El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
El 7 de julio es el día internacional de la conservación del suelo.
La prerrogativa de “proponer el candidato a Presidente del Gobierno y, en su caso, nombrarlo” (Art. 63d) le corresponde al Rey.
La Biblia es la historia de la paciencia de Dios con su criatura más sublime y, sin embargo, la más rebelde.
Puede que corramos el riesgo de dar más importancia al medio que al mensaje.
Lo que está sucediendo hoy en día en la sociedad, y de manera especial en este mundo occidental del que formamos parte, es incomprensible sin reconocer el origen espiritual que tiene.
El diputado transexual Salma Luévano, que ganó dos juicios para que se le dé trato de mujer, propone que se condene por Ley la postura bíblica sobre sexualidad.
Para pensar adecuadamente cómo vivir los desafíos éticos, cada vez mas complejos, necesitamos un marco de referencia que parta de los presupuestos bíblicos y que tenga en cuenta qué es el ser humano.
No hay mensaje más humanista, ecologista y esperanzador que el que nos presenta la Biblia, la cual nos desvela el futuro glorioso que Dios tiene preparado para su Creación.
Dejar a Dios fuera del cuadro deja a nuestra sociedad sin recursos para sus juicios y decisiones éticas y la acobarda ante sus enemigos.
A muchos les mueve solo lo que les reporta ganancias económicas, placeres sensuales o el poder; sin darse cuenta de que están labrando su propia ruina.
La anarquía que precede a la tiranía está en camino, y a menos que la gente se vuelva a Dios y ponga su confianza en el Señor Jesucristo, este mundo no tiene solución.
En toda la Biblia se nos presenta a un Dios que en absoluto “pasa” de su Creación, ni de cómo van las cosas en el mundo que Él ha creado.
Consideramos constructivo echar una mirada a siervos de Dios de generaciones anteriores, con el fin de tomar ejemplo y fuerzas frente a nuestras dificultades de hoy, animados con el mismo Espíritu que nos une con ellos.
Es evidente que no podemos encontrar mandatos o instrucciones específicas y directamente relacionadas con esta situación que nos toca vivir.
“Venga tu reino” debería ser nuestra petición prioritaria y, si ello fuera posible, que sucediera en nuestra propia generación, como deseaba el apóstol Pablo.
Ni el miedo a la muerte por coronavirus ni el temor a los hombres deben gobernar nuestra vida ni nuestra actuación.
Las modas ideológicas, por muy mayoritarias que parezcan en un momento dado, caducan. Pero las consecuencias para las siguientes generaciones quedan.
La iglesia ha tenido siempre el reto de encontrar su propia voz, más allá de las élites sociopolíticas. Los cristianos que creemos en la bondad del evangelio debemos evitar caer en la trampa de la autocensura.
La sabiduría de la Palabra de Dios resulta evidente para todo el que esté dispuesto a reconocerla.
¿Ha desaparecido Dios de nuestros esquemas de pensamiento a la hora de considerar el mundo y los asuntos de esta vida?
Si nuestra aportación como Iglesia a la resolución de la pandemia es como la de los no creyentes, estamos fallando en nuestra percepción de la realidad.
Entre conversación y quehacer teológico no debería existir tanta distancia.
La falta de un mensaje contundente en contra del racismo es un indicador de un problema teológico grave.
Tener en cuenta a Dios en los problemas que aquejan a la sociedad humana es la mejor forma de infundir paz a la gente y de hacer posible una solución.
La Fundación Fliedner cumple 150 años, un aniversario que coincide con el bicentenario de la alumna más célebre de Theodor Fliedner.
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