El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Cuando se sacralizan las cosas y los lugares y a las personas, se va creando una “cultura” que cuesta la misma vida deshacerse de tanto elemento falso.
María, al igual que toda una gran compañía de creyentes de toda la historia del pueblo de Dios, nos dejó un ejemplo de humildad que hemos de seguir.
La mujer del libro de Apocalipsis 12:1-5 y otras consideraciones.
María, la madre de Jesús, no fue ni reconocida ni tenida como “Madre de la Iglesia” por la Iglesia Primitiva.
Si Jesús hubiera querido poner a María en el lugar que muchos han pretendido con el paso de los siglos, como “Madre de la Iglesia” (con muchísimas atribuciones más) lo hubiera hecho. Pero hizo todo lo contrario.
Como evangélicos creemos en María, reconocemos el valor de su ejemplo y precioso testimonio y amamos a la Virgen. Pero no creemos ni practicamos todo aquello que ha sido añadido y enseñado a lo largo de los siglos, y que es ajeno a las Sagradas Escrituras.
En las Escrituras, el único Pacto válido que tenemos que aceptar y cumplir es el que Dios hizo ya en y con Cristo Jesús a nuestro favor.
La superstición contradice la fe, es una afrenta a Dios, a su Palabra y a sus promesas.
Necesitamos depender de su Palabra. Ella es y será siempre esa “punta de estrella” de oro de “curso legal divino”, con la cual se contrastará aquello que parece que es sano, correcto y bueno.
El ser humano en su maldad es el que, poco a poco, va tejiendo la red en la que él mismo, tarde o temprano caerá.
Cuando venimos al Señor, todos traemos algo o mucho de esos daños emocionales y nos conforta saber que, en Jesús, nos encontramos con la posibilidad de que toda nuestra vida sea restaurada.
En este asunto de la tristeza y el gozo, haríamos bien en mirar a nuestro bendito Maestro.
Ser cristianos no nos deshumaniza; al contrario, nos humaniza mucho más y debería hacernos más sensibles al dolor propio y al de los demás.
En cuanto a los que sufren pérdidas que desde el punto de vista humano son irreparables, no nos conviene ir por delante de Dios sino ir a su paso.
En todo el relato relacionado con esta pobre mujer, es posible que estuviera embargada por un espíritu de amargura, por todo lo vivido.
Pretender que el bautismo con, o en, el Espíritu Santo debe ser una experiencia subsecuente a la conversión no se adecua al testimonio de las Sagradas Escrituras.
No quedó parte alguna de los receptores del Espíritu Santo que no fuera llenada, tomada y controlada por el Espíritu.
Por supuesto, el Espíritu Santo no iba a venir dos veces, una en esta ocasión y otra en el día de Pentecostés.
Ningún creyente que ama a Dios y quiere todo lo que él ha dispuesto para sus hijos e hijas, quiere perder nada de la bendición de Dios.
Podemos decir que el cumplimiento de la promesa sobre la venida del Espíritu Santo constituye uno de los hechos esenciales de la Revelación de Dios.
Mirándole a él desde su nacimiento hasta su resurrección sabremos de la importancia del Espíritu Santo, en su vida, pero también en la nuestra.
Es difícil olvidar algunos aspectos de aquellas formas de ser de nuestra propia cultura que se adquiría y perpetuaba a través del cine, la música, la literatura o la religión.
En 2022 se produjeron 182.073 denuncias por violencia contra las mujeres. Lo cual nos muestra que esos datos son solamente la punta de un iceberg de características gigantescas.
Las diferencias entre los cristianos y los que no lo son, existen como existen la luz y las tinieblas, la verdad y la mentira, lo espiritual y lo carnal, lo que es mundano y lo que no lo es.
La fidelidad de Dios es algo que todos hemos experimentado en alguna medida. Por eso podemos hablar de ella tanto en relación con nosotros mismos como en relación con otros.
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