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La verdadera fe

A menos que se entienda lo que es la fe, posiblemente nos quedemos en la puerta sin haber entrado a ese “universo” que Dios ha preparado para los que le aman.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 31 DE MAYO DE 2023 13:19 h
Imagen de [link]Joshua Lanzarini[/link] en Unsplash.

La vida cristiana es una vida de fe que abarca todas las esferas de nuestra existencia. De ahí que el Apóstol Pablo escribiera que “En el Evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe”. Y el autor de la epístola a los Hebreos, afirma la misma verdad: “Más el justo vivirá por la fe” (Ro.1.16-17; Heb.10.37-38). Por tanto deberíamos conocer y analizar el carácter de nuestra fe ya que, sin ella, nuestra vida cristiana no lo sería en absoluto. Vale la pena, entonces, conocer la fe de la cual nos habla la Biblia. No se trata solo de decir: “Yo creo en Dios”. El gran predicador Charles H. Spurgeon, haciendo alusión a lo que enseñaban “los antiguos” acerca de la fe, recordó los tres puntos esenciales de la misma: El conocimiento, el asentimiento y la confianzai. El conocimiento de la Palabra de Dios; el asentimiento a la Palabra de Dios; y la confianza/obediencia en y a la Palabra de Dios.



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Entonces, la fe es mucho más que hacer algún tipo de declaración sobre la misma. La fe tiene un objeto que es Dios mismo y su Hijo Jesucristo y, a partir de ahí se le abre al creyente todo un mundo que por muchas vidas que viviera, no podría llegar a conocer del todo. Pero a menos que se entienda lo que es la fe, posiblemente nos quedemos en la puerta sin haber entrado a ese “universo” que Dios ha preparado para los que le aman (1ªCo.2.9-10). Entonces, ¿Qué es creer en Dios, según la Biblia?



1.- Creer es recibir. Dios nos ofrece en su Hijo Jesús la identidad de ser hechos hijos suyos, la salvación y una vida eterna con él, lo cual se recibe por medio de la fe: “Mas a los que le recibieron, los que creen en su Nombre, les dio autoridad de ser hechos hijos de Dios” (J.1.12). La razón de haber recibido tan gran don es por haber creído “en el Unigénito hijo de Dios”. Entonces, podemos estar seguros que lo que se nos ha dado lo hemos recibido de parte de Dios. Y esa una seguridad que nadie nos podrá arrebatar.



2.- Creer es saber. Por la fe tenemos acceso al conocimiento de cosas que antes no conocíamos. Tal conocimiento nos es dado por la palabra de Dios, y produce en nosotros, entre otras cosas,  asombro, gozo y mucho agradecimiento al que nos las dio a conocer. Al respecto, dijo el Apóstol Juan: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios para que sepáis que tenéis vida eterna” (1J.5.13). De ahí que uno de los términos y sus derivados que usa el apóstol Juan en sus escritos, es el de “conocer”, “saber”, “conocemos”, “conocido”, “sabemos”, etc. (1J.2.13-14,20; 16,19,24; 4.13,16; 5.13,15-20). Por tanto, el creyente no es ignorante acerca ni de Dios ni de lo que ha sido hecho y lo que ha recibido de Él. Y todo, por medio de su Palabra.



3.- Creer es tener. Una vez que creemos llegamos a ser poseedores de todo cuanto nos ha sido prometido. ¡Lo tenemos! ¡Es nuestro! El apóstol Juan escribió: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios para que sepáis que tenéis vida eterna”. (J.5.24; 1J.5.13; 2P.1.1-3) Aquí el énfasis está puesto no solo en saber sino en tener. De ahí que el apóstol Juan enfatizara ese aspecto de la fe que es también su consecuencia. Por eso insistió: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dis no tiene la vida”. (1J.5.12). Cuando a los 22 años conocí al Señor yo le decía al párroco de mi parroquia: “D… ¡He conocido al Señor y él me ha dado vida eterna!”. El cura se enfadaba conmigo y me decía que asegurar lo que yo decía, era soberbia: “Lo de la salvación y la vida eterna solo podremos saberlo cuando se celebre el Juicio Final”. Pero su testimonio era débil, porque no hay fuerza mayor y claridad que la que da la Palabra de Dios y el poder que ejerce el Espíritu Santo obrando para dar seguridad al corazón convertido al Señor Jesucristo (1ªTs.1.4-5)



4.- Creer es obedecer. Si decimos tener fe pero no obedecemos al Señor y Maestro de nuestras vidas, nuestra fe es falsa. Jesús dijo: “¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo os digo?” (Lc.6.46). En una llamada de atención a sus seguidores, Jesús puso el acento en la obediencia. No bastaba con decir que habían creído en él, porque detrás de esa declaración a menudo se puede esconder un corazón cainita, como advirtió Jesús (J.2.23-25; 8.31-32,44). La fe y la obediencia van juntos, tal y cómo nos muestra el capítulo 11 de Hebreos. Allí encontramos numerosos ejemplos de esto mismo. Cada paso de fe que daban aquellos antiguos seguidores del Señor, era un paso de obediencia a Dios: “Por la fe Abraham siendo llamado, obedeció…” (Heb.11.8). Así fue con todos y cada uno de los que fueron llamados por Dios, sin excepción alguna. No importa hacia dónde nos lleve esa fe; no importa lo que cueste tener ese “tipo” de fe. Lo importante y determinante es que si creo, debo ser obediente a aquel en quien creo.



