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Nuevo Ateísmo

El Nuevo ateísmo se encarga de hacer creer a la gente que la imagen del Dios sabio de la Biblia, no coincide con los planteamientos de la ciencia moderna.

ZOé AUTOR 87/Antonio_Cruz 22 DE MAYO DE 2025 19:40 h
Detalle de la portada del libro. / Antonio Cruz.

La editorial Clie publicó en el 2015 mi libro “Nuevo Ateísmo: una respuesta desde la ciencia, la razón y la fe”.



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En su introducción, me refería a las principales razones de la pérdida de fe de los jóvenes universitarios, tanto en Europa como en América, así como al escándalo de algunas iglesias cristianas que, en ocasiones, no se muestran consecuentes con la doctrina evangélica que predican a las personas.



Pero también a las notables deficiencias en la formación religiosa que se les ofrece.



A veces, se realizan grandes esfuerzos evangelísticos con el fin de llenar las iglesias, pero cuando éstas rebosan de almas no se las forma adecuadamente ni se las provee de suficientes recursos doctrinales y apologéticos.



Por supuesto pueden existir además otras razones, como la constatación de la injusticia social en el seno de sociedades que hasta ahora se consideraban oficialmente cristianas; el espíritu científico, que se presenta por parte del Nuevo ateísmo como si fuera enemigo e incompatible de la fe religiosa, el atractivo de algunas ideologías ateas que se muestran como científicas en oposición al pretendido oscurantismo religioso, la constatación de los males de la violencia y el terrorismo de raíz religiosa, etc.



Si realmente esto es así, tal como parecen reconocer muchos muchachos cristianos que cursan sus estudios en la universidad, ¿no deberían las iglesias y congregaciones revisar su presentación educativa doctrinal, así como la preparación apologética de los líderes de jóvenes, con el fin de evitar las posibles crisis religiosas capaces de conducir al ateísmo?



Si se ofreciera por parte de las comunidades cristianas una formación religiosa más adecuada y seria, así como una actitud más auténtica, probablemente se reduciría este abandono de la fe que se observa en la actualidad en buena parte de Occidente.



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Debemos tomar conciencia de que una educación teológica pueril, pusilánime y superficial no va a cambiar esta tendencia. Tenemos que hacer algo. Y, quizás, lo primero sea formar adecuadamente a los pastores y líderes en los seminarios teológicos.



El ser humano preparado intelectualmente y educado en la rigurosidad racional del método científico, no parece encontrar satisfacción a sus aspiraciones religiosas personales en un Dios y en una religión que, con frecuencia, se le muestran incompatible con su fe.



El Nuevo ateísmo, que prolifera hoy en los ambientes universitarios, se encarga de hacer creer a la gente que la imagen del Dios sabio de la Biblia que ha planificado inteligentemente el mundo no coincide con los planteamientos de la ciencia moderna.



Un lento proceso azaroso de mutaciones seleccionadas por la naturaleza, sin ninguna intención ni propósito, -por mucho que se empeñe el evolucionismo teísta- no parece encajar con la planificación previa, la bondad, el orden y la providencia característicos de la divinidad bíblica.



Semejante confrontación es explotada por los nuevos ateos para defender la inexistencia del Creador.





La teoría darwinista de la evolución de las especies, explicada por tantos profesores incrédulos desde el más puro materialismo naturalista que excluye cualquier agente sobrenatural, es como una ducha helada para la fe y la espiritualidad del joven cristiano que empieza sus estudios en la universidad.



Su venerado Dios creador, querido desde la escuela bíblica infantil, es sustituido progresivamente por otras causas impersonales como las leyes físicoquímicas, biológicas, sociológicas o psicológicas. En lo más profundo de su ser se produce una trágica mutación: se cambia la fe en Dios por la fe en las potencialidades de la materia.



¿Tienen razón los defensores del darwinismo materialista, así como los proponentes del Nuevo ateísmo, para afirmar que la ciencia contemporánea elimina la necesidad de un Dios creador? El presente libro pretende responder dicha pregunta desde la biología, la teología y la fe.



Es evidente que teología y ciencia siguen caminos diferentes en los que están prohibidas las injerencias. Dios no es ninguna incógnita matemática que deba introducirse necesariamente en las integrales de los físicos.



