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¿Cambiará la humanidad después de esto?

Todos nuestros esfuerzos van orientados a la preservación de lo que se tiene, aunque sea mediocre en comparación con lo que podría ser.

EL ESPEJO AUTOR 10/Lidia_Martin 19 DE ABRIL DE 2020 19:00 h
Foto de [link]Anna Utochkina [/link] en Unsplash.

Estos días, frente al COVID-19 y todos los estragos económicos, sociales, decisiones políticas más que dudosas, acusaciones de un lado a otro del mundo y demás despropósitos, una de las preguntas más habituales que nos hacemos, a nivel privado y en conversación con otros, es si la humanidad cambiará en algo después de que todo esto pase. Mi respuesta es un NO contundente, y a las pruebas y precedentes se remite mi mente para ser tan taxativa.



Como profesional de la conducta, creo en el cambio de las personas, por supuesto. Pero hay dos principios básicos en psicología que aplican aquí como donde más:




  • El primero, que no hay cambio si no hay necesidad. 

  • El segundo, que mientras se obtenga algún beneficio inmediato por una conducta, es bastante difícil que esta cambie. 



Ambos principios sostienen el funcionamiento por el que vivimos las personas, principalmente en este lado de mundo nuestro, el “primer mundo”. También en el otro, pero allí no están tan cómodos como vivimos aquí y eso les permite hacer muchas cosas mejor. Lo que hace la pandemia en este momento (o las crisis económicas de hace unos años y las que vendrán, las grandes guerras del siglo pasado y miles de momentos tortuosos en el devenir de la Humanidad) no es, ni más ni menos, que crear necesidades y cerrarnos los grifos mediante los cuales, en condiciones normales, obtenemos lo que queremos.



Por eso es muy posible que la peor de mis sospechas, la de que no cambie nada, se haga realidad de nuevo: porque las crisis, tal y como vienen, se van. Y los cambios que se han producido por necesidad y grifos cerrados evolucionan también hacia otros estados de mayor bienestar y fuentes de agua que vuelven a correr, al menos mientras volvemos a estropearlas. Donde dijimos “Digo” diremos “Diego”, porque tenemos memoria de pez y cambiamos lo justo para ir pasando el examen, pero poco más. Como tantas veces pasa en la vida escolar y académica, nos pegamos el atracón de estudiar el día antes en el mejor de los casos, para recuperar más bien en la mayoría de ellos, pero aprendemos poco porque, haciendo las cosas así, para la “vomitona” del examen, no es que se aprenda mucho de cara a futuro. De ahí los sucesivos descalabros en las mismas piedras.



No aprendemos, principalmente, porque cuesta un esfuerzo. Aprender significa detenerse a pensar, ser crítico con uno mismo, estar dispuesto a rectificar y hacerlo en serio, evaluar por dónde va nuestra vida y seguir los parámetros de un diseño más inteligente que nosotros. Significa en ocasiones renunciar a cosas que, reconozcámoslo, nos gustan demasiado. Tanto, que nos esclavizan sin que nos demos cuenta y a las que, por supuesto, nunca llamaremos por el nombre que tienen. Cuando las personas nos acomodamos a una burbuja de vida como en la que estábamos instalados previo COVID-19 (o previa crisis, cualquiera que esta fuera), todos nuestros esfuerzos van orientados a la preservación de lo que se tiene, aunque sea mediocre en comparación con lo que podría ser. Principalmente lo que no queremos es perder, sino ganar. 



[destacate]"Jesús no entra en la vida de las personas para dejarla intacta".[/destacate]La manera de conseguirlo es, por otra parte y paradójicamente, la que nos lleva a estrellarnos cuando pasa el tiempo suficiente (como aquí y ahora). Porque en el proceso de ganar sin querer perder nada, sin revisar, sin reconocer vicios... terminamos metiéndonos en una debacle de velocidad en la que ya no vemos pero, eso sí, no lo reconoceremos, porque implicaría cambios que, de nuevo, no estaremos dispuestos a hacer. Así que, dicho de otra manera, buena parte de nosotros solo reducimos la velocidad cuando nos estrellamos. La tragedia es que, para entonces, algunos ya están condenados a consecuencias de todo tipo y magnitud.



