¿Deberíamos consentir el uso de la inteligencia artificial por parte de nuestros alumnos, o incluso fomentarlo? ¿O deberíamos, por el contrario, ir al extremo opuesto y prohibirlo? ¿Habrá algún nivel aceptable de su implementación, adoptando ciertas limitaciones? Un artículo de Jesús González.
Foto de Wes Hicks en Unsplash.
La inteligencia artificial se ha colado en nuestra vida cotidiana y ya no hay vuelta atrás. Quizá todavía sea pronto para comprender el verdadero impacto de esta novedosa tecnología, pero sin duda hemos cruzado el umbral de un cambio tan revolucionario como lo fue en épocas anteriores la llegada de internet, las redes sociales o los smartphones.
En realidad, el concepto de IA no es nuevo. Hace décadas que se vienen desarrollando aplicaciones que pueden analizar datos, resolver problemas matemáticos, jugar al ajedrez, clasificar información e incluso hacer diagnósticos clínicos. La última revolución ha venido de la mano de la llamada “IA generativa”, es decir, software con capacidad de generar cantidades masivas de contenido en forma de texto, imágenes, música, vídeo o código de programación.
Durante las fases más tempranas de su desarrollo, hace un par de años, era bastante fácil identificar a simple vista el contenido creado de forma artificial. Pero los resultados de estas aplicaciones están mejorando de forma exponencial, hasta tal punto que ya es mucho más difícil distinguir si un texto, una voz, un fragmento de vídeo o una canción han sido creados por un ser humano o por una IA. El desafío que esto nos plantea es de tal magnitud que muchos expertos advierten sobre su impacto en diversos ámbitos: el laboral, en los medios de comunicación, en el mundo cultural y, por supuesto, en el área de la educación.
Soy profesor en una facultad de teología desde hace varios años y me enfrento de primera mano al dilema que suponen estos avances. ¿Deberíamos consentir el uso de la inteligencia artificial por parte de nuestros alumnos, o incluso fomentarlo? ¿O deberíamos, por el contrario, ir al extremo opuesto y prohibirlo? ¿Habrá algún nivel aceptable de su implementación, adoptando ciertas limitaciones?
Existen diversas opiniones al respecto. Para mi sorpresa, no hace mucho el equipo docente de una institución de reconocido prestigio en España propuso que sus alumnos deberían ser animados y formados para usar ChatGPT en la redacción de sus trabajos escritos, inclusive en su trabajo de fin de grado. En mi humilde opinión, eso es llegar demasiado lejos. Pero, por otro lado, ¿no deberíamos estar abiertos, aunque sea de forma cautelosa, a explorar las ventajas que la IA puede aportar al ámbito de la educación?
Una prohibición taxativa de su uso sería una necedad, tan inútil como tratar de contener una ola del mar con las propias manos. Por lo tanto, es necesario que, como instituciones educativas en general y como facultades de teología en particular, nos planteemos qué hacer al respecto, puesto que el desarrollo de las capacidades espirituales, intelectuales y creativas de nuestros alumnos está en juego.
El apóstol Pablo nos insta en Romanos 12:2 a ser transformados por medio de la renovación de nuestra mente. Esta exhortación encaja a la perfección con el objetivo que perseguimos como teólogos, desde el estudiante de primer curso hasta el docente con toda una carrera a sus espaldas. No buscamos el conocimiento bíblico per se, sino el crecimiento intelectual y espiritual que nos permita glorificar a Dios como adoradores y siervos fieles.
Para ello es absolutamente necesario pasar tiempo en contacto con el texto bíblico, unas veces leyendo grandes porciones de la Biblia, otras veces analizando apenas un par de versículos en profundidad, meditando, orando, memorizando pasajes, conversando con otros. Además, es también oportuno exponerse a lo que otros hermanos en la fe han escrito sobre la Biblia, estudiar la forma en que han interpretado ciertos pasajes o determinados temas. En este proceso es importante perfeccionar varias habilidades como la exégesis bíblica, la comprensión lectora, el análisis crítico, la capacidad de sintetizar, extraer conclusiones, tomar apuntes, la organización de ideas o la redacción de escritos. Todo esto implica altas dosis de esfuerzo, abnegación, oración, devoción y, por supuesto, la obra del Espíritu Santo en la mente y el corazón. Pero, inmersos en esta tarea ardua y gratificante, es donde tiene lugar el milagro de la renovación de la mente, la transformación y el crecimiento del que nos habla Pablo en Romanos 12:2.
Por eso, nuestro criterio sobre el uso de la IA en la educación debería establecerse en función de estos objetivos. ¿Nos ayudará a alcanzar el crecimiento y las habilidades mencionadas? Depende del uso que hagamos de ella. Pienso que estas nuevas herramientas pueden ayudar al estudiante a ser más eficiente en su labor y no hay por qué desechar el potencial que ofrecen aplicaciones como ChatGPT. Pero al mismo tiempo, si se emplea como un atajo para escapar del esfuerzo que se requiere por su parte, será perjudicial.
En este sentido, estimado estudiante de teología, quiero dirigirme a ti para proponerte algunas ideas de cómo aprovechar el potencial de la IA, y posteriormente quisiera sugerirte algunos usos que deberías evitar.
Comencemos por lo que sí es recomendable:
Estos ejemplos de uso que propongo son solo una sugerencia y probablemente haya docenas de casos más en los que la IA puede ser de gran ayuda. Pero no olvides que ChatGPT, o cualquier otra aplicación, es una especie de asistente personal que nos facilita un poco el trabajo, pero del que no podemos fiarnos ciegamente. Por favor, empléalo siempre con cautela y trata de contrastar los resultados que te ofrece.
Por otro lado, también quiero mencionar algunos usos que no te recomiendo en absoluto:
En definitiva, no creo que sea recomendable el uso de la IA en ninguna forma que implique una escapatoria a tu actividad básica como estudiante: visitar la biblioteca, investigar la bibliografía, elegir o desechar un libro, leerlo, evaluarlo, tomar apuntes, analizar su contenido, extraer conclusiones, interpretar un texto bíblico, redactar los trabajos… De lo contrario, estarás actuando en detrimento de tus propios intereses.
De hecho, existen herramientas que nos permiten a los docentes descubrir si un alumno está entregando una tarea generada por inteligencia artificial. Pero la realidad es que, a medida que se siga perfeccionando, esta tecnología algún día será prácticamente indetectable. Por tanto, en última instancia este asunto quedará a tu discreción como estudiante. Tendrás que enfrentarte a este dilema ante tu propia conciencia y ante el Señor. ¿Cómo usar la IA?
Al responder a esta pregunta, harías bien al recordar las palabras de Pablo a Timoteo:
“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad.” (2 Tim. 2:15).
En conclusión, la inteligencia artificial ha llegado para quedarse. Su implementación afectará, lo queramos o no, a todos los ámbitos de nuestra vida. Supondría un grave error si como instituciones educativas miramos para otro lado y seguimos actuando como si no existiera, o si nos negamos tajantemente a admitir ningún tipo de uso. No hay nada de malo en aprovechar su potencial si lo hacemos sabiamente. Antes bien, estoy convencido de que todos, maestros y alumnos, podremos ser más eficaces en nuestra tarea si nos esforzamos por conocer y utilizar la IA de forma adecuada.
Jesús González es Decano Académico en el Seminario Teológico de Sevilla.
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