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El riesgo cero, ni existió, ni existirá

La nueva normalidad nos va a obligar a tomar decisiones y como cristiana sé que mi decisión compromete mi fe frente al mundo.

EL ESPEJO AUTOR 10/Lidia_Martin 20 DE JUNIO DE 2020 13:00 h
Foto de [link]United Nations COVID-19 Response [/link] en Unsplash.

Los seres humanos somos de extremos. Para casi cualquier cosa en la vida nos ubicamos en un punto entre los dos polos de un continuo. También está pasando frente al coronavirus en medio de esta desescalada, como sucedió en el confinamiento y, antes de esto, relacionado con cualquier otro asunto. Pensemos en un aspecto de la vida, el que sea y, si lo analizamos detenidamente, podremos verlo con claridad. Hay posiciones que se ubican una en las antípodas de la otra, y luego, entre medias, están todos los demás, más o menos cerca de uno de los extremos. Son los que llamamos “del montón”, precisamente por eso mismo.



Da igual si se trata rasgos de nuestra personalidad, aspectos físicos, capacidades adquiridas... casi todo se distribuye alrededor de una media con la posibilidad real también de alejarse de ella y ser extremistas. Aplícalo a lo que quieras: los que trabajan a todas horas y los que huyen del trabajo como de la peste, los que se desviven por ayudar a los demás y aquellos a quienes los demás no les interesan en absoluto... y así con todo. 



Algunas de esas distribuciones son, simplemente. Vienen marcadas y eso hace que no tengamos gran cosa que opinar de ellas. Pueden sernos beneficiosas o perjudiciales, las disfrutamos o las sufrimos. Hay personas, por ejemplo, que acumulan múltiples factores de riesgo que les acercan a poder padecer un cáncer, frente a otros cuya genética parece protegerles frente a esta enfermedad y sobre eso, hay poco que opinar. Pero hay otros muchos ámbitos en los que estar colocados en un lugar u otro de la distribución es algo que decidimos y, la verdad, muchas veces elegimos mal. Nuestra postura frente a la pandemia y la nueva normalidad es una de esas cosas en las que tenemos que posicionarnos.



Eso significa que podemos optar por el equilibrio, porque sabemos que en los extremos tenemos muchas posibilidades de equivocarnos. Sin embargo, hallar ese equilibrio es algo en lo que estamos poco entrenados. Nos dejamos llevar por lo que nos piden las emociones, que son volátiles, aparecen bruscamente, casi de forma violenta a veces, que nos llevan hacia donde nos apetece o queremos, pero no siempre hacia donde necesitamos y que nos empujan a salirnos del camino de lo acertado para colocarnos en la cuneta del extremismo.



En esta situación que estamos viviendo, particularmente desde la desescalada ahora y a pocas jornadas de volver a la llamada “nueva normalidad”, efectivamente vamos a seguir siendo más “normales que nunca”, seguiremos la distribución normal que marca la estadística (así se llama, de hecho, desde el punto de vista matemático) y tendremos dos extremos dignos de considerar: los sin ley, en un lado del continuo, y los que buscan probabilidad de riesgo cero, de otro. 




  • Los primeros no tienen miedo. Son necios y temerarios. Pasan de mascarillas, de distancias de seguridad, de esperar turno a que les toque o de lavarse las manos. Se sienten invulnerables porque, principalmente, parecen impunes. Pocas veces se les penaliza de forma realmente contundente y lo que han aprendido a lo largo del tiempo es que pueden hacer lo que quieran, porque pocas veces pasa algo para las muchas veces que se lo saltan todo a la torera. Además, en buena parte de las ocasiones, lo que sucede les salpica a otros y no a ellos mismos y, en su falta de humanidad y empatía, francamente les da igual.

  • Los segundos no solo tienen mucho miedo, sino que ese temor se ha convertido en ansiedad. La emoción se ha salido “del tiesto” y ahora les gobierna. Se dicen que no saldrán nunca más mientras no haya una vacuna, que no van a sentarse en ninguna parte, que hasta que no haya seguridad absoluta no tienen nada que hacer en la calle... y se arrinconan en sus casas casi cruzando los dedos porque que esto pase pronto es casi la única opción que contemplan para poder enfrentar la vida. 



Ahora bien, ¿existió alguna vez realmente ese riesgo cero, o quizá es una ilusión de control en nuestra mente, muy alejada de la realidad? Porque, si nos damos cuenta, por razones diferentes, en ambos extremos está asentada esa idea. En los primeros, porque no lo contemplan. En los segundos, porque creen ciegamente que esa posibilidad existe. ¿O quizá es solo lo que quieren creer?



Hoy me pregunto dónde estamos nosotros entre estos dos puntos. ¿Examinamos esta cuestión desde una perspectiva también espiritual, los que somos cristianos? La nueva normalidad nos va a obligar a tomar decisiones y como cristiana sé que mi decisión compromete mi fe frente al mundo, determina lo que cuento de Dios a aquellos que, quizá no me escuchan, pero me observan.




  • No puedo ser, en conciencia, ni una necia, ni una sin ley. No solo por ser cristiana, sino porque lo dicta el propio sentido común y cívico. No puedo pensar solo en mí misma o en lo que me apetece, sin mirar a nadie más. Sé que mis actos tienen consecuencias y, siendo así, me debo a mucho más que a mis propios impulsos.

  • Tampoco puedo vivir la vida como si la que controlara mis circunstancias fuera yo misma, sin tener en cuenta a Dios para nada. Él nunca nos ha colocado en una situación de probabilidad de riesgo cero, precisamente porque es en medio de la incertidumbre donde desarrollamos nuestra dependencia del Dios que gobierna el Universo y el coronavirus. Ahí es donde descubro mi propia identidad como criatura y no como Creador. Yo no controlo ni lo mínimo, es evidente. Él sí y espera que establezca con Él una relación de confianza en la que Él puede hacerse fuerte en mi debilidad. 



Por muy atrayente que pueda resultar la idea de confiar en la llegada de una situación realmente propicia, por muy idealizada que podamos tener esa normalidad que hemos perdido y a la que seguimos aspirando aún, sin darnos cuenta del punto en el que estamos, creo que hemos de aprender a vivir agradecidos y con gozo y paz cualquiera que sea nuestro momento, incluido este, incierto y que no sabemos cuánto va a durar.



Esta nueva situación nos obliga a mirar alrededor y mirar arriba: 




  • Miramos alrededor para, en función de lo que la realidad nos va contando acerca de la progresión de este problema, ser conscientes de lo que conviene y de lo que no. Sabios y no necios, como reflexionábamos en semanas anteriores. 

  • Miramos arriba para cotejar esa realidad que percibimos con Quien la permita y nos permite observarla, para renovar nuestra confianza en que no debemos descansar en lo que creemos controlar, sino en el Dios que controla las circunstancias y para recordarnos que es en tenerle en cuenta que está la esencia de la sabiduría que tanto necesitamos en estos momentos.


 

 


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