Como profesional, creo que el cambio en la Humanidad pasa por una transformación profunda de todas las esferas de la vida de cada persona. Ahí es nada. Después de 20 años viendo gente en una consulta y seguramente a diferencia de muchos colegas míos de profesión, no creo que las personas, per se, tengan en sus manos todas las herramientas para conseguirlo. En el mejor de los casos ponen en marcha algún recurso que va salvando los muebles. Porque estamos demasiado vinculados a la necesidad y al grifo abierto que nos proporciona el subidón de adrenalina inmediato, aunque luego nos condene a largo plazo (la gente dice, para ponerle la guinda al pastel “de algo hay que morir”. Pues nada... ahí queda eso, tristemente). Por todo esto junto es que normalmente terminamos reconociendo que los periodos en los que más sufrimos en nuestra vida fueron también en los que más crecimos como personas.



Como cristiana, sin embargo, observo un fenómeno que me reconcilia con la vida misma y es el hecho de que, contra todo pronóstico, cuando las personas se encuentran con Jesús a nivel personal, cuando descubren al mirarle de cerca que no era solo un buen maestro, sino que como Dios hecho hombre mostraba una forma diferente de vivir la vida, la que Dios mismo siempre estableció, pero que Él encarnó de forma tan molesta para el mundo que le costó la vida, entonces se superponen al principio de necesidad de una vez por todas y dejan de ser tan inmediatistas, porque les mueve la esperanza. Es entonces cuando empiezan a vivir su vida de manera contracultural y de forma aparentemente sin sentido: renunciando a lo que todo el mundo hace para seguir Sus pisadas: amando al que no te ama, sacrificándote y sirviendo por aquellos a quienes ni siquiera conoces, poniendo la otra mejilla... cosas por las que se nos llama locos, pero que hacen del mundo un lugar mejor.



Hago un paréntesis para enfatizar que, cuando describo esto, hablo evidentemente de una transformación profunda del corazón, no de esas conversiones “de pacotilla” con las que nos conformamos a veces los evangélicos y que nos dejan con la conciencia aparentemente más tranquila, pero que no llegan a promover fiesta en el cielo por un pecador que realmente se ha arrepentido. Mientras sigamos creyéndonos -de palabra, ya sé que no, pero de facto, es evidente- que porque una persona recite una “oracioncita” como un mantra, ya ha nacido de nuevo, todo seguirá igual. Jesús, quédenos claro, no entra en la vida de las personas para dejarlas intactas y por nuestros frutos se nos conoce. El arrepentimiento viene con frutos de arrepentimiento y un cambio de sentido radical y ese pack es indivisible.



Dicho esto, vuelvo a la mayor con la que iniciaba la reflexión: 




  • En primer lugar, que se produce cambio en las personas cuando tienen necesidad y, por esa misma razón, se encuentran con Cristo de forma real solo cuando se saben perdidos, desamparados del mundo y cuando ya no tienen ningún otro “clavo ardiendo” al que agarrarse. Mientras creemos que tenemos recursos suficientes no nos sentimos necesitados, ni de nada, ni de nadie. Y en esos momentos incluso es tentador acercarse a Dios como si fuera un genio de la lámpara al que pedirle deseos. Pero eso no es arrepentimiento, sino manipulación. Solo quien reconoce que no puede salvarse por sus medios, quien se humilla y deja el pataleo de la autosuficiencia, agarrándose a quien puede rescatarlo, de forma incondicional, ve su vida transformada. Porque sabe que, desde ese momento, se debe a Quien le rescató, no por obligación, sino por convicción de necesidad y adoración. Y lo hace para siempre. Desde ese momento, incluso teniendo recursos propios, sabes que no son tales, porque son un regalo de Dios mismo y siempre lo fueron, aunque no lo supieras o quisieras ver.

  • En segundo lugar, que solo nos aferramos a aquello que nos produce satisfacción inmediata, aunque a largo plazo sea podredumbre lo que nos espera. Jesús habla de una vida abundante que pasa por reconocer que se tiene sed. Pero reconocerlo simplemente no la aplaca. Implica aplicar un movimiento añadido, un paso de fe, por el que uno se acerca a esa agua, la bebe confiando y espera su efecto. La renuncia y rechazo a ese paso de fe es el que aleja a la Humanidad de un cambio real y profundo. Porque no queremos un agua que nos cambie para siempre. Queremos seguir disfrutando, mal que suene decirlo, del lodo en que nos rebozamos a diario en nuestras vidas. Porque es nuestro lodo, por malo que sea, porque nos encanta vivir a nuestra manera, y porque sabemos, aunque no lo digamos (porque eso sería mucho decir), que seguir a Jesús en serio es un camino sin retorno.  


 

 


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COMENTARIOS

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Samuel C Samuel
19/04/2020
12:56 h
1
 
Totalmente cierto y claro! Si bien diría que el mundo sí que cambiará tras esta crisis, pero a peor (el amor se enfriará... ).
 



 
 
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