Tampoco alguna extraña y afortunada mutación génica que se haya colado en las pretendidas líneas evolutivas que proponen los biólogos evolucionistas o una misteriosa motivación etérea que condicione el comportamiento psicológico de las personas.



Estamos de acuerdo en que un Dios que sólo fuera eso, resultaría científicamente falso y religiosamente inútil. El Dios de la Biblia no se dedica a rellenar mediante milagros las lagunas de la realidad que todavía carecen de explicación científica. No existe el dios tapagujeros. Lo cual no implica que el auténtico milagro no pueda ocurrir cuando y como la divinidad lo determine.



Por otro lado, si Dios ha creado el universo, la vida y la conciencia humana, ¿no resultaría lógico suponer que dicha creación pudiera mostrar evidencias de semejante acción divina?



No es que tales evidencias pudieran constituir una demostración científica concluyente de la existencia del Creador. Más bien serían indicios que invitarían a pensar que detrás del mundo material no hay solamente caos y casualidad, como postula el naturalismo materialista del Nuevo ateísmo, sino, sobre todo, diseño inteligente, orden e información sofisticada.



De la misma manera que cuando caminamos por un jardín botánico podemos intuir perfectamente el diseño humano en la disposición de las flores plantadas por los jardineros, y las distinguimos de aquellas otras que han nacido por casualidad junto al camino, también resulta posible descubrir diseño inteligente en la naturaleza.



¿Cómo es posible reconocer que algo ha sido diseñado y no es el producto del azar o de las fuerzas naturales? El diseño es la adecuación de diferentes partes con un propósito determinado.



Es lo que hace, por ejemplo, un relojero al fabricar las diversas piezas de un reloj y colocarlas de manera adecuada para elaborar una máquina capaz de medir el tiempo.





En general, cuantas más partes se requieran para lograr un determinado objetivo, y con mayor precisión deban encajar tales partes entre sí para lograr dicho objetivo, más seguro se puede estar de que la conclusidiseño es la correcta.ecta. en na conclusialguiennteios no existe. Con mucho esta es leer sabiamente y profundizar en el mensajeón de diseño es la correcta.



¿Muestran evidencias de diseño los seres vivos? ¿Qué conclusiones pueden obtenerse a partir de los últimos descubrimientos de las ciencias biológicas? En la época en que Darwin propuso su teoría de la evolución, las principales moléculas y células que constituyen a todos los seres vivos eran prácticamente desconocidas.



La célula, como escribe el Dr. Michael J. Behe en el título de su famoso libro, era como una caja negra ya que apenas se conocía todo el increíble microcosmos que alberga su interior.



Si Darwin hubiera sido consciente de la complejidad de los procesos bioquímicos y la sofisticada nanotecnología que existe en cada minúscula célula, muy probablemente no hubiera escrito El origen de las especies, porque cuando se entiende cómo funciona la célula es inevitable pensar que semejante estructura biológica no puede proceder de mutaciones ciegas sino de una mente sumamente compleja.



Darwin decía que el diseño en la naturaleza era solo aparente. Sin embargo, si hubiera tenido acceso a las conclusiones de la citología actual, seguramente hubiera pensado que el diseño no es aparente sino real.



El diseño se puede reconocer en la combinación de diferentes partes con un determinado propósito, y eso es precisamente lo que muestra la célula. El más grande y profundo propósito de todo el universo en la combinación de sus múltiples partes.



La cuestión fundamental que subyace hoy en el seno de las ciencias biológicas es, ¿cómo pudo el mecanismo darwinista de las mutaciones más la selección natural elaborar la sofisticada nanotecnología de la célula?



Darwin no sabía nada de todo esto cuando formuló su teoría. Lo que implica en realidad la hipótesis de las mutaciones al azar no se supo hasta la década de los 90 del pasado siglo XX.



Fue el microbiólogo Richard Lenski y sus colaboradores de la Universidad de Michigan quienes crearon el más grande laboratorio experimental de la historia capaz de dar respuesta a esta pregunta.



Durante dos décadas, estuvieron trabajando con trillones de bacterias Escherichia coli. Pudieron estudiar más de cinco mil generaciones sucesivas de dicho microorganismo y esto les permitió detectar muchas mutaciones beneficiosas que fueron seleccionadas porque mejoraban la capacidad de las bacterias para competir con sus hermanas.



