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Las multitudes: recordando a Jesús y a Unamuno

Como cristiano, Unamuno renuncia a la venganza. Sabe que en esos momentos no habrá paz, aquella que esperaba encontrar luchando con la palabra como espada.

MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 04 DE ENERO DE 2020 12:00 h
Foto de Jacqueline Alencar.

En septiembre del pasado año, en un homenaje que se rindió a D. Miguel de Unamuno, con ofrenda floral, por parte de la Asociación Amigos de Unamuno, recordando aquel homenaje nacional que, con motivo de su jubilación se llevó a cabo en el año 1934, rememoré esos acontecimientos en los que la multitud lo rodeó cuando tuvieron lugar aquellos festejos. En las palabras dedicadas aquel día en la Facultad de Filología, donde se encuentra el busto realizado por Victorio Macho, pude oír que ese proyecto de rendir a Unamuno un homenaje nacional cuando regresó de su exilio se pergeñó en el café Novelty, y que, a través del ministro de Instrucción Pública, Filiberto Villalobos se hizo realidad el 29 de septiembre de aquel año 34. Se jubilaba Unamuno como profesor de Historia de la Lengua Castellana al cumplir 70 años. Se estableció un comité organizador bajo la presidencia del gobernador. El programa para los días 29 y 30 de septiembre se envió al presidente de la República. Se comprometieron a editar diez mil folletos y postales con fotografías, autógrafos y leyendas de Unamuno. Un festival en la plaza de toros. El gobierno de la nación promulgó una orden por la que se declaraba festivo ese sábado 29 de septiembre de 1934. Además, en los días de homenaje se obsequiaron regalos a los obreros en paro. Los libros de Unamuno se vendieron con descuento. La tuna emitió sus melodías. Se cerraron los comercios. Comidas especiales para los mendigos. Se dice que toda la ciudad participó de los actos religiosos, culturales, sociales, etc. etc. Se dice que en la mañana del día 29 llegaron a Salamanca el Jefe del Estado Alcalá Zamora y el presidente del Gobierno, Samper. Los ministros Pita, Villalobos, Rocha, Cid, Iranzo y Del Río. El alcalde de Salamanca, Prieto; el alcalde de Madrid, Rico; el teniente alcalde de Bilbao, Iturrino; los diputados Gil Robles y Casanueva; los rectores de todas las universidades españolas. También asistieron importantes amigos de don Miguel, como Hipólito R. Pinilla, Maura, Eduardo Ortega y Gasset, Victorio Macho, Enrique Esperabé, Borreguero, Población, José Camón, César Real, Cañizo, Gregorio Marañón y Giral. Además, también se contó con la presencia del rector de la Universidad de Coimbra en representación del gobierno portugués, junto a todos los decanos y profesores del Estudio, autoridades locales y representantes de los partidos políticos. Entre los actos programados ese día hubo un banquete de gala en la Diputación, así como también se descubrió una lápida en su honor, además de una fiesta de arte hispanoportuguesa en el Palacio de Anaya y la inauguración de la exposición pictórica de Gallego Marquina, entre otros muchos más.



El domingo 30, misa en las jesuitinas y luego acto en el Paraninfo solo para unos pocos, y para la multitud de fuera altavoces. Allí lo invistieron doctor honoris causa. Discurso jubilar de Unamuno. Loas. Después del discurso, Filiberto Villalobos leyó el decreto que nombraba a Unamuno Rector Vitalicio del Estudio, se creaba la ‘Cátedra Miguel de Unamuno’ y se daba su nombre al Instituto de Bilbao, firmado ese día por el presidente de la República y publicado en el Diario Oficial de la República número 275, de 2 de octubre de 1934. Abundaron los elogios. (Esta información la he obtenido del discurso impartido en el homenaje dedicado a Unamuno en la Facultad de Filología en septiembre/2019).



Todos estos hechos que cito contrastan con lo sucedido en el año 1936, después de los acontecimientos acaecidos en el Paraninfo. Recordemos ese 12 de octubre, Día de la Raza, en el que se celebraba primero un acto religioso, y después uno literario en el Paraninfo de la Universidad; en ese día que lleva en su bolsillo la carta entregada por Enriqueta Carbonell, esposa del pastor protestante Atilano Coco, conocido por su labor educativa, su afiliación a la masonería y a la Liga de los Derechos del Hombre, quien estaba preso en la cárcel desde julio de ese año. En un pedacito de la carta se lee: “Perdone que le moleste hasta en la cama, que mejore usted y Dios le premie todo lo que por nosotros está haciendo”. Yo, libremente, imagino que más tarde palabras como éstas serían como un bálsamo para él, dignas de ser releídas por los que depositan su confianza en el Creador, mientras pasan por duras pruebas.



No sabemos exactamente lo que pasó, pero Unamuno se indignará cuando intervienen los distintos oradores que lo acompañan ese día en el Paraninfo, y es cuando en el reverso de la carta de Enriqueta escribirá palabras sueltas (vencer y convencer, odio y compasión, cóncavo y convexo, Anti-España…), que le servirán para pergeñar un discurso demoledor, lo cual exasperará a Millán Astray, a pesar de que no se había propuesto intervenir.  Seguro está preocupado por la situación del pastor Coco. Más o menos podemos imaginar lo sucedido por los hechos acaecidos en el mismo Paraninfo, donde hasta sus amigos y colegas lo abandonan y guardan silencio, otros lo insultan. Y por la tarde nadie le dirige la palabra cuando entra en el Casino de Salamanca, del que era presidente honorario y tertuliano habitual. Es cesado como rector vitalicio y expulsado de su cátedra. El claustro de la Universidad le retira su confianza como rector. Es destituido como concejal y se le retira su nombramiento como alcalde honorario del Ayuntamiento. Deben de haber sido momentos de gran tristeza.



