Tengamos cuidado para saber situar nuestros objetivos en la línea de los valores del Maestro y de su programa de acción en su venida al mundo.
De todos es sabido que el recién nombrado presidente de los Estados Unidos se presenta como un elegido de Dios para hacer de América un país expansionista, hacer de América un país “great once again”.
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Afirma con total convicción que Dios le salvó del la muerte en el atentado que le hirió una de sus orejas para conseguir este objetivo con su país. Es como si para él Dios estuviera preocupado de hacer países con ansia expansionista para agrandarlos en la línea del poder terrenal.
Pienso que, de alguna manera, es como si se estuviera repitiendo la tentación en donde el diablo le mostró al mismo Jesús para tentarle “todos los reinos del mundo” y los puso a su disposición si le adoraba.
La tentación continúa en el mundo de hoy: la de querer hacerse emperador, mandatario supremo en el mundo, una especie de Mesías para ejercer el poder, el dominio sobre otros y el aparentar o el desear coronarse de la gloria de este siglo. Jesús venció la tentación. Posiblemente Trump no ha podido. Quizás le ha faltado la fuerza del espíritu.
Quiero justificar un poco esto que afirmo. La diferencia entre Jesús y Trump es que Jesús dedica los valores del Reino que irrumpen en nuestra historia con la llegada de Jesús al mundo para el servicio y la dignificación de las personas, para liberar oprimidos y acoger a los diferentes como son los extranjeros, enfermos y desvalidos.
Trump en su política, a pesar de decir que Dios le ha salvado, dedica ese favor divino para el gran fin de hacer América grande otra vez, lo dedica a crear y hacer más fuerte su imperio temporal.
Trump quiere usar su poder, entre otras cosas negativas, para perseguir a los migrantes que buscan acogida en su tierra. La orden es de perseguirlos tanto a los niños en las escuelas, como a los enfermos en los hospitales, como a cualquier adulto en las iglesias. Ya no habrá lugares de refugio para ellos.
Qué será del aumento del racismo, del soberanismo, de la xenofobia, de la feminización de la pobreza en el mundo, de la diversidad que se da en todos los países en cuanto al sexo, las razas, la situación económica, los enfermos que no tienen dinero. No puedo dar respuestas exactas. Solamente pregunto, planteo cuestiones humanitarias.
Todo esto ha dado lugar a que la Obispo Marianne Budde, en el sermón de la misa o culto de Trump después de su toma de posesión de la presidencia y en la Catedral Nacional de Washington, tuvo que dedicarse a pedir misericordia para los migrantes y otros colectivos discriminados, afirmando que los migrantes no son criminales. Eso sí que es Evangelio.
Afortunadamente el cristianismo sigue siendo un valor en el mundo, aún tiene algo que decir a favor de los oprimidos.
El problema también es que no es solamente Trump. También la iglesia en el mundo en muchos aspectos, fundamentalmente la iglesia jerárquica, la jerarquía eclesial a lo largo de la historia, se ha aferrado en el nombre de Dios al poder temporal.
Parece que Trump se enfadó un poco con la predicadora de ese acto religioso. Sus palabras evangélicas le hicieron daño. Sin embargo eso es Evangelio, no cabe duda.
Todas las personas creyentes que conocen la Biblia tienen miedo de lo que ocurrirá con los migrantes y las expulsiones de tantos y tantos que serán echados fuera de esa nación que, quizás de una forma un tanto egoísta y prepotente, quiere ser grande otra vez. Una nación levantada fundamentalmente por los migrantes de la tierra.
Un largo camino se ha recorrido desde el Edicto de Milán cuando Constantino presta su apoyo incondicional a la Iglesia. Fue el comienzo en el que la iglesia, desgraciadamente, fue sintiéndose bien posicionándose en el poder. Se sintió a gusto posicionándose al lado de los enriquecidos y poderosos de la tierra.
Hoy con Trump y sus compañeros de viaje, una vez más, el considerado por él mismo como salvado por Dios para hacer América grande, une el poder económico, la gran riqueza de los magnates tecnológicos, con el poder político. Los ricos de la tierra se abrazan a los poderosos de la política expansionista.
Es difícil entender bien el Evangelio y su poder de transformación de la realidad a favor de los débiles desde las poltronas del poder, más aún desde un poder tan fuerte y grande como el de Trump en este momento de la historia que nos ha tocado vivir en nuestro aquí y nuestro ahora.
La perspectiva de Jesús fue otra. Él rechazó el poder terrenal ofrecido por el diablo en una de sus tentaciones. El Maestro evangelizó y trabajó desde las perspectivas de los que sufren dando ejemplo de servicio y lavando los pies a sus discípulos.
Difícil para los gobernantes de hoy rechazar la tentación que oferta todos los reinos del mundo y el poder absoluto. Jesús no se sentó sobre los tronos de los poderosos ni se apoyó en estructuras injustas de poder terrenal.
Muchos evangélicos en el mundo criticamos las alianzas del cristianismo con los poderes terrenales que, aunque quieren actuar en el nombre de Dios, no trabajan por la dignificación de las personas, ni de los migrantes de la tierra, ni luchan contra esos soberanismos necios que desprecian a multitud de personas robándoles hacienda y dignidad humana.
Tengamos cuidado para saber situar nuestros objetivos en la línea de los valores del Maestro y de su programa de acción en su venida al mundo:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres, me ha enviado para sanar a los quebrantados de corazón; pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor”.
¡Cuán lejos está este programa de querer hacer un país más grande, más expansivo y más rico, expulsando a muchos de los débiles de la tierra, por considerarse un salvado de la muerte por el Altísimo y, además, un elegido de Dios!
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