El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Las principales pruebas de la existencia real de Moisés y de las grandes empresas que marcaron su vida se hallan en la propia Biblia.
Las numerosas dificultades de la Biblia parecen, a primera vista, desafiar su infalibilidad. Sin embargo, cuando se analizan a fondo mediante una correcta crítica del texto, la mayoría suelen desaparecer.
No hay comparación posible entre la Biblia y el resto de los libros de las demás religiones del mundo.
En el Nuevo Testamento tanto el Señor Jesús como el apóstol Pablo se refieren a Moisés, citando su autoridad y asumiendo su paternidad literaria.
El tipo de escritos propios del libro de Deuteronomio eran comunes en una época más antigua por todo el Cercano Oriente.
Todas estas menciones bíblicas prematuras son fácilmente explicables desde la cantidad de copistas que han tenido las Escrituras.
Hay una clara distinción entre el ser trascendente y el mundo inmanente. ¿Cómo puede siquiera pensarse que el relato de la Biblia sea copia de la mitología de otros pueblos?
Tanto los judíos como los cristianos han considerado a Moisés como el autor inspirado que había escritos estos primeros cinco libros de la Biblia.
A pesar de las buenas aportaciones de algunos métodos, también han conducido a muchos a concluir que la inspiración o la inerrancia de la Biblia son conceptos definitivamente superados.
Los escritores de los evangelios y de las epístolas fueron siempre muy conscientes de cuáles eran sus propias ideas y cuáles las expresadas por su Maestro.
La reproducción humana constituye un claro ejemplo de interdependencia irreductiblemente compleja entre personas que no puede explicarse mediante el concurso de las solas leyes naturales.
La cosmología actual le abre también de par en par las puertas al teólogo y le facilita la comprensión y la defensa de la doctrina bíblica de la creación a partir de la nada.
Aunque la ciencia comprenda cómo funciona la sexualidad humana, su origen sigue siendo un misterio.
Martínez Arias propone una idea científica revolucionaria: serían las células -y no el ADN- quienes determinan y construyen toda nuestra arquitectura corporal.
Para que un hombre y una mujer puedan convertirse en padre y madre se requiere que sus cuerpos empiecen a fabricar células sexuales sanas muchos años antes. El proceso se inicia en la pubertad, en cuanto dejan de ser niños.
El Señor comió delante de ellos un trozo de pez asado y un panal de miel, por amor a sus discípulos, con la idea de mostrarles la maravilla sobrenatural de la resurrección
Para que todo funcione bien, cada molécula u hormona deben estar en su sitio en el momento adecuado y siguiendo un orden preestablecido.
El llamado síndrome de Le Chapelle es una anomalía que afecta a uno de cada veinte mil hombres.
Vendrá un tiempo en el que toda la naturaleza, con todos los seres que la conforman, será restaurada a como fue al principio.
Todos estos mecanismos bioquímicos ligados a la reproducción constituyen un sistema irreductible cuya finalidad es generar varones y hembras fértiles.
Entre los seres y bienes que no debía codiciar ningún judío de su vecino figura también el buey.
Cada día nacen en el mundo más de 370.000 bebés, del mismo modo que lo han venido haciendo desde siempre. Es decir, de manera natural. ¿Cómo logra la naturaleza semejante proeza?
Según las literaturas judía y griega, este mamífero se caracteriza por su astucia, así como por su pequeño tamaño en relación a otros depredadores.
¿Cómo veía el Hijo de Dios a los animales? ¿Qué clase de zoología ética y práctica profesaba? Y nosotros, ¿cómo deberíamos verlos también hoy?
En el mundo antiguo, la polilla llegó a ser símbolo de ruina y destrucción (Sal. 39:11).
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