¿Dónde está el revés de la historia? Para situarnos en el revés de la historia habría que descender a los infiernos de la tierra, a los focos de conflicto allí donde han sido lanzados los humillados y oprimidos en una forma de vida que se aproxima más al no ser, al no vivir de los que se desplazan por los márgenes del camino, los olvidados, los empobrecidos económicamente, los excluidos de la participación cultural, social y política, los don nadie, los desclasados, los oprimidos y azotados por el egoísmo humano. La excursión no es fácil, pero Jesús se sitúa allí, del lado de los pobres en el más amplio sentido de la palabra y desde allí es desde donde lanza sus mensajes evangelizadores.
Jesús no evangeliza desde su identificación con los integrados en la sociedad, sino que evangeliza desde abajo. No sé si se puede decir que Jesús hizo teología, pero si la hizo, la hizo desde el revés, desde su descenso al foco marginal en donde se oyen los gemidos de los pobres y sufrientes del mundo.
La teología que se hace desde el revés, es la teología que se hace en contacto con tantas víctimas que, de forma escandalosa se dan en el mundo, los despojados de toda participación, incluso de los bienes del planeta tierra que deberían ser para todos de forma mínimamente igualitaria. Pues sí:
no es lo mismo hacer teología desde los contextos de consumo, entre personas casi ahítas e insolidariamente derrochadoras, que hacerla desde donde al orar “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” están pensando en sus hijos en la infraalimentación y en el hambre. No es lo mismo hacer teología desde un lado o desde el otro.
Nosotros, siguiendo el ejemplo de Jesús, pensamos que se debería hacer teología desde el revés, sufriendo con los que sufren y llorando con los que lloran, intentando la dignificación de las personas que han sido privadas de una vida digna sin que a ellos les llegue ningún tipo de derecho humano. Probablemente muchos de los excluidos no sabrán ni siquiera que existen los Derechos Humanos y, si lo saben, lo verán como algo simplemente formal que se ha hecho como deleite intelectual de algunos, pero que no se realizan en la práctica en la vida de muchos y que no están arraigados en la historia de todos los pueblos, menos aún en la historia humana de los desclasados y excluidos de la tierra.
Las reflexiones anteriores nos llevan a afirmar: hacer teología, si la queremos llamar una teología evangélica que brota de una reflexión en contacto con Dios y con el prójimo, sólo la podemos hacer si la hacemos desde el revés de la historia, desde los últimos, como diría Jesús, nuestro Maestro.
Si hiciéramos teología desde el revés, desde los bajos fondos allí donde están los condenados del dios Mamón, tendríamos que aprender también algo de cómo ellos, esos desclasados y reducidos a no ser de la marginación, viven su fe. Veríamos que, de alguna manera, ellos también hacen una teología íntima, no académica, sienten a Dios, lo experimentan, quizás también lo piensan y expresan sus pensamientos desde su necesidad y la dura experiencia de ver a sus hijos infraalimentados, muriendo por enfermedades vencibles, por falta de medicinas, por falta de agua potable. Desde allí, también ellos miran a Dios y le interrogan con sus propias formas de vida y sufrimiento.
Cuando uno ha estado ahí y ha visto esta forma tan personal de hacer teología y nos sentamos en un despacho a escribir, vemos que la teología académica que nos sale no es muy auténtica, aunque queramos hablar desde la óptica de los pobres. A veces, habría que lanzar esa teología académica por la ventana y salir corriendo y gritando a favor de estos desposeídos, ponerse en acción solidaria, intentar reducir pobreza en el mundo, dedicarse también a las actividades asistenciales básicas como dar de comer, vestir, dar medicinas. Meterse luego uno en su cámara y orar. Seguro que después Dios pondría en nosotros palabras de denuncia, de clamor contra la injusticia, de llanto ante el escándalo de la pobreza y la exclusión en el mundo.
Luego, al meternos en un despacho, quizás delante de un ordenador, pensando en hacer teología, ya no nos saldría una teología tan académica, sino una teología de grito, de advertencia, de amor en acción, de denuncia, de quejidos solidarios. Ya no sería la teología académica del teólogo que se apoya, quizás, en la filosofía como esa esclava de la teología, sino el teólogo que, transformado y con una nueva visión, comenzaría hacer la teología que nosotros hemos llamado del revés.
El mundo, para estos teólogos, se podría convertir en un gran púlpito desde donde pudieran gritar contra la injusticia y en una gran congregación donde el teólogo pudiera abrazar a sus hermanos despojados y excluidos. Quizás luego, si volviera de nuevo entre las cuatro paredes de su iglesia, el púlpito le parecería demasiado pequeño para poder explicar su teología desde el revés y sentiría la necesidad de salir corriendo a la calle de su ciudad y se haría un vocero solidario cuyas palabras estarían impregnadas de fuego.
Ya no podría nunca más dejar de hacer teología desde el revés, sino que en ese reverso de la historia donde se mueven los sufrientes de la humanidad haría su campo de Misión y, desde allí, comenzaría a lanzar sus mensajes teológicos al mundo como si hablara desde el megáfono de Dios buscando justicia para los despojados y humillados de la historia. Quizás entonces, esta teología desde el revés comenzara a cambiar el mundo, comenzara a buscarse la justicia y, tanto los teólogos académicos como los poderosos de la tierra, comenzaran a cubrirse de polvo y ceniza en señal de arrepentimiento. Ese revés de la historia podría desaparecer y, quizás, ya no hubiera ni siquiera necesidad de hacer teología desde allí.
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