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5.- Creer es poder. Dijo el apóstol Pablo que nuestra fe "no se basa en la sabiduría humana sino en el poder de Dios" (1Co.2.5). Por tanto, cuando creemos llegamos a participar del poder divino para hacer cosas que antes no podíamos. Pero hay que aclarar que ese poder no está a nuestra disposición para hacer lo que nosotros quisiéramos, sino la voluntad de Dios; es decir, lo que agrada a Dios. Por eso cuando el Apóstol Pablo escribió: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”, él no estaba aprobando nada relacionado con la llamada “teología de la prosperidad” sino que hablaba acerca de las dificultades por las cuales estaba atravesando. En esas circunstancias, él dijo que había “aprendido” y en todo “había sido enseñado”. Él sabía administrarse con el suficiente dominio propio cuando había tenido “abundancia” como también supo soportar cuando había pasado “por gran necesidad” (Flp.4.11-13). Entonces, no se puede deducir de sus palabras, “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” sino lo que él dijo en ese contexto y aprendemos en el resto de la Escritura.



6.- Creer es esperar. Por la fe somos introducidos a una vida de esperanza. Una “esperanza viva” y “bienaventurada” que “no avergüenza” (1P.1.3-4; Ro.5.5). La esperanza está inseparablemente asociada a la verdadera fe (Heb.11.1; 6.11-12; Ro.8.24-25; Tito 2.13). “Hemos sido salvos en esperanza” y esta esperanza debe alimentarse con el conocimiento de las promesas de la Palabra de Dios, para que no se debilite; para que se fortalezca, se vigorice y crezca en Cristo Jesús “que es nuestra esperanza bienaventurada” (Ti.2.13). Por otra parte, la gran seguridad de la esperanza que anida en el corazón del creyente siempre será un testimonio vigoroso y eficaz para aquel que no la tiene y de la cual el creyente debería respuestas sobre ella. (1ªP.3.15)



7.- Creer es amar. Así es. La fe puesta en un Dios de amor se traduce en obras de amor, de bondad, de compasión y misericordia; porque la fe genuina, auténtica, es “la fe que obra por el amor" (Gál.5.6). No podría ser de otra manera. El apóstol Pablo, después de decir: “Justificados, pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio nuestro Señor Jesucristo”, escribió: “Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Ro.5,1-5). Así que la verdadera fe está motivada y se ejerce por y para el amor. De otra forma no tendría nada que ver con la fe de la cual nos habla la Biblia.



Seguramente a esto se refería Santiago cuando escribiendo a sus destinatarios, que eran bastante religiosos y que presumían de “su” fe, estaban más lejos de la realidad de lo que ellos creían: El abandono de los huérfanos y las viudas, dejándolos solos en sus tribulaciones (St.1.27); el hacer acepción de personas entre pobres y ricos (St.2.1-9); el doble uso de la lengua, tanto para bendecir como para maldecir (St.3.1-12); las “guerras” que había entre hermanos y el juicio condenatorio de unos contra otros (St.4.1-2, 11-12); la explotación de los pobres por parte de los ricos (St.5.1-5) etc. Todo lo expuesto ponía de manifiesto que estaban muy lejos de profesar la verdadera fe. De ahí que el severo Santiago, escribiera: “Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (St.2.18). Definitivamente, la epístola de Santiago no era (¡ni es!) “una epístola de paja” como decía Lutero, sino que era una epístola escrita a una comunidad cristiana que había olvidado el carácter de la verdadera fe y que creía que con decir: “¡Yo creo en Dios!”; “¡Yo tengo fe!” que era suficiente. Pero no. De ahí que Santiago también escribiera: “También los demonios creen, y tiemblan”. (St.2.19)



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Conclusión



Por tanto, la fe del cristiano no es cualquier fe. Es una fe que surge de oír la palabra de Dios (Ro.10.17); no cualquier palabra o cualquier mensaje. No es fe “en uno mismo”; tampoco es fe en un gran predicador, ni en un sistema teológico, por muy bueno que sea; pero tampoco es fe auténtica la que se basa en las tradiciones del país en el cual uno ha nacido; y eso, por muy antiguas que sean esas tradiciones y por muy “cristianas” que parezcan. Tampoco importa la iglesia o institución que nos respalde; ni su historicidad o su antigüedad. Para que sea una fe válida, el objeto y la base de nuestra fe deben ser también válidos; de otra forma la fe es espuria. Por eso es bueno saber que la fe del cristiano procede y se basa en Dios mismo y lo que él ha dado a conocer a través de las Sagradas Escrituras, cuyo tema central es la persona de Jesucristo. Así, la fe se proyecta, se mantiene, crece, se perfecciona y se cumple en Cristo Jesús. De ahí la importancia de verificar el carácter y la naturaleza de nuestra fe. Porque así como se suele decir que “no todo lo que reluce es oro” así también podemos decir que no todo lo que pasa por ser verdadera fe, lo es.



¿Has verificado si tu fe es verdadera?



 



Notas




i No hay otro Evangelio. 1965. P.371



 

 


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COMENTARIOS

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jorge varon
31/05/2023
18:49 h
1
 
Excelente. Me agrada especialmente el punto 5. La fe debe estar centrada en el Dios Vivo, el Dios real, no en construcciones literarias, filosóficas o de cualquier otro género. La fe debe estar basada en la revelación del Dios Vivo en nuestra vida diaria.
 



 
 
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