Unamuno se recogerá en su casa, sintiéndose un desterrado en su propio país. Sumido en el dolor y la desesperanza, pero con esperanza. Escribe cartas a sus amigos. Lee. Como cristiano renuncia a la venganza. Sabe que en esos momentos no habrá paz, aquella que esperaba encontrar luchando con la palabra como espada. Ve cómo sus amigos mueren o son encarcelados. Conserva la dignidad que no le ha sido otorgada por los hombres.



¿Dónde estaba la multitud que lo había aclamado en el año 34? ¿La de los fastos y banquetes? ¿Los que comieron con él en la misma mesa y del mismo pan, jurando reconocimientos sinceros y eternos? Seguro que él había leído en uno de sus libros favoritos aquel: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y así se piensa cuando se entiende al ser humano, porque lo amas. Y amas la ciudad donde está escrito tu testamento.



Y se fue tranquilo. Con agonía, pero tranquilo. Parecía derrotado, pero era vencedor.



Como se fue Jesús, sudando la gota gorda, pero sabiendo que cumplía la voluntad de su Padre, amando a sus enemigos. Y perdonándoles la sandez y la crueldad. Premiándolos con la promesa de vida eterna.



He ahí que recordaba estos hechos cuando leía con emoción el relato de Lucas al contar sobre aquella apoteósica entrada de Jesús en Jerusalén. Envía a dos de sus discípulos para que le traigan un pollino. Le ponen sus mantos encima y suben a Jesús sobre él. Y hay más, a su paso tendían sus mantos por el camino. Y cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, dice Lucas que toda la multitud de los discípulos, gozándose comenzaron a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto (¡lo habían visto!), diciendo: ‘Bendito el rey que viene en nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas’. Y luego Jesús llora sobre Jerusalén, diciendo: ‘¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz!… Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación’. Y dice que, entrando en el templo, comenzó a echar a todos los que vendían en él.



¿Lloró Unamuno sobre España en aquellos días? ¿Cuándo vio la realidad del régimen impuesto y que sus amigos iban a la cárcel, otros eran fusilados? Coco moría. La Universidad se olvidó de sus servicios prestados en nombre del amor a la enseñanza, al saber, a la cultura, a las gentes que clamaban. Amor a la tierra y a lo que en ella pasaba. ¿Lloró Unamuno por la miseria que imperaba en ese momento en Salamanca, la blanca, alto soto de torres, la de las doradas piedras bordadas con filigrana? ¿Recordaría sus lecturas del evangelio que mencionaban las lágrimas de dolor de Jesús, para poder igualarse y alcanzar algún consuelo? 



¿Lloraron por amor a la verdad, a las libertades, a la justicia que se besa con la paz?



Más tarde los unos lo vendieron por unas monedas y lo negaron. Los otros lo azotaron, se burlaron. Fue escarnecido y sometido a vituperios. Se lavaron las manos. Aquellas multitudes que antes le habían aclamado, sumadas a las voces de los principales sacerdotes, gritaron: ¡Crucifícale, crucifícale! ¡Fuera con éste, y suéltanos a Barrabás! Que bien podrían haber pronunciado el nombre de Millán Astray. Y lo crucificaron junto a malhechores, de esos de verdad. Y le gritaban: ‘A otros salvó; sálvese a sí mismo, si este es el Cristo, el escogido de Dios’. El pueblo miraba calladito, para no ensuciar su reputación y caer en desgracia también. Nadie daba la cara. No es cualquiera que la da. Ser valiente cuesta. Lo sabemos. ¿Dónde estaba aquella multitud presente cuando se llevó a cabo la entrada triunfal en Jerusalén? Fuerte debe ser la convicción y el compromiso. Los gobernantes y los soldados se burlaban, ése era el ejemplo que daban. Así todos les seguían. Pero siempre queda alguno que no claudica, aunque tenga que esconderse por un momento. Siempre queda alguien del que menos se espera, como uno de los malhechores que le acompañaban, el cual dice a su compañero: ‘¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo’. Y pidió, humildemente, que Jesús se acordara de él, más tarde. Y dice la Palabra que Jesús se lo confirmó.



Y Jesús decía: ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen...’. Pues antes de los inicios de los tiempos ya sabía de nuestro vaivén de humanos, con nuestras debilidades y que somos parecidos a las ondas del mar que son llevadas por el viento…  Y por eso su compromiso en la cruz, para darnos una nueva oportunidad, pagando él mismo nuestra deuda, siendo el que ocupó nuestro lugar. No había sustraído nada de nadie, no había insultado ni oprimido. No había pagado con mal el bien. Ni había quitado el pan de la viuda, del huérfano o del extranjero. No se había enriquecido saqueando las arcas públicas ni mermando los salarios mínimos. Estaba limpito. Y se ensució por amor y misericordia. Nos reta, y no lo tenemos fácil.



¿Podremos decir y hacer lo mismo? Podemos intentarlo, si queremos y Él nos acompaña, ya que es el único que nunca falla.


 

 


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