El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
La nueva normalidad nos va a obligar a tomar decisiones y como cristiana sé que mi decisión compromete mi fe frente al mundo.
Hoy se habla de inteligencias múltiples, de habilidades sociales, de cuánto éxito se alcanza... pero la sabiduría ha quedado desterrada.
Lo fácil era salir al balcón a aplaudir. Eso no cuesta nada. Lo difícil es ser personas responsables y consecuentes.
En cada uno de los círculos anhelamos ser sabios. Cada uno de nosotros se pregunta continuamente cómo emplear mejor nuestro tiempo en una época en la que el consumismo y la diversión reclaman permanentemente nuestra atención.
Demasiados confunden a Dios con la religión que les han contado e intuyo que, ante una situación lo suficientemente compleja, algunos reaccionarían y se plantearían buscar a ese Dios del que se habla, en vez de esperar y ya está.
Para acercarse a Dios ha de creerse que Él existe, y la fe tiene que ver muchas veces con ese primer paso de aproximación a la realidad que se está buscando.
Mucha gente que nunca se planteó que hubiera un Dios siquiera, no solo lo valoran porque sienten alguna necesidad en medio del caos, sino que por primera vez están alzando su vista al cielo.
El trabajo editado por el Grupo de Psicólogos Evangélicos se ha extendido en estas semanas. Tras la versión en inglés, se preparan traducciones al ruso, eslovaco y otros idiomas.
Debemos concretar si poder hacer ciertos movimientos porque se nos da permiso desde la ley y es lo más conveniente y se están presentando como nunca antes en esta pandemia los picos de ansiedad.
Empezamos a ser conscientes de algunos elementos de luz que reconocemos como buenos y que producen en nosotros los mejores afectos.
Una mirada optimista siempre es la clave de afrontar con éxito cualquier reto.
Todos nuestros esfuerzos van orientados a la preservación de lo que se tiene, aunque sea mediocre en comparación con lo que podría ser.
Cuando decidimos como seres creados que no nos interesaba encajar al Creador en nuestros planes, establecimos que caminaríamos solos.
El Dios al que adorábamos en la bonanza es exactamente el mismo que controla en la tormenta, aunque ésta no nos deje verle con claridad.
Tímidamente empiezan a verse determinados gestos prosociales hacia los afectados por la situación, pero lo que se sigue palpando en el ambiente es un terrible egoísmo.
Convivimos con malos hábitos, y muy antiguos, que quedaban ya recogidos en los escritos de Pablo y el resto de apóstoles y que no hemos terminado de ser capaces de solventar.
Bajo la queja de no tener propósito en nuestra vida, se esconde demasiadas veces un enfoque mucho más egoísta de lo que nos gusta reconocer.
El individualismo, el vacío existencial o la intolerancia al sufrimiento marcan la evolución de nuestra sociedad en el ámbito de la psique. Dialogamos sobre ello con Pablo Martínez Vila, dentro de nuestra serie ‘La década en resumen’.
Muchos de los problemas en los que nos metemos, muchos de los hábitos viciados en los que estamos instalados, no importa en qué ámbito concreto de nuestra vida, tienen que ver con esta cuestión.
Queremos algo distinto, pero cualquier cosa menos esa Navidad que nos molesta porque exige de nosotros una respuesta que nos cambiaría la vida.
Las relaciones hoy en día se miden de forma mercantilista: me suma o me resta. En el centro, uno mismo, y de ahí el “me” repetido, como mínimo, dos veces.
Al valorar el aporte que aquel sufrimiento trajo, lo hacemos “a toro pasado”, una vez transitado el camino porque, mientras estábamos en él, todo parecía un absoluto sinsentido.
En este tiempo nuestro lo que sí sucede es que los cambios se producen más rápido, de forma más brusca, más violenta, más sangrante.
Cada vez resulta más evidente que no nos fiamos de nadie, que acumulamos a las espaldas más y más decepciones que nos dejan en una especie de desazón continua, a la espera de cuándo llegará el siguiente golpe.
No todo aquello que nos hace sonreír o incluso tener cierta sensación de disfrute y felicidad es bueno sin más.
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