Sin embargo, también comprobaron que, si bien mejoraban ciertos aspectos celulares, otros resultaban notablemente perjudicados.



Se pudo comprobar que las mutaciones observadas producían, a la vez, degradaciones en la célula, capaces de destruir genes enteros o de hacerlos menos eficaces.



Pero ¿cómo puede un gen mejorar el funcionamiento de la célula en ciertos aspectos y estropearlo en otros?



Oí al Dr. Behe responder esta pregunta por medio del siguiente ejemplo. ¿Cómo se mejoraría el consumo de gasolina de un automóvil mediante cambios rápidos? Una forma de lograrlo podría ser rompiendo los espejos retrovisores laterales.



De esta manera, se reduciría inmediatamente la resistencia al viento cuando el vehículo se desplaza. Por supuesto, los retrovisores habrían desaparecido y ya no sería posible ver a través de ellos los coches que nos adelantan, pero, por otro lado, el consumo de combustible se habría reducido ligeramente y el vehículo podría seguir corriendo, aunque careciera de tales espejos.



Pues bien, algo parecido es lo que ocurre también en las células que han sufrido una determinada mutación. Es posible que experimenten efectos benéficos momentáneos en su funcionamiento celular, pero, desde luego, no es esta la manera que requiere la teoría darwinista para elaborar un órgano más complejo o un sistema molecular nuevo.



Se puede poner otro ejemplo más cercano a la fisiología humana. Las personas que padecen la enfermedad genética conocida como “anemia falciforme”, provocada por la mutación de un gen en el cromosoma 11, presentan glóbulos rojos falciformes, es decir, en forma de hoz en vez de los normales que son redondeados.



Estos glóbulos no circulan tan bien por los capilares sanguíneos, se enganchan, obstruyen los vasos y provocan anemia, o sea, escasez de glóbulos rojos en sangre.



Pues bien, resulta que en las regiones donde afecta la malaria, los enfermos de anemia falciforme tienen ventaja sobre el resto de la población ya que el parásito de la malaria es incapaz de destruir sus glóbulos rojos falciformes producidos por mutación y no suelen enfermarse.



Es decir, que las mutaciones pueden mejorar ligeramente algunas cosas, pero, en general, tienden a estropear el delicado equilibro de las demás.



Los conocimientos científicos actuales muestran que el mecanismo propuesto por Darwin -mutaciones al azar y selección natural- es incapaz de producir el sofisticado diseño que posee la célula. No crea diseño inteligente, ni siquiera apariencia de diseño.



Más bien, igual que un elefante en una cacharrería, las mutaciones arbitrarias tienden a destruir los delicados sistemas existentes en la célula, aunque de vez en cuando puedan ayudar a un organismo a sobrevivir en circunstancias desesperadas. Por lo tanto, no podemos seguir confiando en el hipotético poder de las mutaciones para crear la diversidad de la vida.



El Nuevo ateísmo se rebela contra esta conclusión y se aferra de manera fanática al darwinismo materialista para rechazar las numerosas evidencias de diseño que ofrece el mundo natural.



Sin embargo, tienen la realidad de las observaciones en su contra. La ciencia no puede darles la razón. De ahí que su actitud se haya tornado tan beligerante y algunos de sus representantes se convirtieran en iracundos telepredicadores del ateísmo.



No obstante, ante el horizonte del genuino espíritu científico del hombre de hoy, Dios sigue presentándose como una metahipótesis trascendental que responde a la pregunta humana acerca de la totalidad de la realidad.



Es verdad que la ciencia no resuelve metahipótesis, pero el interrogante queda abierto porque la profundidad de la realidad guarda su misterio y parece empeñada en señalar hacia ese trasfondo de la inteligencia que la fundamenta, la envuelve, la dinamiza y la trasciende.



A Dios no se le debe confundir con las fuerzas ocultas de la naturaleza. Ni con el inconsciente colectivo de la humanidad. No es ningún super empresario capitalista, líder totalitario o dictador dogmatista y posesivo.



Dios es, más bien, ese “otro” que anhelamos siempre y que ha salido al encuentro del ser humano. Es la verdadera realidad revelada en Cristo. Es el Padre de todos que nos ama y desea congregarnos mediante el soplo de su Espíritu en la gran familia de su Hijo Jesucristo.


 

 


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