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¿Esperar o buscar ante la Covid-19?

Demasiados confunden a Dios con la religión que les han contado e intuyo que, ante una situación lo suficientemente compleja, algunos reaccionarían y se plantearían buscar a ese Dios del que se habla, en vez de esperar y ya está.

EL ESPEJO AUTOR 10/Lidia_Martin 30 DE MAYO DE 2020 23:40 h
Foto de [link]Guilherme Stecanella [/link] en Unsplash.n Unsplash.

Estos días, mientras salgo a caminar bien temprano por la mañana, me cruzo con todo tipo de personas. En general la tendencia es a mirarnos con recelo, poner  los metros correspondientes para una distancia correcta de seguridad y seguir nuestro camino. Sin pena ni gloria. Todo tan aséptico como suena.



En varias ocasiones, alguno de ellos se ha cruzado con un conocido al que saluda, le cuenta un poco por encima cómo le va en medio de todo esto y, tras congratularse porque la familia y ellos estén bien, casi todas las conversaciones terminan casi inequívocamente en una idea general: que seguirán esperando a que todo esto pase y se pueda volver a hacer vida normal. Igual de aséptico que lo anterior. No dice nada en particular, pero dice mucho en general del posicionamiento que muchas personas han hecho ante esto que está sucediéndonos. Es como el famoso y resignado “que sea lo que Dios quiera” que tantos dicen, que parece tener a Dios en cuenta, pero que en realidad no significa nada en absoluto.



Esa conversación, apenas sin importancia, de hecho, me vuelve a llevar una y otra vez al mismo punto en el que estaba al principio de la pandemia, cuando me preguntaba si esta situación traería un cambio de enfoque en las personas y las volvería más hacia Dios. Porque, como sabemos, no hay nada como estar bien desesperados para reorientar nuestra vista hacia arriba, aunque solo sea por se acaso. Hace dos meses ya me decía a mí misma que consideraba que el zarandeo no estaba siendo lo suficiente espeluznante como para generar una respuesta en masa. No es que esté pidiendo más dificultades para nadie, ¡nada más faltaba! Eso no me corresponde. Pero hoy, ante cada una de esas conversaciones tan bienintencionadas como llenas de nada y vacías de todo, sé que no hemos cambiado lo suficiente. No, al menos, para un cambio de rumbo relevante. Solo se está esperando, pero no se está buscando. La diferencia entre lo uno y lo otro es abismal.



Me preguntaba, por otro lado, si se puede buscar a alguien a quien ni siquiera se considera. ¿Están las personas valorando a Dios entre sus opciones? El hombre y la mujer de hoy han apartado a Dios de sus vidas hace tanto tiempo que sospecho que ni siquiera se lo plantean como alternativa. Muchos se han instalado en un ateísmo sin demasiada profundidad porque les da igual el asunto, otros saben que hay “algo”, pero no les importa demasiado qué o quién sea, demasiados confunden a Dios con la religión que les han contado, que no les interesa y con razón e intuyo que ante una situación lo suficientemente compleja algunos reaccionarían y quizá, solo quizá, se plantearían buscar a ese Dios del que se habla, en vez de esperar y ya está. Pero es pura suposición. Sigo viendo a la gente caminando sin más. Hablando sin más. Esperando sin más.



Echando un vistazo a tantas series y películas, realities y shows varios, entrevistas y tertulias incluidas en radio, prensa y televisión, uno se da cuenta rápidamente de que el evangelio de Jesús es conocido por muchos, si no prácticamente por todos en el primer mundo. Son amplias las citas, las referencias repetidas a textos de la Biblia, son muchos los que sabrían decirnos con bastante exactitud de qué va el mensaje que predicamos. A veces escucho diálogos de cine que me impactan por la claridad con la que expresan la esencia del evangelio, con citas incluidas. Y eso solo es por una razón: porque lo han escuchado. Les resulta familiar. Alguien se lo ha explicado. No es un problema de falta de información. Que crean que haya un Dios en sí mismo resulta para ellos de lo más irrelevante. Y efectivamente lo es, porque la cuestión no es si creen que lo hay, sino si le aman. Creer que Dios existe no significa reconocerle, darle su lugar y seguirle. Solo significa dar por buena una realidad pero sin que nos comprometa en nada.



