La Biblia es la historia de la paciencia de Dios con su criatura más sublime y, sin embargo, la más rebelde.
Una de las declaraciones más terribles de la Biblia es la que tiene que ver con ese momento en el que Dios se desentiende de su criatura más perfecta y privilegiada[1] y la entrega a las consecuencias de su rebelión contra Él. Esto no sucede, sin embargo, antes de que el Creador haya agotado todas las vías posibles para que hombres y mujeres se vuelvan de su mal camino[2], llegando, incluso, a enviar a su propio Hijo para procurarles la salvación[3]. Y de que ellos hayan rechazado todos los esfuerzos que Él hace por atraerlos a Sí mismo[4]. La Biblia es la historia de la paciencia de Dios[5] con su criatura más sublime y, sin embargo, la más rebelde[6].
Pero cuando el ser humano se olvida por completo de Dios, y no le tiene ya en cuenta ni siquiera en los momentos de mayor apretura —como los que el mundo está viviendo hoy en día de manera global—, sino que se afirma en su orgullo[7] y decide seguir adelante como criatura “independiente”[8], alejada de su Creador, de espaldas a Él y hasta abiertamente en su contra[9]; y no hace más caso de las claras advertencias y señales que le indican que necesita a Dios, su gracia, su misericordia, su perdón y su ayuda para tener una vida buena, digna y placentera[10]; ni responde ya al evangelio de su Hijo Jesucristo que le ofrece la salvación[11]; entonces, Dios lo entrega “a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen”[12]. Porque el hombre y la mujer, dejados a sí mismos, se corrompen hasta el extremo[13], olvidando por completo su procedencia y dignidad[14].
De este modo, vienen sobre la sociedad humana esos “tiempos peligrosos”, llenos de violencia, perversidad, avaricia y maldad, de los que habla el apóstol Pablo[15] y con los que nos desayunamos cada día nosotros a través de los medios de comunicación.
Esta es la deriva que ha tomado voluntariamente este mundo otrora llamado cristiano. No resulta extraño que Dios levante contra nosotros azotes como el del terrorismo islamista, al igual que en otro tiempo utilizó a las naciones paganas para castigar a su pueblo[16] y purificarlo, reservándose para Sí un remanente fiel[17]. O que derrame sobre esta sociedad su juicio en forma de epidemias, guerras, sequías, desastres naturales y otros tipos de calamidades para abrirle los ojos.
Con todo y con eso, nada detiene a esta civilización post cristiana en su loca carrera por sacudirse cualquier ley, mandamiento, norma o institución que Dios haya provisto para el beneficio y la felicidad de sus criaturas, y para el equilibrio y el buen orden y funcionamiento de su Creación, como si de ataduras esclavizantes se tratara[18]. De esta manera, el hombre abandona y menosprecia principios y valores que son esenciales para el ser humano y la sociedad, como el temor de Dios[19], la práctica de la piedad, el matrimonio fiel, la familia natural, el cuidado primordial de los hijos, el respeto y el cuidado de padres y ancianos, o la protección de la vida de los no nacidos. Se considera a estos últimos como una especie de tumor en el seno su madre, extirpando el cual ella gozará de una vida más feliz y saludable, y de una mayor libertad. Pero no se trata de ningún tumor, sino de un ser humano: su hijo, su hija. “Mi embrión vieron tus ojos le dice a Dios el salmista—, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas”[20].
“¿Daré mi primogénito por mi rebelión —pone Dios, también, en boca del profeta Miqueas—, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma?”[21]. ¡Pues sí! Esta es la línea roja que hemos cruzado hace ya mucho tiempo como sociedad —remedando los tiempos más oscuros de la historia humana[22]— cuando sacrificamos nuestros hijos e hijas a los ídolos modernos del materialismo, el éxito profesional, la conveniencia, el placer o la comodidad. Porque el pecado, cuando se abraza, no deja sitio en el corazón ni siquiera para el amor materno[23].
Pero no sólo a los demás hace daño nuestra ignorancia o nuestro descuido de Dios y de sus mandamientos en estos tiempos, sino a nosotros mismos. No respetando la distinción entre los sexos con que Él quiso dotar a su propia imagen en el hombre y la mujer[24], deshonramos nuestros propios cuerpos en una orgía de sensualidad y perversión que acarrea a los individuos y la sociedad “la retribución debida a su extravío”[25], en forma de enfermedades, desarreglos emocionales y trágicos cambios de sexo irreversibles.
Una vez alcanzado el punto de no retorno, ya de nada valdrá que Dios siga ejercitando su paciencia con una humanidad que le ha rechazado sin remisión. Entonces, llevando a cabo una discriminación final, Él enviará o entregará a quienes “no recibieron el amor de la verdad para ser salvos”[26], al engaño más monumental jamás diseñado por ese insuperable prestidigitador, el mayor y más cruel enemigo del hombre, Satanás mismo[27]: la exaltación al lugar del Dios santo de un hombre “inicuo”[28], al que adorarán “todos los moradores de la tierra” que no sean de Cristo[29]. Esta es la entrega final que Dios hace de una parte de la humanidad, “a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia”[30]. Esta es la dura realidad. Por tanto, se nos insta a buscar a Dios mientras aún hay tiempo[31].
También será esa, desde luego, la última actuación del Gran Mago que engaña con sus trucos a todo el mundo; cuando el Señor mate con “el espíritu de su boca”[32] y destruya “con el resplandor de su venida”[33] a esa ilusión del diablo, cúspide del orgullo humano, a ese holograma de hombre bueno, tan falso como su creador mismo, forjado a su imagen y semejanza. ¡Abajo el telón! ¡La función ha terminado! Porque como acaba el himno de Lutero en su traducción española: “¡De Dios el reino queda!”.[34]
Notas
[1] Romanos 1:28; Génesis 1:26-28
[2] Jeremías 26:1-3
[3] Hechos 4:12
[4] Lucas 20:9-16; 2 Pedro 3:9
[5] Génesis 15:13-16
[6] Eclesiastés 7:29
[7] Una palabra emblemática de nuestro tiempo.
[8] Juan 8:34-36; Efesios 2:1-3
[9] Salmo 2:1-5
[10] Isaías 55:1-7
[11] Hechos 4:12
[12] Romanos 1:28
[13] Romanos 1:26-27
[14] Génesis 1:27-28
[15] 2 Timoteo 3:1-8
[16] Jeremías 6:16-26; Lamentaciones 1:8-10
[17] Isaías 10:20-22
[18] Salmo 2:1-3
[19] Proverbios 1:7
[20] Salmo 139:16
[21] Miqueas 6:7
[22] Salmo 106:34-38
[23] Mateo 15:18-19
[24] Génesis 1:27
[25] Romanos 1:24-27
[26] 2 Tesalonicenses 2:10
[27] Juan 8:44; 10:10
[28] 2 Tesalonicenses 3:3-4
[29] Apocalipsis 13:8
[30] 2 Tesalonicenses 2:12
[31] Isaías 55:6-7
[32] 2 Tesalonicenses 2:8
[33] 2 Tesalonicenses 2:8
[34] “Castillo fuerte es nuestro Dios…” (Traducción de Juan Bautista Cabrera)
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