El concepto de “nada”, que es fundamental en la doctrina de la creación a partir de la nada, es radicalmente diferente de la “nada” de los cosmólogos.
Desde la antigüedad clásica (cuyo mayor representante fuera quizás Aristóteles, que vivió más de 300 años a.C.) hasta los pensadores de la Edad Media, se creía que el universo eterno de la ciencia griega era incompatible con un universo creado de la nada.
La física antigua decía que nada puede provenir de la nada absoluta, por lo que la afirmación de la fe cristiana de que Dios creó todo de la nada, no podía ser cierta. Los antiguos pensaban que como “algo” debe proceder de “algo”, ha de haber siempre algo y, por lo tanto, el universo debe ser eterno. De ahí que la Iglesia católica prohibiera algunos libros de ciencia de Aristóteles, entre otros, porque creía que cuestionaban la doctrina de la creación.
Hagamos ahora un breve paréntesis con la siguiente cuestión: ¿es la “nada” de los físicos de hoy lo mismo que la “nada” de la teología y la filosofía? Hay actualmente una confusión persistente en la concepción del término: “nada”. El “vacío” de la física de partículas, a que se refieren los cosmólogos modernos, cuya “fluctuación” trae supuestamente nuestro universo a la existencia, no es la “nada absoluta” de la teología.
En este sentido, el cosmólogo Andrei Linde, dijo que, en algún momento, hace miles de millones de años, una minúscula mota de nada primordial estaba de algún modo llena con intensa energía con extrañas partículas.[1] Pero, si una mota de “nada primordial” estaba llena de energía y de partículas, es que en realidad era “algo”. Puede que no sea algo como el universo actual, pero es todavía “algo”. ¿Cómo, si no, podría fluctuar o cambiar para convertirse en otra cosa?
De manera que la “nada” de las teorías cosmológicas actuales resulta, en el fondo, ser “algo”. Tal como reconoce también el astrofísico británico, John Gribbin: el vacío cuántico es un hervidero espumeante de partículas, constantemente apareciendo y desapareciendo, y proporcionando a la “nada en absoluto” una rica estructura cuántica. Las partículas que aparecen y desaparecen rápidamente son conocidas como partículas virtuales, y se dice que son producidas por fluctuaciones del vacío.[2]
Sin embargo, el concepto de “nada”, que es fundamental en la doctrina de la creación a partir de la nada, es radicalmente diferente de la “nada” de los cosmólogos. Hablar de “creación a partir de la nada” es, precisamente, negar que existiera alguna materia o algo preexistente que cambiara y se convirtiera en algo distinto. No hay causas materiales en el acto de la creación. Por lo tanto, dicho acto pertenece al ámbito de la metafísica y la teología, no al de las ciencias naturales.
La creación tampoco es un cambio. Tomás de Aquino, en el siglo XIII, logró elaborar una concepción robusta de la creación a partir de la nada, que hizo honor tanto a los requerimientos de la revelación bíblica como a una explicación científica de la naturaleza. El teólogo medieval distingue entre el “acto de creación” y el “cambio”, mediante su famosa frase: creatio non est mutatio (la creación no es un cambio). La ciencia humana sólo tiene acceso al mundo de las cosas cambiantes: desde las partículas subatómicas, a las células, las manzanas o las galaxias. Siempre que ocurra un cambio, debe haber algo que cambia. Todo cambio requiere una realidad material previa o subyacente.
Sin embargo, “crear” es otra cosa; crear es causar la realidad completa de lo existente. Y causar completamente la existencia de algo no es producir un cambio en algo. Crear no es operar sobre algún material ya existente. Crear es dar la existencia total desde la nada total. La teología afirma que todas las cosas dependen de Dios por el hecho de ser. Dios no es como un arquitecto que construye una casa y se marcha, y dicha vivienda deja de tener para siempre cualquier relación de dependencia con su constructor; el arquitecto podría morir, y la casa seguiría en pie. La acción de Dios en su creación es muy diferente. Todas las cosas caerían en el no ser, si la omnipotencia divina no las sostuviera continuamente (esto es lo que se conoce en teología como providencia divina).