Todo se reduce a una cuestión de que ese mensaje que prácticamente todo recibieron simplemente lo dejaron de lado porque no han pensado que lo necesiten. Los más conservadores al respecto se lo plantearán más bien como algo a lo que acudir cuando la desesperación pueda ser máxima, o se esté al borde del precipicio. En esos casos, no solo se espera, sino que se estira el tiempo lo máximo posible, se prorroga el momento de tomar alguna decisión, para así disfrutar la vida “al máximo” y no entregarse a nada que nos limite demasiado rápido. El problema es que esa vida plena que defienden no es tan plena y que el tiempo aceptable es ahora, mientras podemos cambiar de rumbo. En ocasiones, tristemente, llegamos tarde y el destino nos pasa literalmente por encima, antes de que nos dé tiempo a virar. La muerte no avisa ni se mueve por nuestra lógica, como hemos podido ver en medio de esta pandemia. Debimos haber sido sabios y buscar mucho antes. Los que aún pueden hacerlo, quizá simplemente esperan.



Algunas personas, sin duda, han vivido en esta crisis (y siguen haciéndolo) la pesadilla más horrible que podían imaginarse. Han perdido salud, familiares, empleo o estabilidad, relaciones... pero muchos siguen sin buscar, sorprendentemente. El corazón de las personas es terco y duro. Alguno de ellos se encontrará, previsiblemente y si busca de corazón, con Quien le amó y buscó primero. Pero no son muchos los que buscan. Siempre son muchos más los que esperan. Requerirá esa búsqueda y el correspondiente encuentro de un ejercicio de honestidad, de reconocimiento de que solo no se puede, de que se necesita un salvavidas al que agarrarse, no como lámpara mágica aquí para recuperar lo perdido, sino para poder vivirlo con un sentido de eternidad. Y en ese encuentro habrá Salvación, una con mayúsculas. Pero es porque ha habido búsqueda y no solo una actitud consumista. Habrá habido reacción al hecho de que Dios salió a nuestro encuentro primero y eso nos habrá conmovido de alguna forma en medio de nuestra propia tiniebla. Un baile difícil de entender entre la iniciativa y elección de Dios y nuestra propia responsabilidad al responder, pero baile al fin y al cabo.



Al resto de los mortales que no han vivido un drama en estos días, que no son sino la mayoría, la tragedia de otros no les resulta lo suficientemente grave, importante o de consideración como para pegar un volantazo en serio en su vida. La “cosa” les ha pillado desprevenidos, cierto; no lo vieron venir. Esta situación solo les puso nerviosos y poco más. “Pero será cuestión de tiempo -se dicen- que todo vuelva a su cauce.” Y en eso descansan. Y, al descansar, esperan; pero no buscan. Creen que pueden permitirse seguir estirando el tiempo. Que eso sea verdad o no, ninguno lo sabemos, pero tal como son las cosas, que hoy estamos aquí y mañana no, puede ser una absoluta temeridad.



En esta sociedad en la que estamos, como buenos consumidores que somos, nos levantamos cada día esperando lo mejor del Universo a nuestro favor, cruzando los dedos algunos para que todos los planetas se alineen, y a la espera de “a ver qué echan hoy” (como decían los antiguos frente al televisor). Lo hacemos incluso hasta los propios cristianos, cuyo signo de identidad debería ser que seamos auténticos buscadores del Dios que hemos conocido y que salió a nuestro encuentro haciéndose hombre, sufriendo tortura y muerte por nosotros y demostrando con su resurrección que no hay  nada en este mundo ni fuera de él que nos pueda apartar del amor que nos tiene. 



Aceptar ese amor siempre requiere dar un paso en activo. No vale con esperar. No basta con que llegue ese día en que podamos comprobar si Dios nos pasará la mano por alto y lo perdonará todo o si, por el contrario y como ha dicho en su Palabra, solo reconocerá como suyos a quienes le buscaron de veras, a quienes se entregaron a adorarle en Espíritu y en verdad, a quienes reconocieron que solos no eran sino polvo e incapaces de enfrentarse, siquiera, a un pequeño virus. Cuánto menos a la muerte, a la enfermedad, a las circunstancias que tan adversas se nos vienen encima a menudo. La gran pregunta es la obvia: ¿Buscas o esperas?


 

 


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