El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Puede haber una solución para seguir compartiendo la fe a pesar del rechazo que en tantos y tantos ambientes sufre el profesional de la religión.
Hay una cierta emancipación del hombre del fenómenos religioso, quizás precedente de la gran pujanza de la descristianización del hombre del mundo de hoy.
Un relato de Juan Simarro.
El compromiso con el prójimo en nuestro aquí y nuestro ahora, con todas las repercusiones económicas, políticas, sociales y culturales que ello tiene, es inevitable.
El grito de la Biblia en contra de los que abusan de los trabajadores más débiles es atronador.
No tenemos la suficiente resistencia espiritual. Así, en nuestro mundo y en muchos aspectos, vivimos de forma muy similar a los que no tienen esperanza.
Debería replantarse la iglesia para ver como puede ser mucho más efectiva en las transformaciones sociales que necesita el mundo.
Observad: Jesús nunca estuvo aferrado al poder temporal.
La práctica del ritual nos puede convertir en cumplidores religiosos, pero el encuentro con Dios, auténtico objeto de la fe, es el que va a cambiar nuestras relaciones con el prójimo.
La vivencia de la espiritualidad cristiana se da en un doble compromiso: el compromiso con Dios y el compromiso con el prójimo.
Jesús, con su resurrección, transformó su debilidad en vida abundante, en fuente de poder que es capaz de vencer incluso a la muerte.
En Él se juntan el Rey poderoso y el siervo en debilidad.
Podemos estar dándonos baños de falsa pureza que nos hunde en la miseria del desprecio al otro. Son los peligros de los religiosos.
No hay rincón desde donde no se pueda gritar. Mundo globalizado en donde el eco de mi voz puede ser universal.
¿Existe la posibilidad hoy de que la gloria y el resplandor de Dios se pueda manifestar también en una especie de repetición de la primera Navidad?
Es el Adviento, tiempo de esperanza, tiempo de alguien que viene lleno de luz y resplandor capaces de iluminar y destruir todas las tinieblas.
La ignorancia, la xenofobia y, desde el punto de vista cristiano, la falta de projimidad resultan un escándalo humano.
Se necesitan personas que puedan ir trazando líneas originales de reflexión, líneas de valores nuevos y de compromisos para una auténtica Cultura de Paz. No importa que parezca un poco utópico.
Somos llamados a una santa rebelión que nos saque de la pasividad y nos lance a los desafíos del mundo.
Deberíamos volver nuestra mirada al Maestro, a Jesús, para ver cómo fue esa acogida en su acción y ejemplo.
Que no caigamos en la necedad de las avaricias insolidarias ni en las ansiosas inquietudes a la que nos lleva la acumulación.
Parece que los cristianos no tenemos la suficiente resistencia espiritual ante el consumo loco y desmedido que nos atrae en esas parcelas consumistas del mundo rico que se pueden dar incluso en el seno de los países más pobres.
No estamos libres de idolatrías que se reflejan en nuestros discursos evangelizadores o sermones eclesiales.
No hay ritual válido ni que Dios escuche que no pase antes por este requisito esencial. La razón nos la diría Jesús mismo, porque el amor a Dios y el amor al prójimo están en relación de semejanza.
La libertad nos compromete porque si no es solo una libertad egoísta.
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