El tweet de Dios sobre el temor que genera confianza

Una de las experiencias que puede acontecernos en determinado momento de nuestra vida y quedarse con nosotros para siempre es la del vértigo, que consiste en tener miedo a las alturas. Se trata de una reacción de angustia ante la posibilidad de caerse e incluso de sufrir al ver a otros que están subidos en sitios altos. Es irracional, dado que no obedece a ninguna mala experiencia previa y porque no es uniforme, pudiendo darse el caso de tener vértigo a subir a un puente elevado y no tenerlo al viajar en avión, donde se está a una altura mucho mayor.

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Pero hay otras clases de vértigos o miedos en la vida que nada tienen que ver con sitios elevados, sino con experiencias que nos abruman y que pueden llegar a hundirnos. Y así, por ejemplo, estaría el miedo a pensar que no hay salida, ante una situación que se ha tornado muy difícil, concluyéndose que se ha llegado a un punto en el que uno está encerrado y que no hay nada que hacer para escapar de ella. O está el miedo al fracaso, al imaginar que todo va a terminar mal, de la peor manera posible, no importa lo que se haga. También está el miedo a la adversidad intimidatoria, cuando los obstáculos que se presentan parecen descomunales y nos sentimos insignificantes y perdidos ante los mismos. Igualmente está el miedo a la muerte, cuando su proximidad en medio de una enfermedad grave nos puede perturbar, si no estamos preparados, al hacernos conscientes del paso irreversible a la eternidad.

Cuando cualquiera de estos miedos, o una combinación de ellos, pasa de ser algo ocasional a ser habitual, entonces se convierten en obsesivos, llegando a constituirse en un verdadero drama para quien los padece. Como vivimos en un tiempo y un mundo en el que hay razones de sobra para tener miedo, por los peligros y amenazas que se ciernen en el horizonte, por la incertidumbre que generan y por la evidencia de que detrás de un riesgo aparece otro mayor, es por lo que se multiplican las escapatorias ofrecidas para evadirlos y las soluciones que nos permitan encontrar maneras de vencerlos.

Las evasiones son muchas y están reflejadas en la frase: “A vivir que son dos días”, que, más bien, refleja la miopía, por no decir ceguera, de quien no quiere mirar de frente la realidad. Pero nunca una evasión puede ser una solución. Luego hay soluciones que afirman que dentro de nosotros tenemos los recursos necesarios y suficientes para encontrar respuestas a los miedos que nos dejan paralizados. De esa manera los libros de autoayuda están de moda, al enseñarnos que si sabemos manejar bien los conflictos, hallaremos el remedio. Pero si bien es verdad que hay dentro de nosotros facultades y capacidades, no menos cierto es que las mismas tienen sus limitaciones y cuando se presentan contingencias descomunales, de poco valen los libros de autoayuda y la psicología.

Pero entonces, ¿quedamos a expensas de los miedos, sin que haya arreglo a los mismos?

Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘En el temor del Señor está la fuerte confianza, y esperanza tendrán sus hijos.’ (Proverbios 14:26). Aquí se hace referencia a un temor, si bien es totalmente diferente a los temores que estamos acostumbrados. Se trata del temor de Dios, que supone tomar a Dios en serio, tanto en lo concerniente a su lado bondadoso como a su lado severo. A su lado bondadoso, para acercarnos a su promesa salvadora a través de Cristo y, creyéndola, recibirla, y a su lado severo, para romper con todo aquello que es maligno.

Pero el pasaje muestra una gran paradoja, al decir que en ese temor está la fuerte confianza. ¿Cómo puede un temor generar confianza, si temor y confianza son términos opuestos? Si hay temor no hay confianza y si hay confianza no hay temor. Y, sin embargo, eso es lo que afirma. Además subraya la unión existente entre esa clase de temor y la confianza, al decir que ésta es fuerte, esto es, no una confianza cualquiera. La confianza es lo contrario de la inseguridad y la duda, siendo hermana de la certeza y pariente de la paz. Pues bien, esta categoría de confianza es la que produce el temor de Dios, que es el temor liberador de temores. Sí, el temor de Dios es terapéutico, porque su efecto es sanador interiormente, con repercusiones que trascienden los límites de esta vida.

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El texto sigue diciendo que sus hijos tendrán esperanza. La palabra que se ha traducido como esperanza es literalmente refugio, y un refugio es un lugar donde se está a salvo, donde se está resguardado. Pueden venir contingencias y amenazas, incluso las peores, pero el temor de Dios no sólo infunde confianza, sino que también es salvaguarda. Y, ¿a qué hijos se refiere el pasaje? A los hijos de ese temor, es decir, a los que viven conforme al mismo.

En un mundo que es una caldera en ebullición de intimidatorios temores, qué descanso es acogerse a un temor protector de temores.

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