No es lo mismo “comienzo” del universo que “origen” del mismo. Tomás distinguió también entre el comienzo del universo y el origen del universo. El “comienzo” se refiere a un suceso temporal, y un comienzo absoluto del cosmos sería un suceso que coincidiría con el comienzo del tiempo. Sin embargo, la “creación”, en cambio, es una explicación del origen del universo, o de la fuente de la existencia del mismo, que sólo puede ser algo externo al cosmos, como Dios mismo. De manera que, según esta distinción entre origen y comienzo, Tomás de Aquino, a diferencia de sus correligionarios católicos, no veía ninguna contradicción en la noción de un universo “eternamente creado” porque, incluso si el universo no tuviera un comienzo temporal, -como decían algunos filósofos antiguos y como dicen hoy ciertos cosmólogos modernos- seguiría dependiendo de Dios para su mera existencia. Lo que quiere decir “creación” es la radical dependencia de Dios como causa del ser.
El Creador es anterior a lo creado, pero desde el punto de vista metafísico, no necesariamente desde la perspectiva temporal. Lo que decía Tomás de Aquino es que, incluso aunque el universo fuera infinito en el espacio y el tiempo, y compartiera con Dios el atributo de la eternidad, continuaría dependiendo del Sumo Hacedor para su existencia. Dios lo habría creado desde la eternidad. Incluso aunque el universo no tuviera “comienzo” en el tiempo, por ser eterno, seguiría teniendo un “origen”, una causa, que es Dios. Aunque el universo fuera eterno, todavía sería contingente, necesitaría una causa. Y dado que el tiempo es creado, Dios podría crear un tiempo finito lineal o de cualquier otro tipo.
Por tanto, decir que el universo no tiene un comienzo (porque es eterno, como pensaba Aristóteles o como opinaba Stephen Hawking y otros), no pone en cuestión la verdad metafísica fundamental de que el universo tiene un origen, esto es, de que el universo es creado. Si fuera cierto que hubo una “inflación eterna”, como piensa Andrei Linde (cosmólogo de la Universidad de Stanford), o quizás una serie infinita de universos dentro de universos, todos esos universos continuarían necesitando el acto creativo de Dios para poder existir.
Tal como escribe el historiador de la ciencia, William E. Carroll:
No hay ningún conflicto necesario entre la doctrina de la creación y ninguna teoría física. Las teorías en las ciencias dan cuenta del cambio. Sean los cambios descritos biológicos o cosmológicos, inacabables o finitos temporalmente, siguen siendo en todo caso procesos. La creación da cuenta de la existencia de la cosas, no de los cambios en las cosas.[3]
A pesar de todo, Tomás de Aquino creía que la Biblia revelaba que el universo no es eterno y que, por tanto, Aristóteles se equivocaba razonando que el universo era eterno. En su opinión, uno no puede saber si el universo es eterno o no, en base a la sola razón. Sólo desde la fe en la revelación se puede afirmar que el cosmos tuvo un comienzo temporal. Y esto no puede entrar en conflicto con lo que la cosmología puede proclamar legítimamente.
Por último, para Tomás de Aquino hay también dos sentidos de creación a partir de la nada, uno filosófico y otro teológico. El sentido filosófico significa que Dios, sin causa material, hace existir todas las cosas como entidades que son realmente diferentes de Él, aunque completamente dependientes de Él. Mientras que el sentido teológico de creación, además de asumir lo anterior, añade la noción de que el universo creado es finito temporalmente. De manera que, en la concepción de Tomás de Aquino, la creación se realiza a partir de la nada, porque nada increado preexiste a la creación, no es eterna sino que el acto creador tuvo lugar en el tiempo y es permanentemente dependiente de Dios. Además, creer que el universo tuvo un comienzo temporal, nunca será contradictorio con lo que las ciencias naturales pueden comprobar legítimamente.
[1] The New York Times, 06.02.2001, citado en Soler Gil, Dios y las cosmologías modernas, p. 10.
[2] Gribbin, J. 1995, In the Beginning, Little Brown & Co, p. 246-247.
[3] Carroll, W. 2014, “Tomás de Aquino, creación y cosmología contemporánea”, en Dios y las cosmologías modernas, p. 14.
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