El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Una de las cosas primordiales que se dio en los grandes avivamientos de la Historia fue el reconocimiento y la confesión acompañadas del arrepentimiento y cambio de las vidas.
Los apóstoles no tuvieron mayores dificultades a la hora de contrastar sus posiciones y acordar que lo que predicaban uno y otros era el mismo Evangelio de Jesucristo.
Quizás sería bueno recordar aquí aquellas palabras que se atribuyen al gran teólogo, Agustín de Hipona: “En lo esencial, unidad; en lo secundario, libertad; y en todo, amor".
Su padre les había enseñado a cada uno de sus hijos a respetar a Dios, a ser honrados y fieles en todo. Francisco era un joven noble y sencillo. Un hombre del cual el Señor Jesucristo hubiera dicho lo que dijo acerca de Natanael.
Un testimonio a otros que pudieran estar viviendo una viuda de esclavitud religiosa, pero que por medio del Evangelio pueden encontrar la verdadera libertad que el Señor Jesucristo prometió a sus seguidores.
Es bueno que oremos por Israel, pero no tanto para que gane las guerras que los demás pueblos le hacen, sino para que dichas guerras no se produzcan y los propósitos de Dios se cumplan en el pueblo de Israel.
No todos responden a los requerimientos divinos con la ceguera y rebelión.
El creyente no sólo debe apreciar el trabajo y abandonar cualquier actitud de menosprecio hacia el mismo; él estará dispuesto a trabajar incluso en aquello para lo cual no tiene vocación.
El trabajo, tal y cómo lo dispuso nuestro buen Creador, sigue siendo una bendición.
¿De qué nos salva Dios? ¿Cuál o cuáles son los “peligros” de los cuales somos salvados?
El poder de Dios que acompaña al Evangelio de Jesucristo hace que la salvación no sea algo que se quede en palabras solamente, sino que es el mismo poder de Dios en acción para salvar.
El Evangelio que conoció aquel Saulo perseguidor de Jesús, tenía y sigue teniendo algo por lo cual merece la pena dejar atrás todo cuanto no es compatible con el mismo.
Compasión, sensibilidad, ternura, delicadeza, es el mejor escenario para propiciar el ánimo y el fortalecimiento que el debilitado necesita.
La verdad ante el mundo, el testimonio que tenían que dar los discípulos y la escatología fue contemplado por el Señor como ámbitos o esferas en las cuales “el Espíritu de verdad” prestaría su ayuda.
Por medio de la predicación del evangelio, la acción del “Espíritu de verdad” estuvo, está y estará encaminada a convencer del pecado de no creer que Jesús de Nazaret es el Hijo del Dios viviente; y por otra, a creer y poner la fe en aquel a quien “Dios ha hecho Señor y Cristo”.
Los llamados hijos de Dios necesitamos al “Espíritu de verdad” para, mediante su obra santificadora ser limpiados de toda mentira y frente al poder de la mentira y el engaño, adoptar la más firme actitud de rechazo.
Las Sagradas Escrituras son una fuente de conocimiento tanto del corazón como del comportamiento del ser humano.
Unas Sagradas Escrituras catalogadas como “Palabra de Dios”, completas y fiables en cuanto a su contenido, y el múltiple propósito para el cual fueron dadas por Dios.
Dios irrumpió en la historia del pueblo formado y escogido por él, revelándose a la humanidad, respecto de sí mismo y de su obra salvífica por medio de su Hijo Jesucristo.
Todo cuanto Dios ha hablado por medio su Hijo, no se conocería si no fuera porque quedó registrado en las Escrituras del Nuevo Testamento.
Podemos discrepar sobre cosas secundarias, pero ¿qué pasa cuando se niegan doctrinas como el valor redentor y expiatorio de la muerte de Cristo, o su resurrección?
Lo que hemos de comprender en lo que definimos como legalismo es que en su esencia está equivocado.
El legalista está más preocupado del cumplimiento de “las normas” que de aquellos elementos esenciales de la ley divina como son, el amor a Dios y al prójimo.
A algunos de estos niños y jóvenes se les trata “de buena fe”, con “sinceridad”, pero con muy poca gracia y mucho legalismo.
Las dificultades nos prueban y contribuyen a nuestra madurez y crecimiento espiritual. La cuestión es cómo las enfrentamos y las sobrellevamos y si saldremos airosos de ellas.
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