¡Apto también para hombres!

No hace mucho escuché una definición de lo que es una mujer especial que me encantó; aunque le cambié unas cuantas cosillas, no sé si podéis coincidir conmigo:

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Agradar a todo el mundo no es algo que se vaya a dar, siempre habrá personas a las que les moleste nuestra presencia, nuestra actitud, o –simplemente- nuestra energía no encaja en sus mundos.

Pero podemos darnos cuenta de que una mujer es especial cuando no habla mal de otros, una mujer especial es serena, tranquila, observa y analiza en su interior, no juzga; muy al contrario, construye, ayuda y es tremendamente sensible ante el dolor ajeno. 

Una mujer especial maneja el autocontrol de sus emociones, no se mueve por los impulsos, solo aprende y limpia su corazón de todo lo tóxico y negativo.

Escucha pacientemente, se coloca en los zapatos del otro, aprende a encajar las críticas sabiamente y siempre brinda una sonrisa.

Una mujer especial no grita, dialoga. No se cela, cuida; no se enfada con los demás, prefiere callar en muchas ocasiones; aunque cruja por dentro. Una mujer especial no cae en el horror de la envidia, se alegra por los triunfos ajenos de quien se lo merece. No guarda rencor, perdona y olvida. Procura no ofenderse y agradece por conocerse más a sí misma procurando mejorar día a día.

Me gustaría observar brevemente a vuestro lado a una mujer de la Biblia, realmente una mujer bien joven de la que se habla poco; no es una Débora, ni una Hadassah, ni siquiera la mujer encorvada o la que tocó el borde del manto de Jesús. Se trata de una chica joven con un temperamento muy especial, creo que entre su juventud y su temperamento bien sanguíneo, además de algunos detalles muy especiales que consideraremos en un momento, hacen de ella alguien que me atrae profundamente y de la que podemos sacar algunas lecciones para nuestras vidas, y no en plan “mujercitas”, ¡apto también para hombres!

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La historia de Rode la podemos encontrar en Hechos capítulo 12; poca lectura, pocos versículos, nadie aparentemente importante; pero que en el alba de este día llama a mi corazón fuertemente.

Rode (gr. Rhód’, “rosa [rosal]”), es un nombre frecuente en griego y en aquellos tiempos, pero que llega hasta los nuestros y en amplia frecuencia.

Nuestra Rode, creo que muy especial y con una serie de comportamientos con los que, no sé si del todo bien; pero me puedo ver reflejada, de modo especial cuando tenía su edad, trabajaba como sirvienta en la casa de María la madre de Juan Marcos, situada en Jerusalén, y la mayoría de los autores piensan que lo más seguro es que también fuera su esclava, algo tristemente frecuente y normal en aquella época.

Rode adoptó la fe de su señora; pero creo que de un modo consciente y real, y estaba junto a sus hermanos en una reunión muy especial en casa de María; Pedro estaba en la cárcel y estaban intercediendo con fuerza por su liberación. Una reunión en una casa, entiendo que no permitía excesiva gente, pero unidos en un clamor muy especial y…  una llamada a la puerta justo a la medianoche.

Dios había escuchado las oraciones y el milagro se hizo realidad; Rode escucha y, como es su cometido, va a abrir la puerta. Reconoce la voz de Pedro; pero bien por los nervios del momento, por olvido, por ni sé qué, no abre; vuelve para adentro donde sus hermanos siguen orando y los avisa de lo que está sucediendo, pero ellos ni se lo creen y siguen orando, hasta que la insistencia de la muchacha les hace salir, abrir y recibir con todo el gozo y agradecimiento posibles, al apóstol por el que habían estado orando, haciéndole entrar, abrazándole y supongo que aquello fue una fiesta espiritual a lo grande.

Aquí encontramos dos mujeres especiales, la primera es María, abre su casa a sus hermanos para orar, da un ejemplo de fe verdadera y sincera a su criada, de modo que esta acepta a Cristo de corazón, y a la verdadera protagonista de hoy, una muchacha encantadora a la que me puedo imaginar perfectamente en cada segundo de toda la escena antes relatada….. ferviente, alegre, corre, se olvida de abrir, insiste a sus incrédulos hermanos y se une a la oración, al gozo posterior… ¡Me parece un encanto! Es exuberante, obediente, no le importa estar separada de sus hermanos por un patio para estar pendiente de la puerta, tiene una fe de gigante, y vive junto a su señora y sus hermanos las penas y alegrías, como una auténtica campeona.

En un momento le llamaron “loca” por su correr, no abrir y demás; ella entiende y pasa… y aquí me acuerdo de las inolvidables versos de mi Rosalía de Castro…

“Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,

ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,

lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso

de mí murmuran y exclaman:

Ahí va la loca soñando

con la eterna primavera de la vida y de los campos,

y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,

y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

-Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,

mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,

con la eterna primavera de mi vida que se apaga

y la perenne frescura de los campos y las almas,

aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,

sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?”

Me encanta mi Rosalía aunque escriba en castellano; me parece maravillosa María, una mujer madura con los pies en el suelo y el alma en el cielo;  pero me fascina Rode, su juventud, su espontaneidad, su tremenda exuberancia de carácter…

Cada uno conoce su vida, sus circunstancias, en qué momento ha conocido al Señor….. y la vida pasa y sucede con sus alegrías y tristezas, bendiciones siempre; aunque muchas veces disfrazadas de dolor.

Uno de mis textos bíblicos especiales, es el versículo 12 del Salmo 90, un Salmo escrito por Moisés, criado al pie del trono de Egipto, preparado, inteligente; pero que tuvo que pasar mucho tiempo y vivir muchas cosas para obtener sabiduría; cuando medita en todo esto escribe este precioso salmo en toda su extensión y dice…

“Enséñanos a contar de tal modo nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría”.

Me encantaría no perder el ser como Rode, el ser como María… Pero muy por encima de todo, quiero parecerme a mi Cristo cada día más, adquirir sabiduría con el paso de los años sin perder la frescura de la juventud, y esto no es fácil de casar; pero no hay nada imposible para mi Dios; y lo que es yo, cierro con este pensamiento: parecida a él más y más, útil en sus manos poderosas, llorando lo justo y riendo mucho…  y muy por encima de todo, llevando la Luz del mundo a todo el que la quiera recibir, y conseguir así que su vida cambie por completo y para siempre.