evidente desacierto exegético, en vista de que se pasa por alto que una de las cosas que suelen suceder en sociedades altamente corrompidas, es la inmoralidad en todas sus formas, como el profeta Ezequiel también señaló, al mencionar repetidamente, “las abominaciones” que cometieron tanto los de Sodoma como los del pueblo de Israel degenerado. (Ezq.16.47-52)



iii Lot también actuó de la misma manera, al ofrecer a sus hijas a los hombres de Sodoma, para que hiceran con ellas como ellos quisieran, con tal de que respetaran a los varones que él había hospedado en su casa. (Gé.19.6-8)


 

 


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COMENTARIOS

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Galo
09/03/2023
16:28 h
1
 
Decir que esto siempre ha existido suena como una excusa. Mientras no se tenga la conciencia de que los criminales sexuales están excluidos de la redención porque no se rehabilitan, jamás solucionaremos el problema. Ah, y el sufrimiento del planeta es a causa de la existencia del ser humano, que nunca deja de pecar y de expandir el mal. Y algunos cristianos insisten en prescribir y hasta imponer la reproducción
 
Respondiendo a Galo

Angel
09/03/2023
19:12 h
2
 
Pues, estimado Galo, una lástima que te hayas quedado con eso de "la excusa", cuando en el transcurso de todo el texto lo que se destaca es que si "siempre hubo manadas" es porque la maldad siempre acompañó al ser humano. Aparte de lo dicho, al menos los tres últimos párrafos aclaran bien cuál es el sentido del escrito: Qué vino a hacer Jesús y cuál es nuestra responsabilidad ante esos perversos hechos, entre otros.
 



 
 
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